jueves, 2 de octubre de 2008

CRÓNICAS COMPLUTÓNICAS (Junio de 2006)

Domingo 11

A las 12:30 me subo al vuelo de Spanair que viene de Sarajevo y se nota. El pasaje es hosco, ruidoso y vestido sin vestigios de gusto. Es que las cosas son así. Los vieneses somos la barbacana de Europa, último bastión y primer puerto entre las bárbaras planicies eslavas al norte, al este y al sur. Allende nos, los menguados extramuros católicos de Hungría, Eslovenia y Croacia para abajo y al costado, y, hacia el norte, el catolicismo de tracción a sangre de una Polonia intrusa. Bastante que hemos avanzado llevando la civilización a la España postfranquista y hasta al Portugal recóndito y excesivamente moreno. Bastante con haber prometido aceptar países de cuarta como Rumania (Rumania!) y Bulgaria (Bulgaria!) y hecho caso omiso de una Bosnia incongrua, una Serbia inhóspita, un Montenegro poco más presentable que Albania y una Albania de la que mejor ni hablar para dar cabida a una Grecia donde todo el mundo fuma y nada funciona. Ahora nos quieren enchufar de prepo una Turquía hirsuta y llena de musulmanes (cien millones o algo así, nada menos!)… Lo único que faltaría es que se nos metan Ucrania y Rusia. Les digo, cumpas, si esto sigue así, yo me voy a la estancia! Pero bueno, dejemos la geopolítica racial de lado y enfilemos hacia el oeste, aunque volvamos a doblar peligrosamente al sur y nos pasemos de los Pirineos.
En Barajas me tomo el metro (subte que tendrían que decirle, pero estos gallegos son duros como rocas). Impoluto, silencioso, raudo, cómodo. Llevo a la rastra o a cuestas (según la indulgencia de los diseñadores de las estaciones) una valija con ropa para la semana y –eso es lo inclemente- seis ejemplares de mi broli a ver si consigo sendos incautos que me los quieran comprar a precio de autor (ando como La Violetera: Cómpreme usté este librillo / pa’ leerlo en el wc). Lo consigno porque vide infra.
Dos correspondencias (combinaciones que debieran decir, pero son impermeables) y unas cinco cuadras después, doy por fin con el hotel Tijcal II (no me preguntéis por la etimología, que sonaría azteca si se escribiese Tixcatl o algo por el estilo, como quiere ponerle Alguienita a Leo si sale eunuco). El TII es un hotel tres estrellas construido en una noche se conoce que bien pero bien nublada o, en todo caso, de día. La dirección es Calle de la Cruz (que estamos, al cabo, en España y no en Finlandia) 26 (hasta aquí, vamos bien), segundo (oia!) izquierda (lo qué?). O sea, que en la mitad izquierda del segundo piso del solar ubicado, efectivamente, en La Cruz 26. Las otras mitades de los otros pisos se las disputa otra media docena de hoteles que comparten, entre todos, las tres estrellas, por ejemplo, el Panizo (sic!). Pero bueno, toco el timbre en el portero eléctrico, me abren, subo, me piden el pasaporte, lo doy, me piden la tarjeta de crédito y… no la doy, porque me falta, junto con la billetera en que se refugiaba, del compartimiento correspondiente de mi riñonera. Porfortunamente, como ya he sido víctima (en Barcelona, miren ustedes lo que son las casualidades) de un percance de este tenor, llevo siempre entre mis artículos de tocador (o sea, las cuerdas de mi guitarra y los guantes) un par de tarjetas gringas que nunca uso. Además, tampoco llevo dinero en la billetera, de modo que todo lo que me falta es, aparte de la billetera de cuero que me regaló la Turca y Alguienita no sabe, las de esta y Valeria vestida de Blanca Nieves, mis tarjetas Visa y American Express europeas, mis tarjetas tipo BANELCO vienesa y neoyorquina, la tarjeta de viajero paquete de Lufthansa, el DNI y el registro argentinos, la tarjeta de residencia y el registro austriacos, la credencial de OMINT, la del seguro médico europeo, y algunas direcciones que igual tarde o temprano iba a perder.
De modo que aprovecho mi tarde libre de domingo madrileño para gastarme una pequeña fortuna llamando a números que luego resulta que no son, pero donde me dan otros que tampoco son, pero ahí sí me dan aquellos que me dan los que sí son o casi para cancelar tarjetas (recordemos que cuatro), a la guardia para soponcios del Consulado Argentino para ver si tengo que denunciar pérdida de DNI y registro. A la Embajada de Austria para ver si tengo que denunciar pérdida de tarjeta de residencia y registro, a Lufthansa porque sin la tarjeta no puedo hacer el ápgreid para estirar las patas en el vuelo del sábado a Buenos Aires, a Alguienita para llorar un poco y a Héctor Calabia para saludar pero tenía el número viejo. Luego me dirigí a la comisaría más próxima donde me trataron de lo más bien, me dijeron que sacara número y me aconsejaron que me fuera a cenar y a ver el partido entre Angola y Portugal porque seguro que antes de las 22:30 el comisario no me iba a poder recibir.
