viernes, 26 de septiembre de 2008

CRÓNICAS PONTOCÁMICAS (Agosto de 2004)

Uaxini, os escríboles desde la académica Cambridge, en medio de un agosto que es un ídem, con las temperaturas peleándose por superar los 30 grados nuestros, un sol que ni en el Caribe y, por la noche, un cielo perforado por millones de estrellas. Eso mientras por otras partes de la isla, como Londres, por ejemplo, la gente no ha sabido qué más paraguas abrir o dónde tirarse a esperar que abran el inundado aeropuerto de Heathrow. Es, pues, un sábado peronista, tan tórrido que me ha dado una fiaca épica salir a pasear por el pueblo y resolví meterme, en cambio, en el Fitzwilliam Museum, aquí a la vuelta, entre el Royal Cambridge Hotel, donde se está realizando el curso (el Cambridge Conference Interpretation Course), y el célebre King’s College. Me metí en el museo, decía, para escaparle al calor, sin mayor entusiasmo… ¿Qué podría ofrecer salvo la sempiterna colección de ánforas y momias de segunda de los museos provinciales de por acá? ¡Surprise! Un par de excelentes vistas del Arno y un hermoso escorzo de San Marcos del Canaletto y un gigantesco Tiziano (Tarquino a punto de degollar a la Lucrecia)-, una gorda blanquérrima, entrada en carnes y de tetas yo digo que ínfimas que, francamente, yo no sé qué le habrá visto el Soberbio, y sobre todo con esos colorinches que a mí, francamente, no me van)... Bueno, algo es algo, me dije, tratando de elegir bien qué mirar entre ese mosaico de pinturas que cubrían cada pared como si fuera una gigantesca carta a Australia empastada de recuas de estampillas de un penique. Y así pasaron dos o tres salas llenas de tanos de menor cuantía o flamencos de poca monta. Y de pronto, ¡surprise!, un Murillo, un Zurbarán, tres o cuatro Van Dykes, un Brueghel, dos Rubens que son los primeros que me gustan (un retrato de un anciano que casi parece de Rembrandt y una Sta. Teresa de Ávila). Y en la sala contigua monedas sajonas y normandas, y en la siguiente un montón de grabados de Degas, y en la que sigue como 20 Degas más, y cinco o seis Renoir, y dos esculturas de Giaccometti, y un Modigliani pero de cara gorda, y Pissarros, y Sisleys, y Seurats, y Derains, y Braques, y Picassos y un Francis Bacon, y Matisses y de cada pueblo unos cuantos paisanos, todos mezclados, todos mezclados, como diría Guillén con su voz de violonchelo. En este pueblito de 110.000 almas más los cuerpos de los turistas. El Museo es gratis, aunque a la salida hay como una urna de plástico para donaciones (se sugieren tres libras por adulto).
Estamos en Inglaterra, donde las cosas no son como en el Continente ni en ninguna parte más. Por lo pronto, todo es raro y parece haber sido diseñado por un excéntrico distraído: El hotel es de esos que solo en la Inglaterra rural, medio como desparramado sin ton ni son. Para ir de la habitación 215 (la mía) a la 411 (la del capo del curso y su señora) es preciso 1) bajar al primer piso (al primer piso inglés, o sea que no a la planta baja) por la escalera que queda a la derecha, 2) desandar el camino hasta la escalera del extremo opuesto, que une el primer piso con el subsuelo sin pasar por la planta baja pero que no llega hasta el segundo piso, 3) salir al patio del estacionamiento, 4) entrar por una puertita y 5) cerciorarse de que uno golpea en la habitación 411 y no en la 413, porque la 412 está en otro lado. Mi habitación es de lo más mona, pero no tiene (como no lo tiene ninguna) aire acondicionado, sino un ventilador de mesa que la mucama deja invariablemente encendido en la creencia de que con ello la pieza se enfría. Tampoco en este hotel han descubierto la posibilidad de que agua caliente y fría salgan por la misma canilla, de modo que, digamos, para afeitarme, tengo que tapar el lavatorio, abrir el grifo del agua caliente (el de la izquierda, ¿vero? ¡Think again!) y el del agua fría (a la izquierda, ¿no? ¡Surprise!), y ver de lograr un charquito a la temperatura indicada, y entonces mojarme la cara, e irme afeitando y enjuagando la maquinita de modo que el charquito se va enchastrando de jabón; o sea, que luego tengo que vaciar el lavatorio y volverlo a llenar de mezcla para poder enjuagarme. El desayuno es opíparo, con todo lo que uno siempre ha querido desayunar: huevos con salchicha, tomates asados, porotos dulces, morcilla y champiñones, tostadas, dos o tres mermeladas y jaleas (pero no tratéis de abrir los frasquitos en el sentido inverso al de las agujas del reloj que no lograrán sino ajustarlos más y más) y té o café… bueno, es un decir. El primer día, una de las dos tanitas de pro que tenemos entre los estudiantes quiso servirse café y dijo, Ah no, es té. A lo que su compañera le espetó, Stiamo in Inghiltierra: è caffè. Eso sí, en el bar hay una máquina para café espresso, y sirven allí un café que cobran como si fuera espresso. (Almuerzo y cena, en cambio, están muy bien. El chef es franchute y se le nota. Por desdicha también se le nota en las pastas, lo cual me viene fenómeno para no engordar demasiado).

