viernes, 26 de septiembre de 2008

CRÓNICAS EUETÉREAS (marzo de 2006 en adelante)

18 de marzo de 2006

Ha sido una tarde peronista, y yo le había prometido a mi Valeria convaleciente una muñeca embarazada (sí, TENÍA que ser embarazada, por razones que obvias). Y salí de casa, pipa entredentada, y di vuelta por Santa Fe camino de Coronel Díaz, en lo que vaticinaba un largo e inútil periplo en busca del equivalente lúdico del Santo Grial. Largo fue, en efecto, pero no inútil. De eso va esta primera crónica euetérea.

CAMINO DE ÍTACA, EL HAMBRE DEL PAÍS DE LOS SETENTA MILLONES DE VACAS

Iba yo serpeando entre muchachas aviesamente bellas, quioscos esplendentes de flores, negocios ahítos de elegancia, comenzando un viaje digno de Ulises, como el que completa Adán Buenosayres entre el número 303 de la calle Monte Egmont hasta la actual Corrientes. Cruzo Callao sin más contratiempos que un desinflarme en suspiros, pero camino de Río Bamba, un purrete de unos diez pirulos mal llevados me pide para comer. Yo, por principio y prudencia, no soy amigo de dar dinero. Si lo que quiere es comer, una buena milanesa sirve más que cinco o seis monedas. Entramos en un bar restaurante y dejo pedida una milanesa con papas fritas y una coca de litro y medio. Como siempre, Buenos Aires me la ha emprendido a las bofetadas de miseria. Evoco la señora prolija y atildada que encontré hace unas semanas, a las ocho de la noche, sentada en el zaguán de Giesso, rodeada de bártulos impecablemente embalados. Pensé que andaba de compras y se había sentado a descansar, pero las señoras atildadas no van cargadas de compras una hora después de que los comercios han cerrado, ni dejan que el cansancio las venza en zaguanes de la vía pública, Señora, pregunto como profanando un secreto, usted no tiene dónde dormir?, No, malvendí dos departamentos, y ahora que se me acabó la plata, la jubilación no me alcanza para pagarme un alquiler, Me acepta estos diez pesos?, No, joven, yo para comer tengo mi jubilación, Pero, señora, acéptelos igual, que mal no le pueden venir, Pero joven, hasta cuándo vamos a seguir?, Hasta que me acepte los diez pesos, Bueno, pero solo porque insiste tanto, gracias. Buenos Aires propina estos golpes bajos.

LA ANCIANA TERPSÍCORE

Entre Ayacucho y Junín, una señora mayor, emperifollada y atada a dos perros falderos, canta y baila al son de la rumba que regala la disquería. Canta y se contonea sin mirar que la miro, alegre y ensimismada, disfrutando intensamente ese cacho de amor y juventud que tal vez no le quedaba a aquella Muñeca Brava del tango, un cacho bien bien grande que el sol premiaba con sus mejores luces.

LA SEÑORA COMO UNA PREGUNTA

Cruzando Junín, sentada en un endeble banco de plástico negro, una señora de setenta y largos pide ayuda para los remedios agitando el pendón de una radiografía. Viste ropas que han sido buenas y, sobre todo, limpias. No es que estén sucias, sino que la burocracia del tiempo le ha ido dejando los manchones de todos los sellos de su interminable trámite. Me mira desde abajo, sin necesidad de esquivar unos anteojos negros a los que pronto se le desmoronarán los cristales, Qué remedios necesita, señora? Me suelta una retahíla de nombres impronunciables mal pronunciados, Venga que se los compro. Y se pone de pie… aproximadamente. Va encorvada como un vacilante signo de interrogación, arrastrando los pies y una bolsita con las recetas amarillentas que tiene aguardando quién sabe desde cuándo, No me lo puedo creer, dice sin mentir. Y así entramos en Farmacity, ella con su bolsita casi arrastrada y yo con el banquito endeble. Le falta una receta, pero las tres que tiene terminan costando casi 250 pesos, Ay, señor, por favor vamos a la farmacia de enfrente que ahí me conocen y me lo venden sin receta. Cruzamos Uriburu. En la farmacia la conocen, Hola Mónica, cómo estás? (El banquito, señor, démelo a mí que es de nosotros). Llegamos al mostrador, Está Manuel?, No, bueno, no importa, tiene xxx?, No, llega mañana o a lo mejor esta tarde, Bueno, señora, se lo dejo pago y usted lo viene a buscar. Otros cien pesos, Y estos remedios cuánto le duran, señora? Y, a ver, tomo cuatro …ginas por día, y dos …ones, y un …ol… Y, unos diez días. Casi 350 pesos para pelearle a las enfermedades diez días, claro que además hay que comer. Cuándo quién va a poder darse el lujo de comprarle otra semana larga de dosis? Qué ganas de llorar, en esta tarde dorada! Me voy desprendiéndome como puedo los agradecimientos como látigos.