Y me fui, no más, a hacer las dos cosas. Mi infalible naso gastronómico me hizo elegir una especie de bodegón de aspecto poco recomendable donde una camarera de aspecto mucho pero mucho más recomendable me acomodó entre mimos y arrumacos y me sirvió una espléndida Coca Light eso sí con mucho hielo porque le conté que, aparte de que me habían afanado la cartera (billetera que debieran decirle, pero son unos troncos) y que me tocaba hacer trámites en tres países, estaba a dieta (régimen que tendrían que decirle, pero son unos alcornoques). Ordené (en realidad, pedí, pero con estos cascotes) una lubina a la plancha con ensalada que me la preparo yo, señorita, porque solo puedo ponerle a ensalada y ex pez apenas una cucharada de aceite de oliva, sabe y por favor llévese el pan. La lubina estaba exquisita, y con la Coca Light casaba que ni Richard Burton con la Liz Taylor. Luego pasé al bar, donde un nutrido grupo de vecinos seguía las peripecias del duelo entre la metrópoli y su ex colonia que en otros momentos me habría dado pie a profundas reflexiones sobre el imperialismo y la emancipación de los pueblos pero que ahora como me habían afanado la billetera como que me cagaba olímpicamente en ambos.
En la mesa contigua chusmeaban tres íberos congregados, respectivamente, de Cataluña, Andalucía y Galicia. La gallega era la única mujer, rotunda, de unos cincuenta y cinco años distribuidos sinuosamente a lo largo y ancho de todo tipo de cortes de carne: ubre, nalga, cuadril, paleta, lomo y jarrete. La conversación era una delicia.
-Es que el campu requiere muchu trabaju. Labriejos éramos los de antes. Ahora a los jóvenes no les justa el trabaju ni en las mieses ni en las vides, que todus no piensan más que en ser ingenierus y eso.
-Lo que passsa e’ que er vino no se da así no má’, poque hay que vé’ er trabajo pa’ que sarga buena una manzanilla, no quia usté sabé!
-Pues no vaya usté a pensar qui en Catalllunya llla cosa is más sincilla, eh?
Era a la vez emocionante y para cagarse de risa. Pero hablaban como no he oído hablar en Buenos Aires: del campo, de “la labor” que dan los olivos, del amor al terruño, de los cuidados de la vid, de las veleidades de “la calor” y las lluvias, de lo bueno que es el romero añadido (nada de “agregado”) al guiso de conejo… Y esas palabras sorbidas al Quijote que, salvo los colombianos, los parlantes de ultramar hemos perdido. Y pensé en aquella España que le dolía a Vallejo agonizante y que arrasa vívida en las memorias de Bahamonde, que fue Jefe de Propaganda de las Fuerzas Nacionales en la Andalucía ocupada por el feroz Queipo de Llano y que, no pudiendo soportar más la carnicería, terminó exiliándose en México en 1938 (cuando su bando estaba por ganar al contienda) y que me compré de meretriz casualidad al día siguiente en un puesto de la feria buquinista del Retiro.
Conque a las 22:30 volví a pasar por la Comisaría y, cómo no, ya no había nadie, y un oficial sumamente amable me tomó declaración y me tranquilizó diciéndome que hacía seis años a un noruego le habían aparecido los documentos en un tacho de basura.
Reconfortado y optimista, entonces, desandé lo anduvido y me fui a acostar a mi habitación, que ahora sí pude apreciar en todo su esplendor (cosa relativamente sencilla dado el tamaño en que éste esplendía). Hacía un calor tirando a deputamadre, pero por más que me ponía en puntas de pie sobre la silla para encender el acondicionador que coronaba la puerta, no había caso, de modo que llamé al rumano de guardia y le ptregunté que cómo era la cosa y me dijo que a razón de cinco euros por día y me trajo el control remoto. Otro que está que parece una más de las tres estrellas putativas del establecimiento es el televisor, colgado del techo al salir del baño, o sea a metro y medio de la cabecera de la cama, de modo que basta tirarse boca arriba, mantener los ojos abiertos, y ahí están que parecen figuras del Greco los japoneses o gringos que hablan como gallegos. El resto del espacio –es un decir- lo ocupa el ropero… Ah, y hay una mesadita donde puedo dejar, según mis preferencias, la pipa, el libro, los anteojos o, si la tuviese, la billetera.