En Cambridge hay, según he podido averiguar al cabo de los tres años que llevo viniendo, tres (¡3!) sitios para interné y una (¡1!) lavandería automática que queda a cuatro millas, o sea, para hacer números redondos, seis kilómetros y medio (Salta Capital está mucho más consustanciada con le s XXI.), con lo que he opcionado por comprarme un poco de detergente y lavar hacendosamente día por medio calzoncillos y camisa, que luego he de ingeniarme para colgar al sol o, al menos, en un lugar ventilado, haciendo magia con las perchas sin gancho del ropero.
Por la calle, amén de los cardúmenes de japoneses y los enjambres de chinos, hordas ingentes de gente joven, pero por alguna razón poco atractiva. La mayoría de los lugareños se atraganta con un inglés glotalizado a ultranza que quitaría el sueño al bueno de Enry Iggins. No… no es la Inglaterra bucólica de las películas de los años 50 en cuya existencia creí a pie juntillas todos aquellos años de la Escuela Escocesa San Andrés. Para colmo de males, acaban de jubilar a los Roadmasters, los double-deckers con balconcito, que sobrevivieron a dos generaciones de descendientes destinados a reemplazarlos. Cunden ahora en Londres los bichos articulados, que reptan sinuosos donde pronto, parece, dejarán de hormiguear sus colegas verticales. Los taxis, de paso, van dejando de ser negros. Entre una cosa y otra, Londres mutará como si a Buenos Aires de pronto le pintaran todos los colectivos de azul y los taxis se decantaran por la policromía. Los trenes, por su parte, han dejado de ser los que me consta que un día fueron. Mugrientos, traqueteantes, incómodos, carísimos… Se van pareciendo peligrosamente a los nuestros. Es un poco -un mucho, casi- como si Inglaterra se acabara. No, no se acaba, claro. Lo que se acaba es la ilusión de lo que era y a mí esa ilusión difunta me deja un hueco doloroso. ¡Parece mentira! No logro recordar la guerra de las Malvinas, los marineros del Belgrano o los pibes degollados por los Gurkhas.