EL PURRETE LECTOR DE HOMERO

Entro en una librería entre Larrea y Azcuénaga a ver si por fin consigo la entrañable colección de Monteiro Lobato, para que Valeria y la que se viene puedan aprender lo que aprendí. Un gurí de diez años enjutos está decidiéndose entre dos traducciones de la Odisea, asesorado por el padre, Lees Homero?, Sí, contesta el padre, le gusta mucho; acaba de leer la Ilíada. El pibe sonríe al abrigo de una melena sublevada. Le recomiendo El año 93, de Víctor Hugo, la novela para grandes más apasionante para los chicos; no sabés la suerte de tener un padre así: perdonále todas las veces que te mandó a dormir sin ver televisión o que te hizo tomar toda la sopa.

Salgo con mi biografía del gran desconocido, mi sanmartiniano general don Gregorio de Las Heras. Con las mejillas castigadas y acariciadas por este Buenos Aires maltrecho pero indestructible que me parió. Y pienso en Cuba, la Cuba que recorrí en tren lechero de Pinar del Río a Santiago, Cuba bloqueada y sola. Cuba monárquica y llena de problemas, donde sería impensable que alguien tuviese que mendigar para comprar remedios o para comer. Cuba sin escuadrones de la muerte ni desaparecidos ni policía de gatillo fácil ni cartoneros. Y pienso que lo demás, todo lo terrible demás, son, en verdad, notas al pie de página. No hay duda posible: Este mundo de mierda de los ricos y para los ricos hay que cambiarlo cuanto antes.

19 de marzo de 2006

EL FANTASMA DEL VIEJO PASADO

Que ya no se puede resucitar, como gime el tango. Está parando en casa mi gran gomía Ricardo Ipuche, de quien creo haber contado que se aguantó torturas brutales (mientras en una “sesión” vecina el secretario de Hipólito Solari Irigoyen gritaba, Paren que me muero, hijos de puta! (y no pararon y se murió), y tres (3) simulacros de fusilamiento. A quien, una vez “legalizado” y puesto a disposición del Poder Ejecutivo ofrecieron la opción de salir del país, a lo que respondió, Y no he violado ninguna ley, por esa puerta me trajeron y por esa puerta me voy, Mire que tiene para dos años, Doctor, Pues entonces me iré dentro de dos años… Y así fue. Ricardo ha llegado con su “namorada” bahiense, Andrea, con la cual se va a casar el 24 de abril. Ricardo tiene 64 años y Andrea 35. Yo 60 y Alguienita 29. Los papeles de Ricardo han estado a cargo del Rolls (que a sus 55 anda casado con ILCE de 28), quien, cuenta Ricardo, se ha portado maravillosamente. Bueno, es el Rolls. Esta noche nos invitaron a cenar a Yatasto, restaurante quintaesencial sito en Suipacha entre Santa Fe y Marcelo T. de Alvear. Mientas Alguinita y Valeria y se tomaban un taxi por eso del reposo, yo conduje a mi amigo patagónico y su mulher nordesteña a pasear por mi Buenos Aires querido, ahora que lo vuelvo a ver. Tomamos Arroyo, recorrimos la Plaza Carlos Pellegrini, subimos por Parera hasta Juncal, doblamos por la Plaza Vicente López y aquí están mis dedos haciendo desastres con las teclas.

