jueves, 2 de octubre de 2008

CRÓNICAS VIENEREOPLÁSTICAS (abril de 2008)

ARCIMBOLDO Y LA FLAMANTE SENECTUD

El miércoles decidí que no iba a perderme la exposición de Arcimboldo en el Kunsthistorisches Museum local. De modo que, en un esfuerzo titánico, me levanté pese a las pocas horas de sueño a las que se sumaba un portentoso yetlag de 300 minutos y enfilé pa’l centro de rompedor, como dice el tango. Porsuertemente, me tocó un día peronista de 22 grados Celso y un sol de lo más amable. El KHH es enorme, un edificio realmente espléndido que, monumento a María Teresa interpósito, rebota contra el espejo de su gemelo, el Museo de Historial Natural en una de las plazas más hermosas del mundo. La colección permanente es de las buenas y genuinamente eclécticas, aunque no puede competir con el Louvre. Los demás museos de pro son tirando a localistas, un busquéis Rembrandts en El Prado, ni Velásquez en Gli Uffizi, ni Leonardos en el Rijk, Aquí hay una sala entera (e inmensa) dedicada exclusivamente al Tiziano, forinstans, y uno de los treintaypoquísimos Vermeers (en el que el susodicho da la espalda al amable público mientras pinta a una señorita vestida –iuguésdit- con los colores de Boca.

Pero yo andaba con la concentración gastada y no iba a malgastar neuronas en los conocidos de siempre, así que enfilé derechito a verlo al Arci. Quienes no tengáis nilamaspu del susodicho, bien podéis meteros en gúguel a ver, porque es el antepasado directo de Dalí, solo que coetáneo de Miguel Ángel, Rafael, Leonardo y todos los demás tanos que se quedaron en Italia, en tanto que Arci, por razones que se desconocen, vino a hacerse la flamante América a Viena, donde retrató a medio mundo, pero con tanto descuido que de esos cuadros no queda casi ni uno. Es que Arci andaba decididamente en otra: lo suyo eran retratos hechos de frutas, hortalizas, utensilios de cocina o aparejos campestres, cuando no rollos u hojas de papel. De suerte que los cuatro retratos alegóricos que representan las estaciones del año están compuestos de frutas y legumbres de estación, el de no sé que tinterillo… de rollos y hojas de papel. Metido en estas cosas, terminó inventando la naturaleza muerta, aunque no tanto, porque las cinco natiurmor, como diría la SuFís, exhibidas lo son a medias o, mejor dicho, patas para arriba: si se las invierte, pasan a ser retratos (cual puede corroborar el viandante más escéptico merced a que las han colocado sobre un inmenso espejo. Lo más extraordinario es que, amén del grotesco (aunque no todos estos protocollages lo son), el parecido con las víctimas es extraordinario. Meteos, sin más, carissimi, a verificar esta maravilla.

Ah, pero, y la flamante senectud, qué? Pues resulta que cuando voy a comprar la entrada el tipo me demanda, Are you a sinior citizen?, a lo que replico, Well, I guess; I’m sixty-two, Then you are! Y me dio un billete con descuento. Todavía no he logrado decidir si alegrarme por los dos euros cincuenta que me ahorré o mandarlo retrospectivamente a la reputísima madre que lo remil parió.