Lunes 12

Aunque no trabajo por la mañana, decido irme al Hotel Auditórium, donde se celebra la conferencia y pernoctan, por tres veces lo que pago en el TII, aire acondicionado incluido, casi todos mis colegas. Queda cerca de Barajas, pero no lo suficiente para que convenga ir en metrosubte, sino que hay que ir a Avenida de América y desde la estación subterránea de autobuses tomar uno que lo lleve a uno carretera afuera. Es menos complicado de lo que parece: apenas 20 minutos de autobús y a veces menos. Es un hotel que tiene todas las estrellas que le faltan al TII, por supuesto, pero no viviría aquí ni gratis. Lleno todos los papeles que tengo que llenar como intérprete mercenario, saludo a los colegas que conozco, me presento a los desconocidos, y narro mi des-aventura para jolgorio generalizado de todos. Todo el mundo me ofrece dinero, pero, por suerte, tengo para la semana e igual nos van a pagar las dietas en contante (ya estoy hablando como gallego, lpqlp!). Regreso al Consulado Argentino que, por suerte, queda a metros del subtemetro Avenida de América, donde dejo mis datos por si alguien encuentra los documentos y los manda a la Embajada (cosa que hará, también, la Policía… si alguien encuentra mis documentos, tal vez el mismo que encontró los del noruego, nunca se sabe).
Regreso para la reunión del Grupo II, prevista para las 15:00, pero que han pasado a las 15:45. Aprovecho para usurpar la computadora de Pierre, el jefe de intérpretes de la FAO, que se ajetrea como yo en otros tiempos. Abro mi dirección y me topo con el siguiente mensaje:

metrero1962@yahoo.es
June 12
s.viaggio@aiic.net
cartera encontrada de sergio viaggio
“Hola, soy un empleado de metro. El dia 11-06 -2006, me entregaron una cartera marron con toda la documentacion y las tarjetas de credito.Si te interesa y te llega este mensaje, se encuentra en la estacion de metro de Principe de Vergara.Si se pasa mas de 4 dias, se manda a odjetos perdidos que esta en legazpi. Un saludo de un amigo.”

Me arreglo con mi colega Gabriela y salgo corriendo para la estación. Recupero la billetera íntegra. Se conoce que no me la afanaron sino que se me cayó cuando acarreaba el valijón escaleras arriba o abajo entre las líneas 9 y 2 (porque en Madrid hay 12 líneas de metro con unas 250 estaciones, contra las cinco y ni 70 nuestras).