Qué ciudad espléndida, pese a las topadoras manchadas de sangre del gran Orión metropolitano, mi Brigadier Osvaldo Cacciatore, que arrasó con el pasaje Siever y toda la ciudad que adornaba el planeta entre Santa Fe y Libertador. Pese al monstruo que sustituye al palacio de Ridder sobre Avenida Alvear. Pese a todos los dientes postizos que suplantan la entrañable nobleza de los edificios “de antes”, pese a los cartoneros ubicuos y las familias durmiendo sobre el césped de los refugios (nunca mejor dicho) que venden la ilusión de que una cosa es Libertad, otra la Avenida 9 de Julio y una tercera Carlos Pellegrini. Yo vivo cada uno de esos dientes de cirílico barato como un puñetazo descomunal en mi mandíbula. Se han fijado, cumpas, en que Buenos Aires es negra de asfalto y mitad inferior de sus 40.000 taxímetros, gris sereno de arquitectura, verde que te quiero verde de césped, árboles, balcones botánicos, toldos y palios, y polícroma de quioscos de floristas y de colectivos? Que regala puertas y portales de ensueño cada dos metros? Que es casi toda ella un laberinto de túneles abiertos entre copas de árboles siempreverdes? Que es pródiga en cafés de discreta y cálida suntuosidad? Que derrocha buen gusto hasta en sus farmacias? Que se ve limpia bajo la mugre de la basura abandonada al olvidadizo albur de los camiones de recolección? Han estado últimamente bajo la bóveda formidable de Constitución o la inmensa nave de Retiro? Han parado mientes en el esplendor art decó y art nuveau del Metropolitan y del Ópera? Han mirado camino de las palomas para detectar, sobre la Caja Nacional de Ahorro Postal (R.I.P) los lansquenetes prontos a darle la biaba al campanón, como sus gemelos vecinos a la Catedral de San Marcos en Venecia? Han jugado al ping pong mirando las fachadas en espejo del Pasaje Barolo, única calle porteña sin marquesinas, porque están prohibidas, y única con reloj porque sí (no como el de la increíble relojería de Paraná entre Marcelo T. y Paraguay, en cuyo taller sigue tictaqueando el reloj que dio por vez primera la hora oficial argentina allá por 1859? Le han gambeteado a Libertad entre Arenales y Juncal para meterse en el pasaje que se estrella contra el ventanón de la Librería del Fin del Mundo, coto de mi ex compañero de secundaria, Roberto “Archi” DiGiorigio, con su prostibularia reliquia: un letrero esmaltado como de metro y medio que reza, La mujer sucia es despreciada? Mi Buenos Aires querido de entonces! Yo, que quiero creer obcecadamente en el futuro, que disfruto inmensamente del presente tan cochino para la inmensa mayoría, yo no quiero que me rompan mi pasado, que en tanto llega el mañana soñado con tanta ilusión e impaciencia, mientras no transa en pasar este presente de cartoneros y miseria, es lo mejor que tenemos.

27 de marzo de 2006

Los otros días (se sigue diciendo en algún barrio?) supe dir de una colega que mora en Villa Crespo, cuna del insigne filósofo Samuel Tessler, y dentré a retornar a fuer de tamangos, gambeteando encrucijadas, zigzagueando detrás de mi pipa por esas calles de Dios y Buenos Aires en las que perdura la áspera nostalgia del empedrado. Nada de rememorar, salvo el aire inconfundible de un Buenos Aires que recula refunfuñando a abroquelarse para un último y gallardo esfuerzo por sobrevivir. Carnicerías, verdulerías, cerrajeros, negocios de antaño amontonados al empuje arrollador de los superhipermercados de neón y puerros sin aroma en bandejitas envueltas en plástico.

Redepente, un boliche abierto a la vereda, con el trompa rebanando un peceto recién asado que arrojaba incienso de antes para atrapar con mas artes que Circe al Ulises porteño que le navegara a tiro. Un asador y punto. Pan, vino de la casa y, es de sospechar, la concesión inocente de la ensalada. Pedí a mis remeros que se taparan la nariz y me ataran al poste y pasé a los berridos estomacales pero con la dieta incólume. Y así fui como que bajando escaleras horizontales camino de Palermo viejo para empalmar con la ciudad paqueta. Y me tocó la cuadra de Salguero al 1300. De lado derecho asigún se desciende hacia la remota Santa Fe, nada que no sea de lamentar. Pero la acera de enfrente… Ciento veintinueve metros de gloria! Edificios de pura prosapia itálica, interrumpidos por rías que se les meten meta verde entre las paredes laterales.

Poco después, de sempiterno regreso a sempiterna pata de dejar a Valerita en la escuela que queda en Ugarteche y Cabello, siempre por una o sucesivamente las tres sendas convergentes de Pacheco de Melo, Peña y a la postre siempre Juncal, buscando casi siempre el deliciosamente incongruo "mew" porteño que es el Pasaje Bollini (otro supo ser el Pasaje Siever, dinamitado por el Orión porteño como parte del destrozo general –nunca mejor dicho- de este país), tras haberlo tangenciado quién sabe cuántas veces, pare mientes y pieses en el número 1942 de Juncal: uno de esos conventillos que la ciudad paqueta escondía como las muchachas esconden los barritos porfiados del acné que se niega a darse completamente por vencido (otros eran loa notorios inquilinatos de Ayacucho entre Vicente López y Las Heras y de Vicente López entre Rodríguez Peña y Pueyrredón, en plena retaguardia de la Recoleta y a indecorosos metros de la de Plaza Francia –hoy suplantado por una escuela y el racimo de cines-, donde quedaba aquel Bulín de la Calle Ayacucho que inmortaliza el tanto). Ya no es inquilinato, por desgracia, pero por suerte también, porque es lícito entrar. Ahora es una recua de negocios más o menos pintorescos (un fabricante de marcos, un carpintero…), pero conserva todo el aire de aquellos sitios en que, al insigne decir de Leopoldo Marechal, se pelearon y entendieron las razas.

