sábado, 27 de septiembre de 2008

CRÓNICAS ESLOVACÓMICAS (mayo de 2006)

Tras una semana de Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes y de Salvaguardias para la Seguridad de las Instalaciones Nucleares y un fin de semana de merecido dolce far quasi niente, esta mañana me tocó madrugar para no perder el tren de las 8:18 a Zilina (pronunciado Yilina), Eslovaquia, donde me tocaba cambiar al local que me depositó finalmente en Zvolen (pronunciado Zvolen) siete horas más endijpuej. El primer convoy era un Intercity eslovaco, cómodo, silencioso, raudo y limpio (del todo por dentro y del no tanto por fuera, pero ya se sabe, Eslovaquia se despereza todavía tras cuarenta años de socialismo real). Salvo una pareja de protogerontes que cotillea en la proa del vagón, viajo solo. El tren describe un parsimonioso arco acariciando el sur de Viena y termina por envalentonarse cuando por fin muerde el campo. En Bratislava cambia de rumbo y ahora soy yo el que tiene la locomotora (tirando a roñosa) en la nariz. El paisaje es un tanto anodino. Nos quedan varios kilómetros de retazos de la llanura Panónica, verde sin entusiasmo, pero presa ya del furor desarrollista de la recientemente llegada Unión Europea. Por todos lados puentes lanzados al vacío, rascacielos todavía muñones, autopistas que vaticinan la obsolescencia de las plácidas carreteras de otrora que serpean indolentes entre pueblos adormilados. Cada vez ralean más los Skodas desvencijados y los temblequeantes autobuses Tatra van cediendo paso a otros ya mucho más presentables.

Un par de horas más al norte, donde se cierne ya Polonia y espero el atraso de la campiña distante del Imperio Austrohúngaro, me topo con un paisaje del Primer Mundo, o, mejor, del primer mundo… pero, como digo, ya le están erigiendo las mayúsculas. Comienzan a crecer, también, las montañas. No llegan a imitar los Alpes (nada de cumbres nevadas), pero ciernen la vía con su verde intenso. Cada tanto un río encabronado se apresura bajo los puentes. De pronto, un lago arrimado al terraplén con mansedumbre de perro faldero. El tren se ha ido poblando y ahora hay ruido de voces. Llegamos a un pueblo desparramado al pie de un inmenso castillo medieval de almenas castigadas pero supérstites. Estoy maravillado: esperaba una postal anodina. Qué hermoso habría sido hacer este viaje en auto, subir al castillo, aventurarme montaña arriba… Pero no hay mal que por bien no venga. Sustraído a la distracción del volante, puedo admirar el paisaje a mis anchas. En Zilina, otra sorpresa: Aguarda en el andén vecino un tren de cercanías ultramoderno, con dos vagones articulados a los extremos de la unidad motriz. Tiene aires de tranvía pretencioso, pero es de un diseño bellísimo. Es, por suerte, local, de modo que se toma su tiempo en discurrir los tal vez cincuenta kilómetros entre muros verdes mimados por un cielo de lujo.

El taxi se monta a una autopista y al cabo de cinco o seis kilómetros la abandona, se adentra en un pueblito sin pretensiones, toma un desvío y baja por una suave pendiente unos quinientos metros hasta el Hotel Kaskady, donde mañana comienza el 33º período de sesiones de la Comisión Europea de Silvicultura, organizado por la FAO (la Organización de la ONU par la agricultura y la alimentación, con sede en Roma). Desensillo y salgo en taxi a la vecina Banska Bystrica (pronunciado Banska Bístritsa), donde, me dicen, hay un hipersupermercado abierto as 24 horas en el que me voy a poder comprar un traje de baño para aprovechar la pileta de agua templada. Son unos diez kilómetros de la misma autopista. BB -la veo de lejos- parece una ciudad industrial sin mayor gracia, pero también pulcra y enriquecida. El hipersupermercado es interminable y abundantemente surtido (tipo Carrefour, solo que BB no ha de tener ni 20.000 habitantes aunque, eso sí, trolebuses).