Cuando regreso, la noticia ha cundido y nadie se la puede creer. Es que, como habrán visto ustedes a través de tantas crónicas, yo tengo un culo que ni diez africanas amalgamadas. Recordarán la saga de mi valija y de la cartera de Alguienita en Bath en febrero del año pasado. Por cierto que una vez, hace años, me había dejado la agenda electrónica encima de uno de los teléfonos públicos de la estación de tren del aeropuerto de Fiumicino. Era sábado pasadas las diez de la noche. Se lo conté al guarda y me dijo que no tenía cómo comunicarse con Fiumicino, pero que al bajar en Trastévere se lo notificara al Jefe de la Estación. Perdido por perdido, se lo conté. El tipo me dijo que esperara y desapareció en su despacho. A los cinco minutos salió y me dijo, La encontraron; vaya a tomarse una cerveza que llega en el próximo tren dentro de media hora. En enero, se me quedó en un taxi porteño mi preciado telefonino Motorola, el que uso en Europa. Me di cuenta en la calle. Llamé a Alguienita y le dije que marcara el número, que tal vez estaba todavía sobre el asiento. Enefectivamente, respondió el taxista y lo trajo a casa.
De unos 50 ó 60 que somos, tres han debutado en Viena: Amira, la egipcia; Elena, la española y Yao-Xi, la china. Amira se pasea con su hijito de meses (y pensar que cuando la contraté, hará cuatro o cinco años, acababa de graduarse de la ESIT parisina!). Elena está como en su décimoquinto mes de embarazo, porque le caben cinco Alguienitas; este año ha pasado el examen de la ONU y a fin de año (pare en julio, por fin) se traslada con neocrío y marido a Nairobi. Yao-xi entretanto también se ha maridado. Yao-xi me dice, Ahora que no lo podés tomar como soborno, dejáme que te invite a cenar. Me emociona. Una de las cosas que más me enorgullecen de aquellos casi quince años de Viena es la cantidad de pichones que arrojé del nido para que aprendieran a volar.
La reunión (del Tratado Internacional sobre los Recursos Filogenéticos para la Alimentación y la Agricultura) es un verdadero caos. Me da vergüenza ajena la desorganización, el despilfarro de tiempo y dinero, el palabrerío inútil y, para colmo, el castellano deforme de los delegados (el argentino quiere “plantear una modificación”, la panameña explica que “la diferenta entre ‘establecer’ y ‘promover’ es que son adjetivos que califican diferentemente el concepto”) y, más lamentable aún, el desmañado de tantas traducciones oficiales (la versión española de un documento que en inglés habla de la necesidad “to provide the necessary means to xxx” llama a “establecer los medios para garantizar xxx”). Mi reunión está a la merced del Dúo Dinámico: el presidente indonesio que no tiene ni la más puta idea de nada (especialmente del idioma inglés), y el secretario (funcionario de la FAO) británico, pedante insoportable, charlatán incontenible, que sistemáticamente se equivoca de documento.
A las 21:00 estamos todos invitados a la Quinta del Pardo (ex morada del Generalísimo) a un amable piscolabis. La cosa es en los jardines. Un cuarteto de cuerdas toca “Por una cabeza” en sensual ritmo de habanera. Pasan los consabidos camareros y camareras filipinos, peruanos, bolivianos, dominicanos y ecuatorianos con diferentes tapas. Nada del otro mundo, pero el lugar es espectacular.


Martes 13 (brrrrr!)

Se ha organizado en Madrid una exposición en conmemoración de los 25 años del retorno del Guernica a su patria. En realidad, son dos, una en El Prado y la otra en el Centro de Arte Reina Sofía, porque, por razones de alguna índole, el Guernica no puede salir del Reina Sofía y otros cuadros no pueden abandonar El Prado. Tanto mejor, descubro, porque el obligado paseo es un descanso necesario entre tanto plato fuerte.
Llego a El Prado y me cuelgo de la cola que avanza de a plácidos sacudones acariciando el costado del edificio. Cuarenta minutos después, entro por fin en el pabellón reservado a la exposición. Los cuadros están en orden cronológico y empiezan apenas antes del período azul. Lo magnífico es que aparecen intercaladas obras de los maestros que influenciaban a Picasso en cada época: el Greco, Velásquez (la sección en que aparecen las diferentes versiones picassianas de Las Meninas está concebida de manera que el espectador pueda compararlas con el original), Poussin, Ingrès, Veronese, Manet, Braque… Habrá unas sesenta obras, todas pinturas, muchas que no conocía. Confieso que a mí me gusta mucho más el Picasso azul y rosa que los que vinieron después, pero es como decir que me gusta más Beethoven que Mahler y Stravinski. Paseo dos horas escuchando las excelentes exégesis que salen del chichecito que llevo colgado como un escapulario. A mi derecha y a mi izquierda (lo comprendo ahora que cuento) el Picasso simplemente artista, el pintor genial, el que no ve ni consigna ni transmuta más que la belleza que le ofrece el entorno. El otro me espera en el Reina Sofía.
Al cabo de dos horas, salgo por el extremo opuesto al resto del museo. Ya estoy saturado. Apenas si me alcanzan los ojos para los Grecos y algún Zurbarán. Bajo por el Paseo del Prado y, como decía, me detengo a curiosear en los quioscos de los buquinistas. Un libro me llama la atención por su título inesperado: Un año con Queipo de Llano, de Antonio Bahamonde, pariente, supongo, del Generalísimo, y Delegado de Propaganda del gobierno faccioso en Andalucía desde el día del infame alzamiento, 18 de julio de 1936, hasta que no pudo más con tanta sangre y se mandó mudar, en 1938, cuando ya era obvia la victoria de su propio bando. El libro sale en México ese mismo año, de modo que la memoria es fresca y no puede haber intención de aprovechar un momento político oportuno. Vale la pena hacer este alto, porque no está mal como antesala del Guernica.