No dejéis que los ojos os resbalen, cumpas. Porque lo que no miren hoy, no lo verán mañana.

20 de junio de 2006

Esta mañana me volvió a tocar volver caminando desde Villa Crespo. Chapé Humahuaca derecho. Barrio barrio, si lo hay, este Villa Crespo que resiste tan gallardamente los cambios. Casas ramplonas, cafés sin pretensiones, restoranes con manteles de hule, negocios sin aires de boutique: talleres de reparación de heladeras que se diría que ya no pueden repararse, tintorerías empastadas de avisos vecinales (doy lecciones de piano, se vende televisor blanco y negro, empleada doméstica ofrece sus servicios, se busca caniche blanco (pago recompensa), arreglo su computadora…), supermecados que no son súper, carnicerías que huelen a carne, verdulerías con aroma de campo, escuelas módicas. Pasan cinco o seis) infimos teatros donde cada día cambia el espectáculo (los hermanos Craus ofrecen la Increíble historia del loro Fulano que se quedó mudo en el camarín, Nosequién estrena su unipersonal…) o escuelas de teatro. En una esquina, el Centro Vecinal "Teresa Israel", desaparecida durante la dictadura (y, agrego yo, militante comunista) con su mural alegórico que va formando un rostro de mujer coronado por la estrella roja). Paredes cubiertas de carteles en que aparece, arriba, Y el séptimo día descansó, al medio, la escena de la Creación del Miguel Ángel en que Dios toca el dedo de Adán, y, abajo, Los empleados de comercio también quieren descansar los domingos. Ah, mi ciudad inmortal pese a lo mucho que han querido asesinarla! Ni en nuestra Italia ancestral hay carteles sindicales con imágenes del magnífico fresco de la Capilla Sextina!

Almuerzo frente al Centro "Teresa Israel" en un bodegón como los de antes. Afuera, una pizarra anuncia el menú del día: albóndigas con arroz, carne al horno con papas o puré, tartas de verdura o de carne. Dentro, el techo se aleja como el de una catedral gótica. Allá arriba también, un televisor recuerda que estamos en pleno Mundial. Paso al baño. Está detrás de la cocina. Tiro del piolín prehistórico que desde la Revolución del 90 hace las veces de sucedáneo del picaporte y la hoja de madera cruje siglos. La cocina es inmensa, pero de casa. Una viejita como de setenta años pica la cebolla entre tartas a medio confeccionar. Pido la carne al horno, pero sin papas que estoy a dieta y ah, también sin pan. Me traen una bandejita con tres lonjas de vacío de unos ciento cincuenta gramos cada una, cubiertos del sublime menjunje de la cebolla, el tomate y el morrón. Eso y dos Sprite Zero (estoy a dieta!) me van a costar oloftwelf pesos.

Camino del Abasto, Humauaca, que se ha ido escapando a izquierda y a derecha por afluentes adoquinados y arropados de árboles, se da de bruces con la apostasía monumental de un shopping que ha sabido ser mercado cuando Buenos Aires era Buenos Aires. Bajo a la Lavalle que termina o empieza y enfilo para el Once. Llegando a Pueyrredón cunden las tiendas de trapos. Aparecen los primeros judíos ortodoxos de levitón luctuoso y camisa alba, de barbas proféticas y sombrero de fieltro. Y los coreanos y los chinos y hasta los indios de la India, que no sabía que también teníamos. Cada cinco o seis cuadras, un edificio francés venido a menos parece refugiado pobre del Barrio Norte. Y huido de la Avenida de Mayo, un edificio madrileño con su cúpula coronando la ochava, la pizarra desdentada y los balcones raídos. Quién diría viendo esta pesadilla arquitectónica ítalofrancohispanocualquiercosa, de una o dos o tres o cinco o quince plantas, calzadas de veredas desbaratadas, que esta ciudad fuera Reina del Plata o de nada. Pero lo es, es, en todo caso, la reina indiscutida de mi errante corazón de hijo pródigo. Lavalle se va acicalando un poco para su cita con Callao. Por primera vez paro mientes en la formidable esquina sureste de la encrucijada. La mole pseudomadrileña termina en una espira interminable que se clava veinte metros en la nalga del cielo. Doblo hacia el norte.

