sábado, 4 de octubre de 2008

CRÒNICAS BRUSELOSAS (junio de 2006 y noviembre de 2007)

8-10 de junio

El miércoles aterricé hacia el mediodía en una Bruselas que, según me enteré después, acaba de estrenar el verano con toda furia. Un sol inmisericorde asestaba su calor madrileño a la variopinta multitud; la ciudad esplendía como pocas veces, sudorosa y alborozada: mujeres de todos los colores, negras como el carbón o casi transparentes, escasas de trapos y abundantes de contoneos, varones seguramente igual de heterogéneos, que yo solo veía cuando se me interponían. Bruselas es una ciudad magnífica, que ya ha dejado de ser francesa y todavía no atina a ser flamenca, que mira al sur en sus bulevares y al norte en sus callejuelas, cosmopolita como pocas, y donde se come deputamadre. Es, también, una alegre bomba de tiempo, porque flamencos y valones se entreveran sin mixturarse y siempre andan a punto de irse a las manos… y, con estos tiempos que corren, quién sabe si no a las bombas. Pero dejemos que la historia haga su juego sucio a escondidas de las conciencias, las flores y las piedras venerables.

Me ha invitado a cenar Christian Balliu, que acaba de ser electo Director del Instituto Superior de Traducción e Interpretación de la U. de Bruselas, adonde, cuando era connotado jefe de intérpretes, me invitaban todos los años a bochar candidatos durante los exámenes de graduación. Christian me promete que se encargará de que vuelvan a hacerlo. Ver para creer!

Esta vez llego invitado a un simposio sobre “Desafíos de las sociedades multiculturales” organizado por las universidades Católica de Lovaina y Libre de Bruselas. Nos alojan en un hotelito sin pretensiones a metros de la majestuosa Avenue Luise (Luizastraat, previenen también los cartelitos). Estamos separados de la Universidad por cuarenta minutos de árboles y edificios señoriales, una mezcla de Alvear y Libertador, con tranvías fugaces y silenciosos por su sendero de sombras.

La Universidad tiene varios edificios. El nuestro se parece al Palacio de las Aguas antes de que el arquitecto se pusiera en pedo. Somos pocos, si acaso, una treintena, casi todos economistas. Los únicos del gremio somos el Director de los servicios de traducción de la UE (que no es, en realidad, traductor, sino administrador de sus 2.400 subordinados) y quien les habla con los dedos. La UE traduce millones de páginas anuales entre van para veinte idiomas a un costo astronómico, pero que, prorrateado, resulta 2.55 euros por europeo. El problema es que sigue siendo demasiado. De modo que ahora están mirando de cerca si tiene caso, por ídem, traducir al finlandés un informe sobre aceite de oliva o al griego una monografía sobre la caza de focas. Parece que no, porque no hay quién tenga interés en entender (que es, digo, la única razón para traducir). Otra posibilidad es la de encargar a los traductores que traduzcan resumidamente. En fin, que con el mejoramiento alarmante de la traducción automática, la creciente importancia de la traducción para la güeb, la necesidad cada vez mayor de “localizar” los textos destinados al público y ainda mais, parece que en el futuro los traductores unioeuropeos tendrán que ser comunicadores” más que traductores en el sentido tradicional. Ringsabel?

Lo triste es la escasa mella estadística del español: el 69% de los originales son en inglés, el 17% en francés, el 8% en alemán y el resto en el montón restante de idiomas. Por orden de hablantes, el castellano va a la zaga del inglés, alemán, francés, del polaco y del italiano (y va a quedar también detrás del turco). Pensándolo bien, el español es tan colado como el finlandés, un tercio del sueco y el danés (que son mutuamente comprensibles, parece), o del holandés (que suele hablar la mitad de los delegados belgas) y la mitad que el griego (que sale de boca de dos delegaciones: Grecia y Chipre). Y tampoco me explico qué hace de lengua oficial de la OSCE (donde, como explicaba desde Ljubljana, hay dos delegaciones con griego y tres con italiano), pues es la única de las seis (las otras son el inglés, el francés, el alemán, el ruso y el italiano) que solo es hablada –y eso, a veces- por una sola delegación. No me quejo, claro, que bastante plata me significa, casi siempre sin tener que abrir la boca.

Un español explica la diferencia entre la variación local y la global. Es variación local la mezcla cosmopolita, es global la circunscrita geográficamente. La paradoja es que a mayor variación local, menor variación global, ya que todas las regiones comienzan a parecerse, con restoranes vietnamitas en Buenos Aires y parrilladas argentinas en Hanoi. Explica los problemas que debe resolver la política educacional. Analiza las tendencias de la inmigración… Se debaten las ventajas e inconvenientes de tener una, dos o tres lenguas francas o ninguna. Y yo miro todo con los ojos empañados de Tercer Mundo, admirado y envidioso de los problemas de los ricos.

Esa noche nos llevan a cenar a La maison du cygne, cara a la Grand Place. Nos han reservado un ídem en el segundo piso: una mesa ovalada para los doce ponentes más los organizadores, un enjambre de camareros enguantados, mantel y servilletas de lino, servicio de plata o peligrosamente parecido… pero la comida tira a insulsa. Qué decepción!