BRUCKNER Y LOS PÁRVULOS

Hoy, gentileza de mi ex secretaria Heide que debió satisfacer compromisos contraídos con posterioridad, fui –de parado, eso sí- al Musiksverein a escuchar a la Filarmónica local dirigida por Riccardo Muti. El concierto era a las once de la madrugada, de modo que hube de alzarme a las nueve de la ídem para dir de Heide a recoger la entrada y llegar al MV antes de que dejaran entrar a la gilada, así me conseguía un buen puesto apoyadito en la baranda y con plena visión de la orquesta. Lo logré a medias. Llegué con tiempo, pero como estoy acostumbrado a apoltronarme en la platea, me equivoqué de puerta y cuando finalmente me apersoné en el recinto posterior donde se hacinan los menesterosos, la baranda estaba copada. Así y todo, logré ponerme en segunda fila, detrás de una peticita providencial. Mientras aguardaba que nos abrieran la jaula, me sorprendió que, en medio de la melómana turbamulta, se apelmazaran unos veinte críos poco mayores que Xóchitl los menos grandecitos y algo menores que Valeria los más, acompañados de, calculo, un profe. No bien nos dejaron entrar, los pendejitos subieron las escaleras como propulsados por sendos cohetes en el orto y, como dice el tango, no los vi más. No es la primera vez que me veo rodeado de infantes en conciertos, pero este tenía un programa decididamente poco infantil: la Segunda Sinfonía de mi compatriota Bruckner (toda la hora que dura ella), precedida, como para entrar en calor, por el Concierto para Viola de Bartok. Un poco como si quisiera yo darle de almorzar a Valeria foie gras trufado al aceto balsámico y después patas de rana a la provenzal. Es que este país es así. Es otra la organización social, otro el respeto por el otro, otra la conciencia de que el espacio es, por consiguiente, también mío, y no voy a hacer en la plaza, o el andén, o la calle, o la vereda lo que no haría en mi living o en mi dormitorio. Yo querría que Valeria y Xóchitl crecieran, viviesen y me dieran nietos en un país así, solo que no quiero cambiar de país sino cambiar mi país.

La especie de explanada donde la gilada escucha todo el concierto de pie como si el programa estuviera íntegramente dedicado al Himno Nacional tiene puertas laterales, unos tres o cuatro metros de fondo por el ancho de la sala y termina en la pared del fondo y, como adelantaba, en una baranda que separa a los pobres de la gente como uno, bien que uno haya debido misturarse con la gente como ellos. La gente llega, cuelga cualquier cosa del lugar de la baranda que quiere ocupar (un saco, un pañuelo, un programa abierto en la mitad, una cinta) y se va a tomar un feca. A nadie se le va a ocurrir colarse (ni mucho menos afanarse hasta la cinta). Otra tanda (los que han llegado tarde y dormido poco) reservan de igual modo su sitial contra la pared, donde, tras el feca, vuelven a sentarse y dormitar. A nadie se le ocurre colarse. Entre la multitud, gran cantidad de orientales no uruguayos, todos con partitura al frente y estuche de violín o flauta a la espalda. Es que estos países son así: los mejores instrumentistas jóvenes salen, en gran medida, de Corea, Japón y, ahora, China. Extraña –y, por una vez, bienvenida consecuencia de la globalización. Porque nosotros descendemos, al cabo, de los primos y cuñados y vecinos y acreedores o deudores de Bruckner y de Bartok, pero ellos?

A las 10:45 se acomodan las maderas y los contrabajos (incluidos sus ejecutantes), a las 11:55 salen las cuerdas y los cuerdistas y, a la voz de aura! Dentramos todos a aplaudir. A las 11:00 en punto el violista y el Ric. A Muti lo quieren mucho (es, con Abbado y Maazel, el director seguramente más popular aquí) y resuena la ovación. Cortita. Porque el Ric hace una reverencia con gesto como de, Sí, ya sé, muchas gracias, alza la batuta y el violista se pone a tocar solo un rato hasta que la orquesta se apiola que la cosa es también con ella y empieza a acompañarlo. El Concierto para Viola es póstumo. Bartok lo fue escribiendo al mismo tiempo que el Tercero para Piano, pero se murió antes de terminarlos. Yo no soy gran bartokiano. Me gustó. Pero eso es todo. Endijpuej vino el antrac, como volvería a terciar la SuFís, y entonces salieron un montón de músicos que se ve que habían llegado tarde para la primera parte y el proscenio se llenó de contrabajos y cornos y trombones y eso. A mí Bruckner me gusta más que Bartok, pero menos que casi todos sus contemporáneos: muuuuuuuuuucho ruido y pocas nueces, aunque tiene momentos gloriosos (con el adagio de la Séptima entre las obras más grandiosas de toda la música). Pero la Segunda es una obra demasiado quiero y no puedo. Aun así fue bueno recordarla (quién sabe cuántos años que no ponía el disco) y en una versión tan favorecedora.

La ovación final fue frenética, pero a mí me doblegaba Morfeo, así que aplaudí pro forma y me las piqué, sol arriba y Ring abajo, para casa. Me pregunto qué habrá sido del parvulario.

sergio