A medida que se aleja de Boedo, Callao se ha venido viniendo a más. Sigue de barrio hasta Córdoba, pero ahí ya se ha puesto en la mejilla el verde lunar de la Plaza Rodríguez Peña, a cuyo fondo el que fue Consejo Nacional de Educación, que mi abuelo materno dirigió durante la década infame (que no son todos rojos los mis ancestros de antaño), primera clarinada del Barrio Norte inminente. De Paraguay hasta Libertador, la arquitectura se me va a ir afrancesando a ojos vista. Ya se vislumbra lo que fue la Confitería del Águila, enfrentada a Lázaro Costa. Estamos, al cabo, a diez o doce cuadras de la Recoleta. Pero yo cruzo la plaza en diagonal, me escurro por Charcas (si, ya sé, Marcelo T. de Alvear, pero para mí será siempre Charcas) y me cuelo por la Galería Santa Fe para salir a la Gran Vía del Norte, a la que solo le va quedando adecuado lo de Norte… y ni siquiera, porque no es, en rigor, sino del Noroeste. Al llagar a mi Paraná natal de Leo o como se llame si es chancleta, recuerdo que tengo que ir "a por" el reloj imperio que heredé de mi abuela, la esposa del Director del Consejo Nacional de Educación. Está en el hospital mecánico que queda entre Charcas (si, ya sé!) y Paraguay. Es un boliche escueto, atiborrado de piezas de museo, entre ellas el reloj que por vez primera dio la Hora Oficial Argentina. En el sótano, el anciano propietario juega a Dios con sus diales, agujas, engranajes y péndulos entre cronómetros despanzurrados y cajas como cadáveres a los que un forense despiadado hubiese privado de todos sus órganos vitales. Contra las paredes, los relojes redivivos marcan la hora a un unísono improbable. El viejo tiene dificultad en expresarse con palabras (me lo dice él mismo al cabo de varios intentos). Toda su capacidad de hablar está en sus manos, que desde hace añares dialogan con esos objetos misteriosos y sagrados. Apretada síntesis de mi Buenos Aires querido estas treinta y cinco cuadras, de sus barrios dormidos y sus arterias ensordecedoras, de sus tímidas casas italianas y su opulencia francesa, de sus artesanos silenciosos y sus estridentes shoppings, de sus teatros que uno ni sabe que existen, de sus carteles sindicales plagiando a Miguel Ángel, de sus centros vecinales que homenajean sus desaparecidos, de sus cafés buen de rioba y sus refinados remedos de Viena. Mi Buenos Aires de siempre y para siempre. Cuna y sepultura de tantos sueños soñados. Cuerpo maltrecho de corazón nostalgioso. París del suburbio, Florencia del subdesarrollo, Reina de un río tanto más ancho como menos mentado que el Támesis o el Arno o el Tíber o el Sena o el Danubio. Ciudad venida a más venida a menos, donde no me dieron a elegir nacer pero donde quiero morir cuando me toque. Tarde, si es posible… pero aquí.

15 de abril de 2007

IL RACCONTO DELLO ZIO

Ayer regresaba por la tarde orillando la Plaza San Martín cuando, a la altura del Círculo Militar (el otrora palacio Paz, concluido en 1909, ya con micrcocine), le di unos pesos a una señora que yacía sentada sobre una especie de poncho y rodeada de tres o cuatro purretes de entre nada y cuatro años. A poco de continuar la marcha, se me apareó una chiquilina de unos ocho años (la edad, más o menos, de Valeria), desgreñada, sucia, descalza y cargando en brazos un bebé simiesco, arrancado, se habría dicho, de uno de los delirios de Hierónimus Boch. Me llamò la atención esa falta de aliño inusitada hasta entre nuestros mendicantes más zarrapastrosos: algo me dijo que la cosa venía torcida, Tío, tío, me das plata para comprarle leche y pañales a mi hermanito?, Ya le di a tu mamá, No, esa no es mi mamá, ni la conozco, Bueno, pero yo me quedé sin cambio, Dale, tío, por favor, para mi hermanito!!!!, Te dije que me quedé sin cambio, Por favor, daaaaleeeee!!!!, Y además no me gusta que me cargoseen, Pero dale, tío, por favooor, para leche y pañales!!! La insistencia incansable fue otro signo de que la cosa venía en falsa escuadra, con lo que ya la estaba por mandar a freír papas. Pero llegábamos a Esmeralda, en cuya esquina hay un Farmacity, y yo tenía que comprarle leche a Xóchitl (Sóchil), de modo que me ablandé y le dije, Bueno, vení; qué leche toma tu hermanito? Esa (señalando un tarro de leche en polvo mediano), Bueno, te compro el grande; y qué tamaño de pañales usa?, Medianos. Chapé una caja y con el tarro, los doce sachetitos de leche para Xóchitl y la caja de pañales enfilé para la caja, Andá y elegíte un chocolate para vos. Me tocó el turno, pagué y le di su bolsa. Como la cosa era con tarjeta de crédito, el trámite se dilató, pero la mocosa seguía firme al pié del cañón, Y ahora que tenés cambio, no me das diez pesos?, No, basta! Ya te compré leche, pañales y un chocolate; ahora pedíle a otro. Se calló, pero siguió sin apartarse ni un paso. Al ratito, cuando vio que sus plañidos eran fútiles, se mandó mudar. Fue ahí cuando el cajero me dijo, Sabe para qué se quedaba? Le iba a pedir el vale, porque después viene con lo que le compraron a ver si le devolvemos la plata. Entonces comprendí la trampa perfecta: la chiquita era, sin duda, gitana (y no me estoy poniendo racista, sino arriesgando una hipótesis sociológicamente poco arriesgada, que parienta de nuestro recién desposado Sandro de América esta criatura seguro que no era), y quién sabe cuán nutrida legión de hermanos, hermanastros y primos de vaya uno a saber hasta qué grado rastrillarían el centro a la caza de incautos de conciencia frágil y bolsillo holgado. En este Farmacity, me explicó el cajero, no les aceptan las devoluciones, pero seguro que algún provecho le han de sacar a la mercadería al cabo de la jornada; acaso vendiéndosela a la mujer del Círculo Militar por las monedas que le di. Seguí me camino con más bronca que tristeza: bronca porque esta mocosa le estaba literalmente sacando el pan de la boca a los genuinamente necesitados. Bronca por los padres que la acicateaban y los adultos que, a sabiendas, la apañaban, que el cajero me contó la precisa cuando ya era tarde, y, sobre todo, bronca por haber caído como un chorlito. Ahora que me saco la espina de hiel, me va quedando la tristeza pura. Tristeza por esa gurisita que ya no tiene inocencia que perder y pronto entrará a quedar embarazada para arrojar más niñas como ella a las fauces del mudno, tristeza de que la calle fuera toda su escuela y timar su tarea. Mundo de mierda, carajo! Lo digo con el hígado hecho un puño apelmazado y pienso en seguida, Menos mal que Valeria y Xóchitl se crìan a salvo de la selva… Aunque, con todo y cambio climático y las bombas terroristas cada vez más cerca y el odio acumulado cada vez más implacablemente en cada vez más millones y millones de desheredados sin esperanza, quién sabe!

