viernes, 26 de septiembre de 2008

PEQUEÑA CRÓNICA GINEBRERA (Julio de 2204)

Estoy anclau en Ginebra hasta fin de mes, viviendo en un hotelito apenas empezada Francia, en Ferney-Voltaire, la ciudad natal del quidam epónimo que está, como Borges y Ginastera, enterrado en Ginebra. Anoche me invitaron a cenar los Teleki. Ella supo ser jefa de la cabina española en NY primero, donde nos conocimos, y después en Ginebra. Ahora lleva cinco pirulos de retirada. De regreso, a eso de las diez, daba vuelta al rond point para irme al catre cuando vi que un pibe de unos 25 años estaba haciendo dedo por la ruta de Bellegarde. Como no pasaba nadie, me imaginé que, si no lo levantaba Yo, iría a pasar la noche a la intemperie. Para peor amenazaba con entrar a llover fiero. Así que di la vuelta completa y lo llevé. Iba, efectivamente, hasta Bellegarde, como a 30 kms de Ferney. El tipo, claro, no lo podía creer. Pero lo expliqué que, de muchacho, yo había tenido que confiar mucho en las gauchadas de la gente, sobre todo la indulgencia de los automovilistas, y le conté estas historias:

En julio de 1969 salí a recorrer los Balcanes con dos amigas argentinas que estudiaban conmigo en Moscú: Susi, oriunda de Carlos Casares, Provincia de Buenos Aires, y Cristina, salteña. Yo estaba al cumplir 24 años el ídem de agosto, que me tocaron en Plodviv, Bulgaria, ellas diecisiete cada una. Yo estaba enamorado hasta el caracú de Susi, pero, para variar, no me deba ni cinco de bola. Bueno, pero sigo. Bajando de Skopje (Montenegro) nos hicimos dejar en la estación de trenes de Tesalónica. Estábamos parados en la entrada con cara de pelotudos, como a las diez de la noche, sin saber qué hacer (con un presupuesto de 50 centavos de dólar diarios por persona!) cuando se detiene un tipo más o menos joven, en un BMW, que nos habla en griego. No nos entendemos, pero el tipo nos hace señas de que nos subamos igual. Nos lleva al consulado americano para que el sereno nos traduzca. Así se entera de quiénes somos y de qué andamos buscando sitio para dormir. El sereno le dice que nos lleve a la Universidad Americana. Allí nos deja. Un estudiante gringo que pasaba nos invita a quedarnos en su cuarto y él se pasa al del vecino. Se hacen cargo de nosotros durante cuatro días.

Así recorrimos Grecia. De regreso, estábamos en pleno centro de Atenas, en la playa Omonoia (Independencia, ¿no, Dimitri?)... haciendo dedo con las mochilas a cuestas. Claro, no era el mejor lugar. Pero hete aquí que se detiene una Volkswagen Kombi anaranjada, con chapa griega, y, a bordo, un tipo como de treinta años, barbudo pero prolijo, como yo, y dos purretitos. El tipo me pregunta que adonde vamos. A Tesalónica (camino de Estambul). Nos explica que ahí no nos va a levantar nadie, pero que el nos puede dejar donde nace la autopista. Hasta allí nos lleva, nos ayuda a bajar las mochilas y al estrecharme la mano me pone un billete de cien dracmas (tres dólares de entonces, mi presupuesto de una semana) diciendo, Esta noche cenen caliente y brinden por un amigo griego. Se llamaba Hill Golfinopoulos, vivía en el Canadá y había venido a visitar a su familia.

De Tesalónica seguimos para Estambul. En vista de la aventura precedente, decidimos ir a probar suerte a la Universidad. Para hacerla corta, un estudiante turco nos llevo a los tres a su casa, también durante cuatro días, y entre él y sus amigos se ocuparon de nosotros como de reyes. El estudiante, Mete Arsoy, vivía en un dpto de TRES ambientes. El dormía en un dormitorio, la tía en el living, y su hermana y su madre en el otro. Pasaron la tía al dormitorio de la madre y la hermana, se paso él al living, y nosotros dormimos en su cuarto, CUATRO DIAS. Cuando al final partimos, madre, tía, hermana, Mete y amigos nos llevaron a la terminal de camiones. Allí nos dieron una bolsa cargada de comida, otra llena de fantasías, y empaparon de lagrimas el lugar.

