viernes, 26 de septiembre de 2008

CRÓNICAS VARSOVIEJAS I (septiembre de 2005)

Lunes 19

Desde ayer que estoy nuevamente en Varsovia, al cabo de casi cuarenta años de historia mía, de Varsovia y del mundo. Casi no la reconocí: es que la vez anterior era un gélido enero de 1968, y el gris implacable del invierno potenciaba el gris inclemente de aquel socialismo "real" en el que, como tantos, creí.

Me recibió con un sol peronista que acariciaba sin maldad, como suele ser por estas latitudes, una ciudad de inmensos espacios baldíos, casi sin medianeras, vastamente extendida no se sabe del todo bien para qué. Para nada, claro, sino porque... Porque los nazis, que ya la habían bombardeado con la saña de Guernica en 1939, la dinamitaron en represalia del levantamiento de agosto de 1944. No queda, pues casi nada de Varsovia. La ciudad vieja no es tal: fue reconstruida piedra a piedra sobre la base de los cuadros del Canaleto (que Segismundo II tuvo la visión de encargarle que le pintara la ciudad, por las dudas... visionario el monarca, vio?). Dicho lo cual, fuerza es constatar que la reconstrucción es una maravilla: sin concesiones, no como el centro de Viena, que aun exhibe sus dientes postizos. Todo se ha puesto de colores, de colores sin exagerar, como lo son los del capitalismo septentrional, que oculta púdicamente sus McDonalds. Bares y cafés y restoranes y quiosquitos de comidas por todas partes, gente aprovechando las ultimas monedas del verano, chiquilines rubios y rechonchos, muchachas esbeltas o apenas exageradas de carnes, viejos trabados de bastones y muletas en el fondo de cuyos ojos los oftalmólogos detectarán, sin duda, el brillo inolvidable de las llamas y las ruinas. En una esquina, dos purretes de no mas de diez años, y uno seguro que de menos, se concentran en los atriles y sacan tríos sonatas barrocos de su violín, su clarinete (anacrónico, es cierto) y su violonchelo. Tocan bastante bien. Serios de toda seriedad. La gente casi ni los nota. Mi billete (diez zlotys, casi tres euros) es el segundo que les han dado. Desparramadas por el resto del estuche del violín, unas pocas monedas. Inexplicable. Casi en frente, un hombre de unos cuarenta años alza inútilmente al cielo sus ínfimos muñones. Recuerdo aquel verano del 66: Quizás en el mismo sitio habían dejado plantado, literalmente, en un cochecito de bebe a un ancestro, todo tronco y nada mas debajo de la cabeza que se paseaba lo que podía soplando como una foca de circo la armónica clavada frente a él. Pareciera que hasta los mendigos eran mas esperpénticos entonces!
Y si el día es tan espléndido y en casa Alguienita se ha quedado para poner por fin un poco de orden y regañar cada tanto a Valeria porque insiste en actuar como si todavía tuviera seis años y me van a pagar un choclo de guita y la cerveza esta perfecta, por que yo regreso a la melancolía? Por el sueño perdido, casi muerto y enterrado.

Mañana (por hoy) me prometo, voy a visitar el Museo del Levantamiento. No lo se aun, pero me lo imagino: ha de ser, seguramente, el museo más difícil del mundo.

Ahora, que ya he vuelto y lo he corroborado, no tengo tiempo. Dentro de unos minutos me toca mi primera reunión dendeveras, internacional, larga y lejos. Está por comenzar, por fin, mi nueva vida y todo yo soy una paradojal ensalada de expectación y nostalgia, leticia y congoja.

Martes 19

Los chiringuitos subdesarrollados

Una de las cosas que mas profundamente me sorprendió es la proliferación de quiosquitos mas o menos improvisados, muy parecidos a los de pueblo nuestro (o de México, o de Colombia, o de Tailandia), construidos un poco a la buena de Dios y a la buena de Dios amontonados aprovechando los vastos intersticios entre edificios de concreto y acero. Son todos de comida dendeveras, del Tercer Mundo, sobre todo -oh sorpresa entre las sorpresas, pero al cabo no tanta- vietnamitas. Claro, deben ser de los que quedaron atrapados en la pleamar del socialismo real, cuando pululaban por estos y otros vecinos pagos los estudiantes indochinos llamados a retornar para reconstruir su país después del napalm y los bombardeos "sabana".
Pero también los hay magrebíes. Cuatro paredes de estuco (inmaculado, eso si), una ventana para pasar la comida y cobrar los dos o tres centavos que cuesta y, en los casos mas de pro, algunas mesas y sillas de plástico (a veces hasta cubiertas por un tinglado). Los hay por todas partes, como perenne recordatorio de que Varsovia es toda suburbio.