El curso (si no te interesa la interpretación, amigo, saltéatelo)

Son 25 estudiantes de cabina española, francesa, alemana, italiana e inglesa, venidos de México, Venezuela, Colombia, España, Siria, la República Checa, Hungría, Alemania, Austria, Noruega, los Países Bajos, Francia, Bélgica, Italia, los EE.UU., Kenya y Sudáfrica. Los profes somos nueve: un inglés (Chris de Fortis, factótum eméritus, permanente de la OTAN), dos (norte, pero no del todo)americanos (Tom Afton, Jefe de Intérpretes de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, sita en París, y Julia Poger, la mujer de Chris, que es freelance), una italiana (Giovanna Francia, profesora de la U. de Roma), una austríaca (Ingrid Kurz, profesora de la U. de Viena), una alemana (Gisela Sieburg, Jefa de Intérpretes del MRE alemán y ex presidente de la AIIC), una sudafricana (Michele Bo Bramsen, permanente de la OCDE) y una española, Loreto Bravo de Urquía, (Jefa de Conferencias de la Organización para la Proscripción de las Armas Químicas, basada en La Haya), un belga (Spiridón Adamópoulos, permanente de la Corte Europea de Justicia) y quien les asesta estas crónicas. Dura dos semanas. La que viene entran a llegar los oradores invitados (un almirante alemán que estuvo al mando de la escuadra de la OTAN que bloqueó la ex Yugoslavia, un coronel de ingenieros inglés especialista en puentes de fortuna, un físico que nos va a hablar de acústica revertida…). Esta semana nos hemos turnado hablando de cosas en los diferentes idiomas (submarinismo e interpretación en reuniones religiosas, en italiano; petróleo en el Mar Caspio, defibrilación e historia de Afghanistán, en inglés; historia de las instituciones europeas y trabajo con los solicitantes de asilo, en francés; diamantes y los ferrocarriles argentinos (guess who!) en castellano; política europea en el Oriente Medio e interpretación y estrés, en alemán). Además hay clases especiales: Shakespeare y la Biblia, interpretación consecutiva, cómo preparar un texto, mediación intercunilingüe (guess who!), condiciones de trabajo y del mercado, etc.

Empezamos a las 8:30, hacemos un par de pausas en que se combinan café -es un decir, claro- y comentarios personales, almorzamos de 12:30 a 14:15 y no soltamos hasta las 18:30. Los chicos (bueno, no tan chicos, porque salvo las dos italianitas observadoras, que tienen 44 años entre las dos y una intérprete hecha y derecha, alemana, de 26, las edades arrancan arriba de los 33 y terminan en estos últimos días de mis 58 (me temo que soy el más anciano de la tribu, ¡lpqlp!). El nivel es, como era de esperar, muy desparejo, con los alemanes uniformemente más serios y mejor preparados que los de cabina española (la excepción es Daniel, un gringo de 52 pirulos que interpreta igual de brillantemente al inglés y al castellano, pero que está aquí para interpretar al francés) y los demás más o menos desparramados por el espacio intermedio. Lo que más me duele de mis concabinos es lo endeble de su cultura general: la mexicana (40 años, que quiere salir del mercado gris) no sabe quién es Jaques Cousteau… y vive en Francia. Estudiantes y profes vivimos y comemos en el hotel, y la atmósfera no podría ser más convivial. El único incidente ha sido la mexicana, a la que le cayó inopinadamente encima el triple baldazo de agua gélida de enterarse que no tiene idioma nativo y que no conoce bien los pasivos, que no tiene criterio para interpretar y tiene una actitud displicente y totalmente antiprofesional, y que no tiene idea de geografía, historia, arte, sociología o ciencia. Ha decidido marcharse y respiramos aliviados.

Aunque todos somos voluntarios, el curso es caro (hotel con pensión completa y un profe por cada dos estudiantes y medio). Chris y Julia, los organizadores, laburan como monos pero no se quedan con un centavo. Cada año, al terminar, se ha repartido entre los estudiantes el dinero que sobra.

Hay cosas que pueden y deben mejorarse: no se ha logrado una verdadera progresión, y los estudiantes se quejan, con razón, de que no tiene sentido que cada discurso sea sobre un tema diferente. He sugerido que para el año próximo cada día se hable de lo mismo, al menos la primera semana. También me parece que mis ejercicios, que hasta ahora se han calzado donde hubiera huecos, deberían ir al principio. Los estudiantes están de acuerdo. En fin, que una experiencia nuevamente inolvidable y enriquecedora, con lo más granado de la profesión y en un lugar de ensueño, canilla de agua más o escalera menos.