Así llegamos a Edirna (creo), en la frontera búlgara, solo que eran como las 21 y la frontera acababa de cerrar. El pibe del quiosco de la dirección de turismo nos dijo que podíamos dejar las mochilas en su oficina, que también estaba por cerrar. Sin tener adonde ir ni plata para ir adonde fuera, nos sentamos en el cordón de la vereda a esperar el DIA. Al rato, aparecieron cinco o seis purretitos. Nos miraron con larga curiosidad. Cuando les hice una monería, desaparecieron, Creí que se habían asustado, pero volvieron con como veinte más, entre ellos una chiquilina como de siete años que hablaba inglés. Les regalamos todas las fantasías que nos habían regalado la madre y la hermana de Mete. Entonces volvieron a desbandarse y al rato regresaron con comida y té. En eso aparece un hombre en una moto. Es un turco con cara de malo bueno, de bigotes renegridos y tez cetrina. Nos explica, en alemán premonitorio, que es pintor, que la familia esta en Alemania y que podemos dormir en su casa. Monta a Cristina en la moto y nos dice a Susi a mi que sigamos la avenida, que él vuelve por nosotros. Y Cristina se monto, no mas, y desapareció en Turquía. Así, sin pensarlo ni ella ni nosotros. Como al kilómetro reapareció nuestro amigo, cuyo nombre nunca logramos descifrar, y nos llevo a la casa. ahí nos ofreció el melón mas delicioso que he probado en mi vida, que rociamos con anís, toco el violín, canto en turco, nos pidió que cantáramos en castellano, nos dio las buenas noches y se fue a dormir. Al DIA siguiente nos llevo a la frontera. Recuperamos las mochilas y cruzamos A BULGARIA!!! a pie.
Los guardafronteras no se lo podían creer.

Esa noche, en Bofia, mi uña encarnada se puso fea. Pese a que eran pasadas las 21, tocamos timbre en una casa. Nos atendió un señor en piyama. La señora se levanto de la cama y me curo, luego nos dieron de comer y nos dejaron dormir en el living, o sea en el OTRO ambiente, que ellos y los dos chiquitos se pasaron al único dormitorio. Al DIA siguiente, cargados de comida, seguimos camino de Bucarest.

Y este pibe se sorprendió porque lo llevé unos kilómetros a su casa. Me ofreció incluso dinero. Le conté, como digo, estas historias y le dije, Yo a esa gente no le voy a poder agradecer nunca. Lo único que puedo hacer es perpetuar la cadena. Vos a mi tampoco me podés agradecer. Lo único que podés hacer es perpetuar la cadena. En todo caso, a quienes tendrías que agradecer es a esa gente.

Ah, me olvidaba, con Susi logré finalmente ponerme de novísimo y recorrer Europa con la guita que ganamos laburando en una embotelladora en Estocolmo durante el verano de 1971. Por cierto, salimos de Leningrado camino de Helsinki, y esa fue mi visita anterior a Pietroburgo, en junio de 1971. En el ferry venía un compañero nuestro, paraguayo, que iba a tratar de renovar el pasaporte a Finlandia (no solo que el Paraguay de Strossner no tenia relaciones diplomáticas con la URSS, sino que él estaba clandestino. No tenia, literalmente, ni un solo dólar. Así que con Susi le dimos cinco de los veinticinco que llevábamos entre los dos. Porque éramos así todos con todos. El habría hecho lo mismo por nosotros. Con Susi regresé en diciembre a la Argentina. En febrero, nos fuimos a buscar laburo al Chile de Allende. Yo conseguí una cátedra en el Instituto Pedagógico, pero solo para septiembre, de modo que nos regresamos. Al llegar, Graciela Sirota (los gerontes recordaran a aquella estudiante de medicina que los nazis secuestraron en 1964 o 65, torturaron con colillas de cigarrillo y tajearon a navajazos sendas esvásticas en los senos) nos consiguió laburo en ILVEM (recordates, gerontes, el Instituto de Lectura Veloz, Estudio y Memoria?) Después la cosa no anduvo. Yo me puse de novio con la que iba a ser mi primera mujer y ya no volví a Chile. Eso me salvo la vida, porque a mis compañeros del Pedagógico se los llevaron el DIA mismo del golpe al Estadio Nacional y no salio ninguno. Susi ahora vive en el Brasil y tiene dos hijas que militan en el movimiento antiglobalizacion. Hace poco retomamos el contacto. Cristina es una de los 30.000 desaparecidos.