He comido en dos. Un kebab relativamente digno, y unos camaroncitos picantes ni lo uno ni lo otro. Me causa gracia ver esas caras de beduino o de tintorero negociando a duras penas el torrente de sibilantes necesario para decir cualquier cosa. Extraña ciudad esta, que es sin existir o existe sin ser del todo, colgada sobre el vacío de su presente entre un pasado que no volverá y un futuro que aun no llega.

Miércoles 20

Ferdy's.Ayer unos colegas (argentino él y suiza ella) me invitaron a cenar al tal Ferdy's en el hotel Radisson. Ferdy por Ferdydurke, la novela que hizo famoso a Grombrowicz... en la Argentina, cuando apadrinaron al maestro Antonio dal Masetto, Miguel Grinberg y los demás personeros del grupo que luego fundo Eco Contemporáneo. La tradujeron más o menos entre todos con la vigilancia del autor. La mujer de Grombrowicz (que quedó anclado en nuestro país cuando la invasión de Polonia lo sorprendió haciendo una escala el 1o de septiembre de 1939 y aguantó 24 años, o sea, cinco más que este cafiolo) era francesa. Y el dueño del restorán lo ha transformado en un homenaje gastronómico a los dos países. O sea, que sirve carne argentina, que joder, y muy pero que muy buena y bien hecha. En rigor, el homenaje termina ahí, en el "Filet steak" (es decir, el baby beef de lomo) y el onomasiológicamente misterioso "asado sirloin steak", que es ni más ni menos que el bife de chorizo con grasa. Luego hay cosas tipo "gaucho vegetable soup" (en honor a la reprimida minoría que son los gauchos vegetarianos, supongo), las "beef and almond empanadas”, el "chorizo" (vide infra mas abajo a continuación), las "gaucho fries" (papas fritas con cáscara), supuestamente "flan" supuestamente "con" supuestamente "dulce" supuestamente "de leche", amén de platos de franco corte extranjero, tipo "seafood ceviche", "crab cakes". "beef quesadilla" y, mas desembozadamente, "Chilean tomato and onion ensalada". La carne la rociamos con un excelente y, pese a la hibridez del nombre, patrio Trivento Golden Reserva - Malbec.

Quisimos empezar, claro, con un choricito, pero la camarera, una polaquita redonda y sonriente, nos previno que "mire que cada vez que me lo pide un argentino me lo tengo que llevar". Lo pedimos igual y resulto ser una fricassée, como diría la SuFis, de chorizo español picante. La carne (tanto el lomo llamado filet como el bife de chorizo llamado lomo), repito, de primera, bien cortada (dos centimetritos de espesor) y al punto perfecto. Venia acompañada, es cierto, idiosincrásicamente (sí, carissimi, idiosincráSSSSicamente, corran al diccionario si no me creen) por una rodaja de berenjena algo de zanahoria y media cabeza de ajo cortada horizontalmente, de modo que parecía media naranja con la mitad de todos los gajos, al horno. DELICIOSO. No veo la hora de probarlo.

El no flan estaba rico, pero claro, era no flan. Que sensación extraña, esta de comer carne argentina en un restorán polaco que nos homenajea por haber homenajeado a un escritor polaco que murió en Francia. Esta ciudad me gusta cada vez más.

Viernes 23

Ayer me toco la tarde (peronista todavía y parece que todo el resto de la semana) libre y decidí ir al que es ahora Ministerio de Educación y que fue en tiempos peores cuartel general de la Gestapo, a ver el museo que ha quedado en un ala del edificio donde se mantienen las salas de interrogatorio (un poco como la ESMA, vio?). El museo queda al sur directo de la ciudad vieja que queda al norte directo del Sofitel Victoria donde se celebra mi reunión. Fue cosa de llegar a la esquina, girar a la derecha y bajar tres o cuatro kilómetros buscando y esquivando alternativamente el sol a veces malevo del mediodía. Di con otra Varsovia, la Varsovia como Varsovia, que desmentía el espacioso bodrio que les contaba, en cuyo medio señorea la verruga descomunal del Palacio de Cultura, regalo de Stalin, acaso para compensar el haberse quedado de brazos cruzados mientras los nazis pulverizaban el alzamiento del otro lado del Vístula (dicen los locales que la mejor manera de ver Varsovia es desde la terraza del Palacio de Cultura, de donde se ve toda la ciudad... menos el Palacio de Cultura), pero ya me fui por las ramas y tengo mucho que caminar.