Si os interesan contenido y jáilaits del curso, con el mayor gusto se lo cuéntoos. Ustedes diréis.

ACIAGA NARRACIÓN DEL INFAUSTO ACCIDENTE

Domingo peronista, como era de esperar, y el curso se va casi en pleno a hacer punting por el Cam (que se pronuncia, no mas, “cam” y no “queim”). Eso de punting viene a ser remar a lo gondolero, erguido (en lo posible, porque vide infra) en la popa del punt, que viene a ser una embarcacion (pero con acento, que en esta puta computadora no tengo) de fondo plano donde se acomodan -es un decir- hasta seis puntonautas, pertiga con acento en mano (en lo posible, porque vide infra), apoyandola con acento verticalmente (de ser posible, porque vide infra) contra el fondo, a un metro o metro y medio (pero sin clavarla, porque vide infra), haciendo luego presion con acento e ir dejando pasar la pertiga con acento a medida que el punt la va dejando atras con acento (pero sin aferrarse a ella, porque vide infra) y llegado el momento crucial, hacer un jueguito de muñeca para que se suelte de las algas (porque si no, vide infra), halar/jalar/tirar de la pertiga siempre con acento hasta que la misma (u otra) salga casi totalmente del agua, volverla a verticalizar, clavarla nuevamente y reiniciar el proceso (si Dios quiere y la virgen lo permite porque vide infra).