23 de septiembre de 2007

Hace unos días, bajando de mañana por Florida camino de la Plaza San Martín, me topé con un purrete de unos ocho o nueve años, menudo, rubión, que, acordeón de colorinches en mano, asomaba sonriente bajo un desproporcionadísimo sombrero de cowboy. Tocaba con admirable musicalidad. Me detuve a darle un billete de dos pesos, me agradeció más o menos perfunctoriamente y con todo desparpajo me preguntó, No me comprás unas figuritas que venden en la librería de acá a la vuelta?; cuestan diez pesos. Hablaba con un acento indefinible. No terminé de sorprenderme que se nos sumó una chiquilina de unos seis o siete años, portadora de un acordeón idéntico, que resultó la hermanita. Se pusieron a hablar en un idioma que no atiné a inferir, Somos rumanos, me explicó, Y cuánto hace que están en la Argentina?, Cuatro años, Bueno, a ver dónde queda esa librería, Gracias!!! Y los dos salieron disparados alegremente sin reparar en si yo atinaba a seguirles el paso. Dieron vuelta por Paraguay y se metieron en una especie de bazar. La dueña era una china de alrededor de cincuenta pirulos, que sacaba máximo provecho a su castellano comercial básico, Qué buca? Acá tiene todo. Mira, mira! Buca, buca! Mi acordeonista enfiló sin vacilar. Se ve que había estado antes, tal vez haciéndole comprar otra cosa a algún predecesor de quien les narra, o nomás mirando y alimentando sueños. La mano encontró casi automáticamente lo que buscaba. La hermanita me preguntó, entonces, Me comprás algo a mí también?, Qué querés?, Lo mismo. Las gracias me las dieron ya casi desde la calle. Yo salí con los pies atascados en lucubraciones. Cómo habrían venido a parar a la Argentina los dos rumanitos? Cómo habrían aprendido a tocar el acordeón? Serían, tal vez, gitanos? No. No tenían pinta de. Pero qué hacían un viernes a las once de la mañana tocando en la calle en vez de estar en la escuela? Y la china, cómo llegaría ella a Buenos Aires, sin saber, seguro, ni una palabra de español? Cómo se las habría ingeniado para abrir ese cambalache de objetos de plástico y cartón? La Argentina, me dije contento y hasta ufano, vuelve a ser lo que la hizo como es: un país de inmigrantes. Son otros, de países nuevos: ucranianos, rumanos, chinos, coreanos…Me cuentan que en un pueblito salteño de mala muerte hay colonos indios de la vera India. Se nos irá desitalianizando la guía de teléfonos, supongo. Cómo será el tango cuando se contagie a estos recién venidos de ahora?