Bajo por una avenida, Novy Swiat, como lo son las de las ciudades europeas que no han sido dinamitadas, parecida, dijéramos, a una mezcla de Santa Fe y Callao, bordeada de edificios "belle epoque" bien conservados, generosos en tiendas lujientas, restoranes tirando a caros y cafés como literarios, llena de flores y hormigueada de viandantes festivos. Al cabo de un kilómetro y medio o dos, a esta avenida le pasa lo que les pasa normalmente a estas avenidas: perdió viandantes, tiendas y restoranes, fue haciéndose más residencial, parecida ya, digamos, a Uriburu entre Santa Fe y Las Heras, pero siempre mona y paquetosa. Vino un inmenso rond-point (salve, la SuFis!) y tuve que elegir entre adentrarme por lo que parecía (y luego resultó) una pariente estrecha de Figueroa Alcorta o una calle ya mas de barrio. Opté por esta. En otro rond-point me detuve a manducar, en un café literaríisimo, una baguette de hongos con espinacas que estaba deputamadre. En mi redor, estudiantes en diversos grados de florecimiento. Un café parecido a los que había en mi época merodeaban la facultad de Filosofía y Letras.

Camino quinientos metros más, giro a la izquierda y dos cuadras después desemboco en la calle que busco. Estoy en Palermo chico. El museo está cerrado y regreso por la pariente angosta de Figueroa Alcorta. A mi izquierda, embajadas y embajadas en lo que, se conoce, han sido palacetes de familias de pro. A mi derecha la versión de bolsillo del Bosque de Palermo. Es, misteriosamente, una franja de unos cuatro mil metros de largo y, si acaso, trescientos o cuatrocientos de ancho que se ha salvado del desastre (no creo que la hayan reconstruido; no toda, al menos). Como se salvó? Tengo que averiguarlo, porque es obvio que a los alemanes dinamita les quedaba. A partir del rond-point donde recomenzaba Novy Swiat empecé a abrirme en diagonal en busca del hotel. No tardaron en aparecer las imitaciones de Banfield o de Villa Adelina y todo volvió a ser como en la primera crónica, solo que yo mucho más reconciliado con mi vida y la ciudad en que me tocaba pasarla estos días.

martes 23

El museo más difícil del mundo

El lunes fui al Museo del Levantamiento. Queda en la que fue la cárcel política de la Gestapo, por la cual, entre septiembre de 1939 y enero de 1945 pasaron 100.000 personas. Bueno, pasaron 63.000, porque los otros 37.000 fueron asesinados ahí mismo. Llegué apenas abrieron y lo tuve más o menos a mis anchas una media hora. Entré en algo que tenía mucho, demasiado, de mazmorra, como que lo había sido. Paredes grises de un gris de muerte, interrumpidas por las fotos y las pantallas de vídeo por las que pasaban imágenes de época o testimonios contemporáneos de los supervivientes. El 1o de septiembre de 1939, la Alemania nazi, que acaba de firmar el infame pacto de no agresión con la URSS, invade Polonia. Varsovia es bombardeada despiadadamente por los Stukas que Otto Skorzeny (pasado por la Argentina, él, donde fue instructor de la Policía Federal, pero esa es otra historia, o, tal vez, otro capítulo de la mismísima) había estrenado en Guernica. El gobierno polaco, que no cree que la URSS esté también dispuesta a invadir por el este, se trae todas las divisiones al frente occidental. La resistencia es tan heroica como disparatada: antes de hacer mutis para siempre de la historia militar, os polacos mandan su caballería a cargar contra los panzer, que, como es lógico, la diezman. Ante la imposibilidad de resistir, el gobierno emigra a Londres (como el holandés más tarde): en Polonia no hay Quisling, y ordena la capitulación. Muchos militares se evaden al este. Otros vuelan a Londres, donde organizarán los cuerpos regulares que luego se cubrirán de gloria en Montecassino o en las Ardenas. Los que se quedan -y son legión- pasan a la clandestinidad. Ni uno solo se pasa al enemigo; el ejército alemán jamás contará ni con un escuadrón regular polaco: en Polonia no hay Petain.