Regreso a eso de las 18:00, me mando catorce (vamos todavía!) largos, me ducho, y salgo a caminar por el campo pipa al frente. El paisaje es de una increíble bondad. Verde que lo quiero verde, con lomas que remedan senos de niña apenas asomada a la pubertad. La hierba cede levemente bajo mis suelas con la muelle firmeza de piel de adolescente. Unos cientos de metros después, por entre los interminables gusanos que han dejado los tractores, despuntan los nuevos retoños… Camino ahora sobre el pubis de la niña. Desde un zanjón invisible resuena la matraca de un grillo. De entre algún arbusto le replica otro con sus secas castañuelas. Distantes, los automóviles rasgan la autopista con insistente zumbido de tábanos. Siempre como a lo lejos, gorjean cinco o seis especies de pájaros. De pronto los apaga el escándalo de un jet que no se ve y pasa sin mirar. Camino de las montañas que marcan el horizonte, se transmuta en un trueno. Las montañas se hacen literalmente humo entre las nubes que han venido a adornar el crepúsculo. No hay una brizna de viento. Una docena de plumerillos holgazanea suspendida como esperando un golpe de brisa que los lleve a alguna parte. Alguno se da por vencido y desciende sin prisa. Doy media vuelta y puedo ver, loma arriba, las casas del pueblito que miran sin ver por sus ventanas calladas. A foro derecha, encaramado en otra loma, el jopo de un bosque de coníferas yergue su muda solemnidad.

El hotel tiene anexo un chalet de troncos que hace también las veces de restorán agreste. Me siento en la galería y me pido una trucha a la parrilla y un vaso de Riesling. La pipa, que me conoce más casi que Alguienita, sabe que se tiene que acabar y se y me ahorra la humillación de apagarla. La truca está exquisita y el vino, local, es lo que tiene que ser el vino en estos trances: delicado y discreto. Y mientras tanto, la noche se va posando suavemente, sin dramatismo. Ha sido otro de los grandes días de esta insólita vida mía, de soledad mullida y de apoltronadas remiscencias de Alguienita con su panza que no logro imaginarme y de Valeria que vaya uno a saber en qué diabluras andará. He de pasar en este paraíso sin estridencias cuatro noches. Después, otra vez los trenes y por fin al alboroto del aeropuerto. El martes tengo conferencia en el Lenguas Vivas, el miércoles y el jueves taller, y el viernes conferencia en la UBA. Y el martes dendespués de vuelta a Europa… Pensar que soy un jubilado!

La conferencia es interesantísima, y los expertos, como suele suceder, amables, dicharacheros, sencillos y accesibles. Los colegas, por su parte, ejemplares. Dos Jennies en cabina inglesa: una británica, casada con un griego, tiene domicilio en Atenas; la otra, australiana de “abajo debajo”, como dicen ellos de ellos, vive en Ginebra. En cabina francesa, Benoit nos llega de Munich y Sabine, embarazada parece que de la misma noche que Alguienita solo que juro que no tengo nada que ver, se domicilia en Berlín. La cabina española la comparto con Katia, gallega que vive en Bruselas. Piero Fornaro, alias Pierre Fournier, jefe de intérpretes de la FAO, me ha nombrado capomafia sustitucto (once a chief, always a chief, carajo!).

El delgado ruso (primera vez que Rusia, apenas ingresada en la FAO, manda delegado a una reunión) pide seguir hablando ruso, si es posible, y el equipo se anota un poroto diciéndole que cómo no aparcero! Nos escuchan el representante de España y otro gallego (literalmente) que representa a una organización europea. Los primeros discursos comienzan con la interminable lista de destinatarios de pro:

“Dear Mr. Minister for Forestry, Agriculture, Landsacape Development and Beekeeping of the Slovak Republic, Mr. Mikula Fukoff; dear Vice Minister for Forestry, Agriculture, Landsacape Development and Beekeeping of the Slovak Republic, Mr. Liubomur Pikha ; dear Major of this beautiful city or Zvolen, Dr. Vaclav Polvo; dear representative of the Director-General of the Food and Agricultural Organization of the United Nations, FAO, Mr. Heinrich Mehrdmann; dear Director of the Forestry Division, Dr. Mee Fuc Yoo; distinguished representatives of the State Members; dear Special Invitees; dear representatives of the other international organizations; dear friends; ladies and gentlemen,”

Y este fiolo, fiel a sus principios teóricos, interpreta:
“Autoridades…………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………Damas y caballeros”.