Ayer hacia las ocho de la noche, con Alguienita y Xóchitl emprendimos un safari Paraná arriba hasta Vicente López, y luego hasta el Village Recoleta a comprar unos libros. Me tenté de más y terminé adquiriéndome tres mamotretos magníficamente ilustrados: Buenos Aires, la influencia francesa, Buenos Aires, art nouveau, y Buenos Aires, arquitectura y patrimonio, a los que añadí un cuadernillo intitulado Buenos Aires antiguo, cambios urbanos. Me costaron, desde luego, una pequeña fortuna, pero después de Sudáfrica me podía dar el gusto. Yo, que a los sesenta y un pirulos que cargo he vivido casi cuarenta por ahí, que me fui a los 19, con, si acaso, quince años de recuerdos de una Buenos Aires vista de lejos, porque en aquella época, de San Fernando no íbamos al centro sino a Buenos Aires, y que de los 18 meses que llevo repatriado no habré pasado ni seis yirando nuevamente por sus calles que a veces -muchas, demasiadas!- casi no reconozco, nunca he dejado de ser un porteño a ultranza. La hija de un colega de la ONU decía de su viejo, de mí y de nuestros amigos que éramos porteños "históricos", o, como decíamos nosotros de los viejos de entonces, un porteño "de los de antes". Es raro eso de ser porteño de antes ahora; uno es como turista del tiempo, un viajero venido del pasado; porque este presente que viven los demás para mí siempre fue el futuro, el Buenos Aires que iba a ser cuando yo fuera grande. Y aquí está, y estoy. Aquí estamos, digo, el Buenos Aires de hoy y yo de antes, tratando de embocarle a la simbiosis… Ya vendrá!

La cosa es que cargamos el portaXóchitl de volúmenes y salimos nuevamente a la rúa. Nos sentamos en la vereda de Pane e Vino y nos pedimos sendos vasos de un rosado propicio con una picadita de quesos y aceitunas. Viene a pedir unas monedas una muchachita de unos diez años, sospechosamente pulcra, que va dejando en las mesas una foto de un niño demacrado que presuntamente es se hermanito y de seguro se está muriendo de cáncer. Yo huelo el fraude, pero Alguienita es de bolsillo fácil. Más tarde, la moza nos explica que la foto está bajada de internet, y que la imagen es de un pibe iraquí. Raro! En Viena no he visto gurises que tengan que timar a comensales incautos un sábado a la noche en vez de estar en su casa con los suyos. Cómo será su casa? Dónde? Quizás en un porteño Soweto.

Frente a nosotros, y a la izquierda y a la derecha, el ajetreado tropel de artistas callejeros hijos de la pobreza, del cosmopolitismo y de la propensión innata al espectáculo tan nuestros de ahora. De ahora. Porque lo de la pobreza (claro que no tanta ni tan abyecta ni tan sin esperanza) y del cosmopolitismo (pero más callado, de albañiles, almaceneros y psicoanalistas) y de la propensión al espectáculo (pero bajo techo, a puertas cerradas, como "número vivo" de los cines) es, cómo no, de antes; pero el desparpajo circense y modernoso es de ahora: dos guitarristas eximios que se acompañan a sí mismos con sus propias grabaciones, uno meta tangos y, cuando le toca callarse, el otro meta jazz, una pareja de tangueros que, por una vez, bailan que no dejan ver el aire entre los cuerpos -y no como los postmodernos de ahora disfrazados de de antes, que derrochan acrobacia para asombro de la gilada intonsa-, un titiritero, un mimo que ya no sabe qué hacer para que los viandantes le den bola, pese a que tiene una claque de dos chicas y un pibe que le festejan sus presuntas gracias, dos vendedores de cómo ventiladorcitos luminosos y demás chiches por el estilo fabricados seguramente por niños esclavos en Tailandia o en Taiwán, y otro chiquilín de Bachín acordeonista, que se materializa de improviso y ya nos va a tocar una serenata pero advierte que Xóchitl se ha quedado absolutamente dormida en medio del barullo (ya le tocará percatarse del mundo a mi pequeña, en un Buenos Aires en el que este de ahora será el de antes), dice, Uy, perdón!, y se adentra entre las otras mesas a tocar un breve y reiterado floreo y a zapatear con genuina gracia. El mocoso es simpatiquísimo. Cuando se va con su magra pero breve recaudación, lo detengo y le doy cinco mangos, GRAAAAACIAS, SEÑOR!!!! Ah, ya sé: porque no le desperté a la bebita, no? Sí, por eso, y porque tocás y bailás con mucha gracia…, (Y porque me muero de pena de que tengas que andar payaseando un sábado a la noche entre los burgueses de pro como uno en vez de estar cenando en tu casa con los tuyos… Dónde será tu casa? Cómo? Acaso en un Soweto porteño. Y si estás acumulando odio contra mí, hasta contra Alguienita y esta Xóchitl inocente de toda inocencia, de su cochecito italiano y su ropita de boutique, quién es quién para culparte?).