Entretanto, el 15 (creo) de septiembre, la URSS invade desde atrás. El frente oriental está desguarnecido y cae casi sin resistir. Los oficiales que no son asesinados (como sucedería ignominiosamente en Katyn) se unen a las fuerzas del general Sikorski y se evaden hacia Rumania. Muchos volverán clandestinamente o hallarán la forma de volar a Londres o se sumarán a los movimientos locales de resistencia dondequiera los sorprenda el avance alemán. Polonia es el único país ocupado con un verdadero "Ejército del Interior", comandado sobre el terreno por oficiales de carrera y regido políticamente por el gobierno civil exiliado.
No bien ocupan Varsovia, los nazis establecen el siniestro ghetto en el que llegarán a amontonarse, famélicos y comidos por los piojos, diezmados por las enfermedades y el hambre, hasta 300.000 judíos, que se sublevarán en 1943, un año antes del levantamiento que se honra en este museo, que estalla el 1o de agosto de 1944.

La resistencia data del primer día, y se distingue de las otras por dos factores: Está encabezada por militares profesionales ferozmente anticomunistas (como los relativamente pocos que participaron en la resistencia francesa) y no cuenta con contingentes comunistas de monta (claro, Stalin había entregado íntegro a Hitler el Comité Central del Partido Comunista Polaco, Pacto de No Agresión oblige!). Por otra parte, el Partido Comunista polaco es débil: años de ocupación rusa han enraizado en la población un antirrusismo a ultranza que se transforma fácil -y justamente, qué le vamos a hacer- en antisovietismo, que, hasta 1956 será sinónimo de anticomunismo (a partir de Hungría, muchos comunistas, sin dejar de serlo, se hace antisoviéticos). (No por nada Polonia será el primer país eurooriental en sustraerse a la órbita soviética y, de paso, reintegrar sus riquezas a los ricos, encabezado no por un Rey retornado, como en Bulgaria, sino por un electricista de derecha, oh sentido de humor de la historia!).

Pero la resistencia no es únicamente militar: participa (pasivamente, es cierto) prácticamente toda la población. La consigna es clara: no mover un dedo para facilitarle las cosas al ocupante. A diferencia de Francia, la colaboración es un fenómeno aislado Sí, hay pandillas fascistas vernáculas al estilo de la "milicia" francesa, pero nada de periódicos como "Je suis partout" (dirigido por un argentino –vamos todavía!-, Lesca, cuya historia apasionante la ha escrito Jorge Asís) ni la complicidad de figuras del prestigio de Céline, Maurras, Drieu La Rochelle, Vlaminck (si no yerro, y si no, otro de los grandes de la pintura del s. XX), Cluytens o Scmitt, ni la complicidad reticente de una Girodoux. Hay que recordar que para Hitler, y a diferencia de los escandinavos, los holandeses y demás paragermanos, los eslavos eran subhumanos que solo justificaban su supervivencia como fuerza de trabajo. La crueldad masiva de la ocupación es mucho más vesánica que la de Europa occidental. El levantamiento no va a ser un estallido espontáneo, sino un movimiento militar detenida -si pobremente- planificado, en el que participará nutridamente la población civil.