“… Lo que mi mente no concibe es, por ejemplo, el suplicio satánico, presenciado por mí, que consistía en hacer a una mujer de unos cuarenta años, encadenada por los tobillos, transportar una gran cantidad de madera de un lado a otro, teniendo que andar a saltitos. Cuando terminaba, la obligaban a transportar la carga al mismo sitio del que la había quitado. Solo entonces le daban comida. Terminaron fusilándola”.

“Los hechos que yo he visto realizar con el beneplácito y la bendición de la Iglesia, de sus más caracterizados representantes, y la cantidad de crímenes cometidos para los que nunca, en ningún caso, han tenido la más ligera insinuación de protesta, es lo que ha hecho vacilar mi fe y flaquear mis convicciones. Hoy doy gracias a Dios que, serenado mi espíritu, vuelvo a ser el que era…”

“A las dos de la tarde se celebró el banquete ofrecido por el Ayuntamient a las autoridades… venidas de Portugal… Fue de cincuenta cubiertos… Presidió el señor obispo, que llegó acompañado de un sacerdote vestido de teniente del Tercio, con um gran Cristo en el pecho y en el cinto la pistola…. Al sentarse Su Ilustrísima, leyó el menú, se puso de pie y dijo paternalmente… “La dirección del hotel ha olvidado que hoy es día de vigilia. Yo, por no causar perjuicios al establecimiento ni deslucir este hermoso acto, haciendo uso de las facultades que tengo conferidas por el Romano Pontífice, os levanto la prohibicioón de comer carne mediante la entrega de una limosna”. Pidió una bandeja, y él mimsmo, en persona, fue de uno en uno haciendo la colecta. Empezó por Cañizares [el segundo de Quiepo de Llano, SV] , que le dio cincuenta pesetas. Todos nos vimos obligados a dar cinco duros por lo menos. Al terminar envolvió en una servilleta la recaudación y se la entregó a Cañizares, para los heridos. Cañizares, magnánimo, abrió la servilleta, echó una ojeada, hizo rápido dos mitades… y dijo: “Para sus pobres, señor obispo”. Los portugueses estaban un poco mosqueados. A la vista de todos, aquellos dos señores se habían repartido nuestro dinero.”… Su Ilustrísima se levantó a hablar… “Hay que destruir totalmente al marxismo y a la masonería, cuasas de todos los males que sufre España”. La arenga del señor obispo emocionó mucho a sus oyentes, que aplaudieron entusiasmados, saliendo de allí dispuestos a decerrajar todo el cargador de sus pistolas sobre el primer transeúnte con olor a marxista que se tropezaran en la calle, para mayor gloria de Dios y provecho de las almas.”

“Este sacerdote fue el del que el señor obispo se hizo acompañar, el único eclesiástico que asisitió al acto, lo que demuestra, de manera indudable, la predilección que el señor obispo sentía por él… Tenía gran interés en conocerlo y pedí al gobernador que me lo presentara. Es de unos treinta años, moreno, pelo ondulado, tipo corriente, muy locuaz, de bastante simpatía. Le dije que había oído referir algunas heroicidades realizadas por él, en mis andanzas por los pueblos. Me refirió su historia… En la catedral de Badajoz, el día que entró el Tercio, había un hombre escondido en el confesionario. El sacerdote lo descubrió, sacó la pistola y allí mismo lo mató… “No crea que entramos de rositas por esos pueblos… Cuando conseguimos entrar, encontré metidos en una cueva a cuatro hombres y una mujer joven, que estaba herida… Les hice cavar la fosa y los enterré vivos, para escarmiento de esa ralea”… Le pedí que me mostrara la pistola, de la que me dijo que no se separaba nunca. Dijo: “Aquí donde usted la ve, esta pistolita lleva quitados de en medio más de cien marxistas”. Nos fuimos a tomar una cerveza. Me dio sus señas para que le escribiera. Son las siguientes: Juan Galán Bermejo. Capellán de la Once Bandera, Segundo Tercio. Es natural de Montánchez, donde tiene la familia, y ha sido cura de Zafra, hasta la entrada de las tropas libertadoras. El señor obispo tiene para él todas sus complacencias. Como he dicho, es su pastor más querido.”