El sábado, más de lo mismo. Si el tiempo y la fiaca lo permiten, voy a enviar un informe más pormenorizado. Ahora me limito a evocar que, de regreso a casa la víspera, me encontré con mi ex alumna de Cambridge Marie Laurence, que está trabajando de traductora para la Comisión y se apresta a pasar el examen para intérprete. ML es de cabina francesa, con inglés, español, alemán y griego, pero está al borde de incorporar el holandés y cerca de fagocitar el húngaro. Es que Europa es así. Me cuenta que de tanto en tanto la mandan a interpretar en reuniones de ONGs y otras cosas menos paquetas, y que ahí ha comprendido cuánta razón me asiste en eso de que nadie quiere que le digan más de lo que realmente quiere entender. ML viene a la U. a la hora del almuerzo y yantamos el bufé frío que nos ofrecen los organizadores.

A las 16:00 la cosa fenece y, tras los cócteles valedictorios, corro al aeropuerto, que el domingo me toca viajar a Madrid.

17 (?) de noviembre

Bruselas, en invierno -y el solsticio no llega todavía-, es una ciudad donde anochece desde el alba. Me despierto (me despiertan desde abajo) a las siete, desayuno mi croissant y algo de queso, y salgo a la noche que me aguarda y pongo pies Vleurgat arriba. Diez minutos después, al flanco de autos todavía soñolientos, de algún ómnibus que se lleva su luz en medio del silencio, entre edificios que van abandonando el negro por el gris del que regresarán en pocas horas, cruzando algún que otro peatón arrebujado, llego al centro comercial donde tomo mi primer café de veras.

Bruselas entre tanto se despereza, siempre gris y húmeda y fría, que dice el reloj que no es de noche, pero mi alma y yo sabemos que es mentira. Siempre es de noche, o está por serlo, estos cuatro o cinco meses.

En el ISTI (Instituto Superior de Traducción e Interpretación) las clases comienzan a las ocho. En la vereda se amontonan diez o quince fumadores que purgan su vicio al aire gélido. Los estudiantes remotos del Mediterráneo son exasperantemente puntuales. Menos mal que no son teutones todavía. Es más, de diez orsóu que me han tocado, seis son italianos, tres francesas, una polaca y una, solo una, belga de walonia. Es que de un tiempo a esta parte, Europa está mezclada. Mezclada entre ella misma y con extraños. En el Instituto se revuelven otras razas.

Diciembre

Acabo de retornar a miBuenosaAiresquerido tras dos semanas por Bruselas y Viena durantelas cuales Xóchitl (Sóchil) aprendió a decir "ammmmo", que no es sucedáneo de "amo" sino de "vamos".

Les cuento dos historias que revelan que Dios tendrá sus problemas con los hutus, los tutsis, los bosnios, los serbios, los kurdos, los iraquíes, los afganos, los sudaneses y los myanmarcianos, pero comingo se ha portado siempre muy bien (algún mérito tendré a sus omnividentes ojos que tantos millones de millones de congéneres no logran emular).

La cosa es que el lunes a ver antepasado me tocaba ir de Viena a Bruselas a enseñar en el ISTI. Estábamos a punto de embarcar para el vuelo de Austrian Airlines de las 12:50 cuando nos dicen que minga, porque el personal esta en "reunión" (oséase que no "en" sino "de" y no "reunión" sino "huelga"). Nos arrean, junto con los frustrados pasajeros de otros cien vuelos al mostrador de venta de pasaje donde hay ya una silenciosa (estamos lejos del Mediterráneo que nos parió), prolija (ídem) y paciente (recontraídem) turbamulta. Como soy cliente de pro (cosas siempre de este Dios que se distrae conmigo mientras pasan los tsunamis), hago la cola de los bips y cuando me atiende, la señorita me dice que me puede enfundar en el vuelo de Brussels Airlines (ex Sabena, fundida junto con Swissair mientras Dios, ocupado en menesteres más tiernos, me arrullaba) de las 17:00. Son ya las 14:00 y tres horas nunca han matado a nadie que no estuviera sin oxígeno bajo el agua, de modo que nou problen. Solo que cuando ya me doy vuelta y ya me voy ya me estoy yendo, me dice, Espere, que tiene derecho a indemnización!, y me da un báucher por 375 euros.

Esa es la historia uno. La dos es esta: El lunes me tocó apersonarme en el aeropuerto de Viena a las cinco en punto pero de la mañana. A las 10:30 despegaba de Francoforte sul Meno, arrebujado en un asiento de bísnes porque me salen millas de las orejas y el vuelo es diurno y tengo que acabar una traducción. Poco antes de aterrizar, viene una azafata de lo más mona que me dice, Sr. Viaggio, nos acaban de informar de que sus maletas están en la pista del aeeropuerto de Francfurt, de modo que ni sueñe con que cambiarse los calzoncillos y cuando lleguemos vaya al mostrador de Lost (claro) and Found (las pelotas!), cosa que hice con el siguiente resultado: La sñorita me dice, Ah sí, hubo un error, pero no se preocupe, porque vienen en le próximo vuelo y se las llevamos a su casa, pero como mañana no hay vuelo y el del miércoles llega como éste a las 20:30 no las va a tener hasta el jueves por la mañana. Yo, entonces, pongo mendaz cara de cariacontecido y exclamo, Pero es que estos calzoncillos ya son de la semana pasada!, y ella, No se aflija, que le tengo que dar su indeminización, y me pasa 600 pesos.

Con lo que en dos semanas, nomás por poner cara de pelotudo, que ni siquiera tengo que ponerla porque ya está puesta, me gané lo que un maestro argentino cobra más o menos en seis meses si y cuando le pagan.

Y luego hay gente que no cree en Dios o, peor, duda de su bondad infinita!