En 1943, como decía, se alza el ghetto. Es cierto que las armas las ha pasado de contrabando el Ejército del Interior, y es cierto que éste realizó varias maniobras de diversión, pero el ghetto se levanta solito, y solito cae y es reducido a cenizas: todos los que quedan son enviados a los campos de la muerte, especialmente Treblinka (no Auschwitz, como creía). Los que se salvan son los que han logrado evadirse y refugiarse en los bosques. Muchos se incorporan a los movimientos de resistencia del este. Cuando se produce el alzamiento de agosto del 44, los que están cerca de Varsovia se suman a él. Uno de los pocos (creo que el único!, porque, les cuento, es un mueso difícil) combatientes judíos cuyo testimonio se recoge es el del que toma el mando cuando cae Mordejai Anilévich, el pibe sionista de izquierda que encabezó la rebelión del ghetto. A la hora de incorporarse a los insurrectos, la consigna que imparte a los suyos es clara: Nada de intentar regresar a los barrios de otrora. Ir "adonde nos acepten" (es, repito, un museo difícil), y la mayoría termina peleando codo a codo con los pocos destacamentos comunistas. Cuando le toca rendirse, un oficial que ha peleado junto a él le dice: no digas que sos judío y vas a ser internado como nosotros en un campo de prisioneros de guerra. Y cómo sé que nadie me va a delatar?, pregunta el combatiente judío (porque es, como van viendo, un museo difícil).
Del alzamiento del ghetto, por cierto, en este museo -difícil- casi no se dice una palabra. Fuera del testimonio de este hombre, hay por ahí una biografía (media página) y una foto de Anilévich y algunas fotos, textos y artefactos que recuerdan las espantosas condiciones de vida.
Pero sigamos. A fines de julio, las fuerzas soviéticas, que han triturado al ejército de von Paulus en Stalingrado y avanzan imparablemente hacia Berlín, han acampado a orillas del Vístula, como quien dice en Avellaneda. Del otro lado de los puentes pueden verse los tanques con la estrella roja. Los jefes insurrectos cuentan con el apoyo aéreo de los ingleses (minga!) y con que los soviéticos vengan en su socorro (recontraminga!). Lo más probable es que los soviéticos, sabedores de que la dirección política del movimiento estaba en manos de la derecha (fascistoide ella, las cosas como son) local, hayan preferido dejar que los alemanes les desbrozaran el campo. Pero entonces, por qué los dejan morir los aliados occidentales? Lo más probable es que sea parte del acuerdo de Teherán, prólogo que fue de los de Yalta y Póstdam. Algún día se sabrá. Es cierto, que aviones ingleses y canadienses lanzaron algunos pertrechos, y también lo hicieron los soviéticos… solo que sin paracaídas, con lo que mucho de lo poco se hacía papilla, pero nada realmente importante. Los polacos no tienen para combatir mas armas que las ligeras que han logrado arrebatar al enemigo. En los primeros días caen en manos de los resistentes la ciudad vieja, varios barrios más, el correo y la oficina de teléfonos. Los que han liberado la ciudad vieja creen haber capturado un panzer alemán y lo llevan jubilosos a la plaza central. Está cargado de explosivos y la deflagración mata a unas quinientas personas y hiere a muchísimas más (es que Bin Laden no ha inventado nada, vio?). Uno de los primeros edictos de los sublevados es: "Tenemos el catastro de todos los médicos de la ciudad. Los que no colaboren atendiendo a los heridos no podrán ejercer la profesión después de la guerra". Porque se creía -se sabía- que la guerra estaba agonizando y los cobardes tenían que colaborar por la fuerza. Bien hecho, carajo!, digo yo, pero qué pensarían muchos si lo hubieran resuelto los comunistas?

Los alemanes, armados hasta los dientes, no tardan en reaccionar y van aplastando cuadra a cuadra, casa a casa, la rebelión. La ciudad vieja está en llamas (gracias, Segismundo, por Canaletto!). Los combatientes que quedan se ven obligados a huir por las cloacas. Los alemanes arrojan bombas tóxicas y muchos mueren, literalmente, como hormigas en el hormiguero. La odisea está magnífica y ferozmente descrita en el "Kanal" ("La patrulla de la muerte", como por esas cosas de la mediación interlingüe se llamó en la Argentina) de Andrej Wajda (alguno que la haya visto recordará que hay entre los alzados un músico que de pronto se pone a tocar el piano, y que sus camaradas le piden "La cumparsita").

A fines de septiembre (dos meses de pelear con el monstruo en sus propias entrañas!) no queda nada que hacer y los sublevados capitulan. Hitler ordena dinamitar la ciudad: "De Varsovia no debe quedar más que un punto en el mapa; la capital de Polonia debe ser simplemente una noción geográfica" (sic…sick!!!). En uno de esos raros momentos de bonhomía que desmienten su fama de verdugo, Stalin dirá que "Lamento la sangre derramada por estos valientes que se alzaron prematuramente". A los héroes de la Brigada Lincoln que habían peleado como leones en Belchite, Jarama y el Ebro, las autoridades gringas también los tildarían de "antifascistas prematuros" (es que la historia, como descubrió Hegel, tiene un notable sentido del humor). Pero y la franja palermitana que logré visitar intacta? He logrado dilucidar el misterio: era la zona (la mejor, claro) donde vivían los alemanes y funcionaba su administración. Como cuando en enero (apenas tres meses después!) los soviéticos cruzaron por fin el río, los tomaron por sorpresa y el avance fue, además, tan fulminante que no les dio tiempo a destruirla.