“Millán Astral, gesticulando como un poseído, chilló: “No les tenemos miedo. Que vengan, que vengan y verán de lo que somos capaces a la sombra de esta bandera”. Se oyó una voz: “Viva Millán Astral!”. Este respondió: “Qué es eso? Nada de gritar viva Millán Astral. Gritad todos conmigo, con toda la fuerza de la que seáis capaces: Viva la muerte! Viva la muerte! Viva la muerte!” La multitud coreó los vivas. Añadió: “Ahora, que vengan los rojos. Todos a morir!” Y terminó tirando el gorro con gesto vesánico sobre la multitud que pretendía electrizar.”

Agua del recuerdo, a remontar la corriente de este grito obsceno (gracias gúguel):

Unamuno había sido destituido como Rector de la Universidad de Salamanca por la dictadura de Primo de Rivera. La República instaurada el 14 de abril de 1931, le repone en el cargo para quitárselo de nuevo cuando, en julio de 1936, firma un llamamiento a los intelectuales europeos para que apoyen la rebelión militar. El gobierno de Franco le repone de nuevo en el cargo (Salamanca queda en la zona franquista). El día 26 de septiembre de 1936 don Miguel, en nombre de la Universidad de Salamanca, firma una proclama de protesta contra las atrocidades que se atribuyan a aquellos republicanos que pretendían exterminar a sus adversarios antes que ganar la guerra. Y llegó aquel famoso y discutido acto en el histórico paraninfo salmantino.
El 12 de octubre de 1936 se celebraba en dicho paraninfo de la universidad de Salamanca el Día de la Raza, aniversario del descubrimiento de América por Colon. Millán Astray había llegado escoltado por sus legionarios armados con metralletas, afectación que conservaría a lo largo de toda la guerra. Varios oradores soltaron los consabidos tópicos acerca de la "anti-España". Un indignado Unamuno, que había estado tomando apuntes sin intención de hablar, se puso de pie y pronunció un apasionado discurso. "Se ha hablado aquí de guerra internacional en defensa de la civilización cristiana; yo mismo lo hice otras veces. Pero, no, la nuestra es solo una guerra incivil (...) Vencer no es convencer, y hay que convencer, sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión (...) Se ha hablado también de catalanes y vascos, llamándolos anti-España; pues bien, con la misma razón pueden ellos decir otro tanto. Y aquí esta el señor obispo, catalán, para enseñaros la doctrina cristiana que no queréis conocer, y yo, que soy vasco, llevo toda mi vida enseñándoos la lengua española, que no sabéis..."
En ese punto, Millán Astray empezó a gritar: "¿Puedo hablar? ¿Puedo hablar?" Su escolta presentó armas y alguien del público gritó: "¡Viva la muerte!" Entonces Millán gritó: "¡Cataluña y el País Vasco, el País Vasco y Cataluña, son dos cánceres en el cuerpo de la nación! ¡El fascismo, remedio de España, viene a exterminarlos, cortando en la carne viva y sana como un frío bisturí!" Se excitó sobremanera hasta tal punto que no pudo seguir hablando. Resollando se cuadró mientras se oían gritos de "¡Viva España!". Se produjo un silencio mortal y unas miradas angustiadas se volvieron hacia Unamuno. "Acabo de oír el grito necrófilo de "¡Viva la muerte!". Esto me suena lo mismo que "¡Muera la vida!". Y yo, que he pasado toda la vida creando paradojas que provocaron el enojo de quienes no las comprendieron, he de deciros, con autoridad en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. Puesto que fue proclamada en homenaje al último orador, entiendo que fue dirigida a él, si bien de una forma excesiva y tortuosa, como testimonio de que el mismo es un símbolo de la muerte. ¡Y otra cosa! El general Millán Astray es un inválido. No es preciso decirlo en un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero los extremos no sirven como norma. Desgraciadamente hay hoy en día demasiados inválidos, Y pronto habrá más si Dios no nos ayuda. Me duele pensar que el general Millán Astray pueda dictar las normas de psicología de las masas. Un inválido que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, que era un hombre, no un superhombre, viril y completo a pesar de sus mutilaciones, un inválido, como dije, que carezca de esa superioridad de espíritu, suele sentirse aliviado viendo como aumenta el numero de mutilados alrededor de él (...) El general Millán Astray quisiera crear una España nueva, creación negativa sin duda, según su propia imagen. Y por ello desearía una España mutilada..."
Furioso, Millán grito: "¡Muera la inteligencia!" A lo que el poeta José Maria Pemán exclamo: "¡No! ¡Viva la inteligencia! ¡Mueran los malos intelectuales!" Unamuno no se amilanó y concluyó: "¡Éste es el templo de la inteligencia! ¡Y yo soy su supremo sacerdote! Vosotros estáis profanando su sagrado recinto. Yo siempre he sido, diga lo que diga el proverbio, un profeta en mi propio país. Venceréis, pero no convenceréis, porque convencer significa persuadir, y para persuadir necesitáis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil pediros que penséis en España".