Nos embarcamos en cinco punts, con Chris, que es alumnus (que en latin con acento quiere decir, como todos sabemos, pero sobre todo los ingleses, “ex-alumno”) del King's College, haciendo a la vez las veces de almirante e instructor de punting. Chris nos fue dejando partir para guardar celosamente la retaguardia y velar porque todos estuvieramos con acento remando relativamente en la misma direccion con acento, o sea para alla con acento. El primer punt iba al mando de Dario con acento Moreno, un yorugua permanente de la Organizacion Maritima sendamente con acento Internacional, alumnus del curso, que ha venido a sumarse a las docentes filas. El segundo estaba capitaneado por Tom Afton. El tercero por Pierre Alexandre, el hijo de Spiridon con acento, chaval de catorce años (Pierre Alexandre, no su padre, como es logico con acento (lo que acabo de decir, no el padre de Pierre Alexandre), el quinto, como he adelantado, por Chris, en tanto que el cuarto obedecia -con acento, pero es un decir, porque vide infra- las ordenes con acento de quien les habla con las teclas, quien, ademas con acento, era responsable por la salud y sequedad de Emilia la italiana, Raghda la siria, Mary la gringa y Marie Laurence la franchuta, o sea que todas naifas de pro frente a las cuales quien les escribe mediante estas teclas obraba en perfecta conciencia de estar representando no ya una profesion con acento sino un pais ídem, especialmente en su mitad masculina y ansiosa, tipo Furioso pero del sur. De modo que partimos cual fuerza de tareas decidida a recuperar la Malvinas o a ocupar Gibraltar todos hacia alla con acento. Bueno, casi todos, porque a mi con acento eso de recuperar las Malvinas u ocupar Gibraltar me ruflea las plumas la manera erronea con acento, de modo que el inconsciente me traiciona y salgo mas bien para aca con acento. Pero no del todo, sino un poco: o sea que lo suficiente para que no sea para alla con acento sin llegar a ser tampoco exactamente para aca con acento, con lo que mi punt enfila agresivamente hacia la ribera izquierda o derecha, segun con acento, del rio con acento Cam en franco tren de hacernos pelota. Decido, entonces, frenar. El punt que lo parió con acento. Con la pertiga con acento. En el rio con acento. Cam. Parado. Un rato. Porque, haciendo una fuerza que ni Sanson con acento tratando de quitarle las tijeras a Dalila, clavo la pertiga con acento a contramarcha del punt, o sea que si el punt esta yendo para alla con acento, yo hago fuerza para aqui con acento. Pero el punt no se da por enterado. De modo que yo veo como el angulo con acento de la pertiga idem va reduciendose con acento mas y mas con acento las dos veces, llega a los 90 grados justo cuando pasa junto a mi con acento y comienza a hacerse mas y mas dos veces con acento obtuso a medida que la pertiga, huelga recordarlo, con acento se aleja hacia la popa. Yo, claro, no me voy a dejar hacer asi no mas con sendos acentos, de modo que pego un tiron con acento a la pertiga idem como para arrancarla de cuajo, solo que la misma esta con acento como encariñada con las algas o plantas o lo que sea que crece en el puto fondo del puto rio con acento que no la quieren dejar partir. En el ofuscamiento, olvido, como es natural, el jueguito de muñeca y continuo con acento tirando/halando/jalando mientras el punt prosigue bogando hacia la orilla izquierda o derecha segun con acento hasta que se produce el fenomeno con acento que los fisicos con acento llaman de equilibrio inestable, consistente en que la popa del punt esta demasiado alla y la pertiga demasiado alli con sus respectivos acentos, lo cual tiene consecuencias para mi postura, como que yo tengo (aun con acento) mis pies en la popa del punt y (todavia con acento) mis manos aferradas a la pertiga con acento. La situacion con acento se ha hecho francamente insostenible, y por si faltaren pruebas de ello, hete aqui con acento que me caigo de culo en pleno rio con acento Cam para algazara de los viandantes, alarma de mis pasajeros, indignacion con acento de Chris y escarnio de la Nacion con acento Argentina.
El agua, eso si con acento, esta deliciosa, sobre todo cuando uno logra por fin arrebatarle los pies y las sandalias que se han como que aquerenciado con las algas o lo que sea que se siente como haz tenaz y pertinaz de tentaculos frios, humedos van tres acentos y un tanto asquerosos. Menos mal que he tenido la prevision con acento de dejar camara con acento y riñonera a bordo al cuidado de la nalga izuqierda de Raghda la siria. Recupero con toda dignidad el sombrerito para sol que me he comprado ayer y tan mono me queda, vuelvo a coger -es un decir- la pertiga con acento, bogo hacia el punt que lo pario con acento que a todo esto sigue flotando como si tal cosa, digo a unos muchachones ingleses con quienes no quisiera encontrarme en un callejon con acento oscuro si acaba de perder el Manchester y que estan con acento haciendo tomar sol a sus tatuajes que estoy bien gracias e inicio la improba con acento tarea de volverme a montar al punt que lo pario con acento, cosa que logro al cabo de no pocos e ingentes esfuerzos a raiz con acento de los cuales he terminado mojando a las cinco naifas por cuya sequedad me tocaba, recordareis con acento, velar.

Recuperada que hube mi precaria verticalidad, y mientras Chris surca raudo las aguas en mi socorro, tal el Carpathia al auxilio del Titanic, los muchachones indagan acerca de mi origen geografico con acento, a lo cual respondo altanero que agentino, modestia aparte. Respuesta que suscita como comentario, No wonder you lost the bloody war!

Chris aparejo con acento su punt que lo pario con acento al ex mio con acento, me hizo sentar entre la nalga izquierda de Emilia la italiana y derecha de Marie Laurence la francesa, que sintieron sus shorts inmediatamente contagiados de la abundante ensalada de algas o lo que sea que crece en el puto fondo del puto rio con acento que chorreaba de los mios con acento. Luego, desde la popa de su punt que lo pario con acento, nos llevo con acento en linea idem casi recta hasta el pub que teniamos con acento por norte, donde me tome con acento una rica IPA (iniciales, sospecho, de Imperial Piss Ale) que me apure con acento a apurar antes de que se enfriara.