Wajda tiene otra joya. "Cenizas y diamantes", que narra la historia de un joven insurrecto a quien, en 1946, los dirigentes de la derecha vernácula (y veteranos del levantamiento) encargan asesinar a un comunista (resistente también) que ahora forma parte del nuevo poder. Esta gente, que ha combatido gallardamente contra el ocupante, no es mejor que Massu o Salan o Aussarés (que, por cierto, acaba de publicar un libro defendiendo la tortura), supliciadores del pueblo argelino, o de Lattre de Chassigny, verdugo del vietnamita, héroes los cuatro de la resistencia (como lo han sido muchos seguidores de Le Pen). Es que, les digo, este es un museo muy difícil. Algunos se codearán luego con los nazis confesos lituanos, letones, estonianos, rumanos, cróatas y demás que fundaron la "Sociedad de naciones Cautivas" (los que caen en manos de los soviéticos, claro, no contarán el cuento, al igual, para variar, que muchos de sus circunstanciales compañeros de armas comunistas). Desde luego que muchos otros han sido gente digna, pero la conducción militar y política no era exactamente un dechado de democracia representativa, que antes de la Guerra, el gobierno polaco no era exactamente como el de Massaryk o Benes en la vecina Checoslovaquia.

Un museo, decía, difícil. Porque la historia está hecha de grises, y los que por comprensible afán ético queremos decantarlos hacia el blanco o hacia el negro la tenemos cuesta arriba.

Tres rosas rojas para los muertos sagrados

Ayer aproveché las dos horas de almuerzo y que el sol jugaba a los 23 grados para rehacer un peregrinaje que ya había intentado el lunes y que, veremos por qué, no me salió. Quise ir a la famosamente infame Umschlagplatz, de donde partieron los famosamente infames convoyes camino de Treblinka. Por el camino di con un monumento que en un inicio creí el que buscaba: unos durmientes de piedra con inscripciones que se alejaban al encuentro de un viejo vagón de ferrocarril cargado de cruces maltrechas. No, me dije, cruces no. Le di vueltas y vueltas en busca de una placa que me aclarara las cosas, pero está como escondida. De modo que entré a preguntar a los vecinos. Un joven me dijo que creía que de ahí se habían llevado a los judíos, pero no estaba seguro. Otro me confesó que no tenía idea, pero que seguro que tenía que ver con la Guerra. Me metí en el hotel de justo en frente y el muchacho que atendía el bar me dijo que seguro que era algo de la Guerra, pero no sabía exactamente qué. Ay de estos jóvenes que tienen tanta historia que recordar y que se olvidan de tanta historia, porque, como previno Hegel, los que se olvidan de la historia están condenados a repetirla. Volví a buscar la placa y por fin la encontré: Si descifré bien las eses y las ces y las zetas era un monumento a los oficiales polacos deportados a la Unión Soviética en septiembre del 39. Quise depositar una flor, pero, cosas de la memoria que se olvida, no había a la redonda ni una florería, ni un quiosco, ni una viejita vendiendo flores. Después me pasé y me perdí. Tardé como media hora o más en reencontrar el camino y di, por fin, con la Umschlagplatz: cuatro paredes de mármol que hay que mirar dos veces para verlas, perdidas en medio de los edificios sin ángel de la posguerra. Junto a ellas, dos -los conté varias veces, para estar seguro-, dos ramos de flores dejadas quién sabe cuánto tiempo atrás. Y a la redonda, otra vez nada. De modo que bajé por Karmelicka hasta Djeina y quise visitar Pawiak, la cárcel política estrenada ya en tiempo de los zares, por donde pasaron 63.000 de los 100.000 que entraron entre 1939 y 1945. (Es que en mi crónica anterior me equivoqué: el edifico del Museo más difícil del mundo no era esta cárcel sino el cuartel general de la Gestapo). Quise entrar, pero estaba cerrado lunes y martes. Y entonces regresé a la conferencia. Caminé literalmente sin parar dos horas y media, cuatro pipas. Me calculo el paso a razón de diez o doce minutos por kilómetro, es decir que unos doce o quince, digo yo, aunque tal vez fueron menos. Pero me quedó esa deuda con la memoria y ayer, por fin, pude cumplirla.