El general se levanta indignado, con intención de agredirle. La esposa de Franco, Carmen Polo, toma del brazo a don Miguel y le acompaña a su casa, rodeados de su guardia personal. Al día siguiente, Unamuno es destituido de nuevo. Los últimos días de vida (de octubre a diciembre de 1936) los pasó bajo arresto domiciliario en su casa.

Otra que Alterín, vero, cumpas?

Pero volvamos a este siglo de las menguadas luces.

Almuerzo una lubina a la plancha perfecta en un restorán gallego y paso al Reina Sofía. Está cerrado. He de venir mañana. Los guardias me previenen que mejor acuda a la otra puerta, donde va a haber muchísima menos gente. Por suerte, van a tener razón. He podido pasear todo el día porque me toca trabajar de 20:00 a 23:00. A las 20:30 todavía no hay nadie en la sala. Poco a poco comienzan a aparecer los delegados y el presidente da por fin el martillazo a las 21:00. Llegan las 23:00 y no dan señales de terminar. Me acerco al podio y le digo al Dinámico turiferario que ya son pasadas las once, Ya lo sé, Me alegro de que lo sepa, porque tienen que terminar, Son las once y siete, diez minutos de gracia es lo normal, No a las once de la noche. Y terminan.
Por supuesto que ya no hay autobuses. El taxi a Avenida de América me cuesta 20 euros.

Miércoles 14

Como me ha tocado sesión nocturna, me perdonana la mañana, con lo que marcho para el Reina Sofía. Entro sin problemas. Toda esta parte de la exposición está aglutinada en torno del Guernica, con los sesenta dibujos, esbozos y apuntes que lo precedieron e, incluso, vinieron desupés. Vemos la evolución del toro y del caballo, la del soldado roto, la de la niña que saca la luz desesperada por la ventana del edificio en llamas, las tres madres deshechas por el llanto… Es el Picasso ya más que artista, el Picasso que ve y pinta más que la belleza gratuita (la que no cuesta nada, porque está ahí, al alcance de cualquiera capaz de percibirla). El Gernica está frente a frente de los Fusilamientos del 3 de Mayo de 1808, de Goya, ese otro Guernica, primero de la historia, con su figura blanca alzando los brazos en un gesto de incomprensión, desafío y condena. Y a la derecha, el Fusilamiento de Maximiliano de Austria de Manet, solo que los que lo fusilan visten uniforme del ejército francés, no del mexicano, porque para Manet los verdaderos responsables estaban en París, mirando muslos al ritmo del Can Can. Y frente a esta ejecución, completando la cruz, otra: la Masacre de Corea, también de Picasso, que eterniza la matanza de refugiados coreanos por las tropas yanquis.
Sobrecogedor eso de estar en el centro de esa cruz, cumpas, en medio del horror de que han sido capaces los hombres. Y más sobrecogedor pensar que en nuestra propia patria se han cometido tropelías similares. Y más sobrecogedor todavía, saber que hay quienes las disculpan. Y pero aún, quienes las justifican, apañan y hasta ensalzan. Digna feligresía la del cura de Zafra!
No tengo ánimo para continuar ahora.