Durante la primera pausa para el café, me apropincuo al español y me presento. Le digo, además, que habrá advertido que no le interpreté las sonatas protocolares, Ah, si, qué bien! Siempre hace falta un poco de calma… Además, los conozco a todos.

A la noche nos llevan al castillo de Zvolen, comenzado en 1370 y sede de los reyes magyares que gobernaron por estos pagos. Primero toca un trío femenino (piano, celo y flauta); sendas rubias tirando a tetonas que nos regalan un repertorio liviano muy pero muy bien tocado. Luego viene el piscolabis, muy pero muy rico. Después la orquesta de címbalo, cuatro violines y contrabajo, y los seis bailarines, tres de ellos minas, dos de ellas morochitas, ambas de ellas espectaculares. La primera danza es gitana (estamos en el otro foco zíngaro, que entre esta región de Eslovaquia, Hungría y Rumania, y Andalucía, casi no hay romaníes) y tanto por los trajes como por la coreografía parecen andaluces, solo que falta la influencia morisca. La segunda es eslava y, como era de esperar, menos interesante.

Esta noche hubo banquete en el hotel, con desfile de modas montañesas. Los tres cosos no podían con su cara de pelotudos, pobres, no del todo socorrida por los pantalones unos veinte centímetros demasiado largos o cortos, según, y los fungos de guapo maricón; pero ellas suculentas, lástima que no sonreían ni aunque les tocaran el tafanario. Eso sí, el lechón, de antología, y el vino, de lo más presentable.

Vale la pena consignar al historia de la Condesa Sangrienta, la hungárica Elizabeth Báthory (1560-1612), casada de prepo con un príncipe igualmente magyar, producto ella y su hermano igualmente loco de siete u ocho generaciones de endogamia, embarazada inconvenientemente antes de los esponsales (y eso que la mocosa no tenía ni quince pirulos), que luego resultó más bien lesbiana, y cuyo entretenimiento principal era torturar a sus sirvientas campesinas, a las que elegía bien pero bien jovencitas y yo francamente la entiendo. Poco a poco le fue tomando el gusto al hobby y decidió que las cosas o se hacían bien o mejor no se hacían y decidió que no tenía sentido torturarlas así no más y decidió que mejor las mataba. A unas las estaqueaba desnudas en la nieve y les echaba agua fría hasta que murieran congeladas y quedaran esculpidas como en hielo. A otras les arrancaba a mordiscos las orejas y los pezones y se los morfaba con toda fruición pero dejando que la sangre le fluyera comisuras abajo. A otras las apaleaba hasta que les estallara el cráneo y dejaran desparramados los sesos. Se calcula que amasijó a más de 600 (yes, seiscientas!). Claro, los papases de las finadas no la podían denunciar porque ella era noble y ellos innobles y no era cuestión de hacerle caso a esos mersas que qué se creen encima que una les da trabajo. Pero luego se pasó de revoluciones. Su amante, que empezó de ama de compañía, le dijo que ya era hora de torturar noblecitas. Y ella, ingenua, le hizo caso. Como a la décima o undécima las familias se encocoraron, que una cosa era hacerles la boleta a míseras siervas de la gleba que igual tarde o temprano de algo se tenían que morir y como eran pobres no sentían tanto el dolor, y otra muy otra a vástagas de familias como la de uno, y como encima le debían 12.000 ducados y si se la declaraba culpable ya no había que garpar, la juzgaron y ya la estaban por hallar culpable que en eso regresa el dorima de matar turcos y dice que qué barbaridad y cómo van a quedar las familias de ella y ya que estamos de él que no tienen la culpa y mejor la recluyo en un convento y que se arregle con las monjas y la pobre Isabelita se pasó como diez años sin saber qué hacer pero la vida es así. Por cierto, la exculparon porque una mujer no podía cometer tamaños excesos por sucia que fuera la guerra.

El resto de la estancia no merece mayor detenimiento. La australiana de abajo debajo se la pasó abajo debajo de un delegado que se levantó el primer día. Los demás seguimos con nuestras vidas. Regresé en camioneta, muerto de sueño y cansancio, tratando de imaginarme, entre zarandeo y zarandeo, en la panza inimaginable de Alguienita.