Una rosa roja para las víctimas del ghetto

Antes de salir tomé la precaución de comprar tres rosas rojas. La primera estaba originalmente destinada a los oficiales deportados a Siberia, pero la debo. Es que en el mapa que me habían dado en el hotel, no se indica el ghetto ni se menciona el espléndido y terrible monumento que lo conmemora. Lo descubrí de casualidad. Queda relativamente cerca del centro (veinte minutos de marcha -media pipa- desde el centro de la ciudad vieja, en una plaza en medio de un parque que otrora fue ciudad intensa y apretada, arañada por los tranvías y pródiga en negocios y viandantes. No queda nada. Al pie del monumento, dos paneles con fotos y leyendas. Ahí pude ver lo que había sido antes de lo que fue y lo que fue después: La iglesia de San Agustín, ahora resguardada por algunos edificios modernos que la empujan hacia la ciudad vieja, desnuda y solitaria entre las montañas de escombros y cascotes renegridos por el humo, las llamas y la mugre lisa y llana. Manzanas y manzanas de nada, y, al fondo, la iglesia que los nazis perdonaron por esas cosas de Dios, con su torre erguida yo quisiera que como un puño, pero ¡ay! no. La calle sur se llama, por suerte y con justicia, Anilévich. Todo lo que se ve -o, en rigor, se imagina- a la redonda es lo que fue el ghetto. Imagínense, cumpas, un solar ahora verde y edificios sin mayor gracia en lo que fue, digamos, Callao y Rodríguez Peña y Uriburu y Ayacucho… hasta, digamos, Pueyrredón y, digamos, Córdoba, Paraguay, Charcas, Santa Fe… hasta, digamos, Vicente López, solo que con un trazado caprichoso, porque las calles no eran como son sino como eran, meandrosas e indecisas, producto de años y de años de historia caprichosa, como capas geológicas verticales sobre la planicie.

En el monumento no había más que un grupo organizado de estudiantes alemanes guiados por dos profesores. ¿Cómo será ser alemán en Varsovia frente al ghetto? Estos chicos, claro, no tienen por qué heredar la culpa de sus mayores. Pero no sé. Yo me siento responsable del pasado. No que haya sido culpa mía, pero lo es de mis congéneres y siento que me toca hacer algo para que el presente sea menos atroz.

Una rosa roja para los Flazstersztjen

No quise adelantarme a los hechos, pero desde que leí la respuesta de Esther a mi crónica en el otro foro (150 miembros de la familia de su abuela gasificados en Treblinka) me prometí que vendría a dejar una rosa roja en memoria de los suyos asesinados y de todas las víctimas inocentes. He cumplido. Durante unas horas más habrá una rosa fresca entre los dos ramos en descomposición. No quise quedarme. ¿Qué hacía yo ahí, tan vergonzantemente vivo, tan injustamente sano? Y bajé entonces otra vez por Karmelicka.

Una rosa roja para los que no se resignaron

Los alemanes dinamitaron Plawiak, pero después de la guerra se recuperaron los sótanos y ahora está este museo. A la entrada, un árbol desnudo y maltrecho en el que los memoriosos han ido prendiendo plaquitas y fotos. Allí dejé mi rosa roja para los muertos heroicos: los que eligieron pelear cuando hacía falta una fe casi mística para creer en algo mínimamente parecido a la victoria. La historia de Plawiak, como decía, empieza con la revolución de 1863-65, encabezada por los socialistas, muchos de los cuales murieron solos o con ayuda entre estos muros. Luego los revolucionarios de 1910. Después los de la entreguerra. Y finalmente los antifascistas o los simplemente antialemanes (no olvidar que Bítek, el Premier local de aquellos tiempos, propuso a Hitler una alianza antisoviética a cambio de Ucrania, solo que Hitler lo sacó carpiendo). Como sea, no es justo andar discriminando entre los caídos en la lucha contra el gran enemigo. Honor a todos los que allí supieron morir con dignidadmientras alrededor cundía la infamia. Está el pastor protestante, y el párroco católico, y el profesor de geología, y la enfermera, y la celadora que era miembro clandestino del Ejército del Interior y servía de enlace entre los de dentro y los de fuera… hasta que la descubrieron, y la joven comunista que logró escapar y que fue atrapada luego cerca de donde estaba refugiada porque la descubrieron arrancando de la pared un afiche de propaganda nazi. Están las celdas ínfimas, y las de los condenados a muerte, y los dibujos en papel de estraza, y el ajedrez de migas de pan, y la colección de grilletes, y fotos y nombres y fechas. Y está el libro de los visitantes: hay unos crayones para que cada uno pinte junto a sus comentarios la bandera de su país. Entre las veinte o treinta páginas, conté tres (ahora son cuatro) argentinas, una uruguaya y cuatro brasileñas. La última firma argentina es de Gastón, Quiero creer que es mi sobrino. Ojalá. Tengo que preguntarle. Yo tomé el crayón celeste y rellené las dos franjas. Fue una sensación curiosa: ¡creo que no dibujaba la bandera desde mis deberes de primaria! Entonces me puse a pensar, ¿Y ahora qué escribo? Y, parece mentira, yo, que soy tan generoso con las palabras, no encontré más que dos: ¡NUNCA MÁS!
El museo, por cierto, estaba casi vacío. Me puse a charlar con una señora francesa como de mi edad, judía, historiadora, nieta, resultó, de veteranos de la Guerra Civil Española. Me presentó a Michal, de unos cincuenta años, historiador también, y el único comunista que queda en la dirección del museo (y de los poquísimos que subsisten en Polonia). Nos pusimos a charlar siete u ocho cuadras y quedamos en vernos si podemos. Quisiera presentárselo a mi concabina Mercedes Álvarez, a quien a los dos años su madre, republicana española y comunista, dejó con sus hermanos en Moscú mientras ella volvía a su país desangrado. La de Mercedes es otra historia de las que algún día quisiera contarles. Pero ya está bueno para estas crónicas.
Y regresé a la conferencia como si hubiese dejado una carga pesadísima. Ahora, p'alante.