Nos tentamos y pedimos unos linguine al pesto y unos tagliatelle ai frutti de mare. Craso error! La pasta está dos minutos enteros más allá del dente y las salsas se aburren de anodinas. Y yo que de joven estaba tan engreído de nuestras pastas… Perdonaci, madre Italia!

Xòchitl entretanto se ha despertado y bebido íntegro su biberón y empapado de baba y vomitado. El mozo nos regala dos servilletas para que le pongamos sotto il culito y le limpiemos la papada, respectivamente. Nos las habrían regalado en Viena? Bueno, en Viena las servilletas son de papel. Y echamos a desandar el camino entre los serenos y suntuosos edificios que miran la Buenos Aires pasar y pasar desde la Belle Epoque. A la altura de Vicente López, Callao es como en los libros que acabo de comprar con el equivalente de un sueldo de operario. Luego viene el otrora mercado, con su recova de antes llena de negocios de ahora. En frente, la casa de pastas frescas y vinos caros. Más adelante, la Plaza, cuidada, me explica el cartel, por el Banco Río (o algo así) y mí, y ahora en pleno tren de remozamiento, como toda la ciudad donde moramos los como uno, que es como debe ser (qué sentido tendría remozar las plazas de Soweto, si igual los negros de mierda lo van a ensuciar todo en seguida?).

De ida nos hemos detenido a sacar un par de películas. Una de ellas es Le couperet (o sea, la cuchilla de cocina, solo que por esas cosas de la mediación intercunilingüe el título español es "La corporación"), de Costa Gavras (el de "Z" y "La confesión", recordates, gerontes?). Es una maravilla: A los 40 años un ingeniero químico especializado en papel es despedido, al cabo de quince, de su empleo en una planta de Lieja. Pasan dos años y medio y sigue sin encontrar trabajo. Su mujer se conchaba de mañana en una librería y de tarde como enfermera. Poco a poco se vende el coche grande, se suspende el cable, se deja de comer carne…Un buen día, el tipo comprende que la única manera que tiene de que lo vuelvan a contratar en la especialidad es matando a los posibles competidores. Se le ocurre una idea genial: Pone un aviso en el que pide a alguien de sus calificaciones. Al apartado postal entran a llegar toneladas de solicitudes que el analiza con todo rigor, tras lo cual se pone a asesinar minuciosamente a los que le puedan hacer sombra. Todo lo hace porque para él el trabajo ha sido su vida y para que su mujer y sus hijos no tengan que "achicarse" injustamente. En la yapa, el actor protagónico comenta que cuando para el individuo lo único importante es el trabajo, o la familia, o Dios, pierde noción de las cosas y se vuelve capaz de cualquier cosa. Todo transcurre en suburbios impolutos de chalets como los de Martínez o Acassusso. Uno de los competidores, despedido también, trabaja de vendedor en una sastrería, otro es mozo de restorán… A un tercero el banco le ha quitado la casa y el hombre se ve obligado a vender hasta la cama… El empleado de sastrería le cuenta que a los ejecutivos ya no les importa el papel que fabrican, sino la eficiencia, la rentabilidad, el lucro. El mozo se queja de que, a diferencia de los espartanos que sacrificaban a los bebés deformes y los esquimales que abandonaban a los viejos, la sociedad moderna se deshace miopemente de sus miembros más capacitados. Con toda frialdad y lucidez, el protagonista comprende que, si bien los verdaderos enemigos son los grandes accionistas a quienes el ser humano tiene completamente sin cuidado, nada puede contra ellos, y que no se trata de cambiar el juego sino de ser el que mejor hace trampa.

Yo soy ateo, agnóstico que nos decimos para atenuar el escándalo. Pero me cuesta creer que los acordeonistas del viernes antes de partir, y Soweto la semana pasada y ayer los dos pibes de la Recoleta y, por último, la película que alquilé sin saber que existía no estén enhebrados por un hilo sutil. Tanta maldad, tanta miseria, me digo, no pueden ser fruto del azar. Cómo rozará a Xóchitl el ala del cuervo? Tiemblo de solo pensarlo, porque poco puedo hacer para protegerla de su sombra. En el diario de ayer vaticinaban que en cincuenta años el calentamiento planetario iba a afectar toda la franja central de la Argentina, desde La Quiaca hasta el Río Negro, cubriendo, entre otras provincias, San Juan, Mendoza, Tucumán, Córdoba, Buenos Aires y La Pampa. A la mierda, entonces, el modelo agroexportador y la frívola farándula de mi desprevenida clase media.

Pobre pequeña mía: no sabe que su padre la pasea plácidamente por la cubierta de Primera del Titanic!