CRÓNICAS VALEVARSOVIEJODICTORIAS

Viernes 30

Nefeto, queridos virtuales, como dice mi amigo Luis Suardíaz (poeta cubano él) que dice otro poeta cubano, todo lo que tiene fin es breve. Ayer a Varsovia le entro, por fin, el malhumor del equinoccio y se puso irremediablemente otoñal. No eran mentira las hojas amarillas que asomaban, marcescentes, entre las tozudamente verdes, y el sol se mando mudar a otros hemisferios a saldar cuentas con sus ateridos del primer semestre. Varsovia se ha puesto gris, y no hay capitalismo que la consuele. Ayer hasta entro a diluviar con saña, pero fue un berretín nomás. Yo, que ahora que soy mercenario hago de todo por dinero, me quede la mañana terminando una traducción y la noche terminando de terminarla. Esta mañana me despedí de los colegas y los polacos que nos han aguantado los caprichos, monte en un taxi y aquí estoy en el aeropuerto, tecleando las últimas impresiones. Me quedo con ganas de volver. Me gusta este pueblo tan sufrido y hospitalario. Me gusta pese al antirrusismo entronizado, al anticomunismo furibundo y al antisemitismo últimamente inexplicable. Me gustaría si ciento cincuenta -o trescientos mil, o seis millones, todo depende del ábaco existencial- de los hubieran perecido asesinados de la forma mas siniestra? No lo se. Es fácil ser ecuánime y comprensivo cuando la maldad de los demás se ha limitado a supliciar a los demás. En todo caso, poco importa (aunque importe tanto). Es el pueblo que es y es hijo del que hizo lo que hizo. Y también es cierto que ha sufrido muchísimo en su historia de manoseos y oprobios. Quien es uno para juzgar a un pueblo! A los fascistas, en cambio, si que los puedo juzgar y no escatimo furia. Los polacos son polacos como los chinos chinos o los judíos judíos. Los fascistas son fascistas de puro hijos de puta. El enemigo, trato perennemente de recordarme, no es un pueblo, ni una raza, ni una cultura. El enemigo es una ideología y los crímenes a que inevitablemente lleva.

En el Herald Tribune del jueves citaban a Hitler enjuiciado en 1930: La Revolución Francesa se baño en la sangre de los capitalistas. El Tercer Reich hará lo mismo: los mataremos a todos, y también a los socialistas y pacifistas (claro, entre tantas víctimas, los capitalistas se le olvidaron, pero le puede pasar a cualquiera). Nadie tiene derecho a decir que no sabia, como no lo tienen en mi país los que leyeron mi General Ibérico Saint Jean, Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, anunciar tan orondo (salió en los diarios) que "primero mataremos a los subversivos, luego mataremos a quienes apoyan a los subversivos, y por fin mataremos a los indiferentes". Ay de los que no se enteran de la historia, porque están condenados a repetirla!