sábado, 4 de octubre de 2008

CRÓNICAS LONDINOFORLÍRICAS (febrero de 2008)

Va a ser –está siendo- el viaje más movido de estos últimos años: Viena del 19 al 25 enero; Londres del 26 al 29; Viena otra vez hasta el 3 de febrero; Forlì vía Boloña del 4 al 8; de Forlì vía Boloña a Viena otra vez 9; a Madrid el 16; a Monterrey vía México DF el 17; el DF de 22 al 24; de Madrid derechito a Salamanca el 25; a Barcelona en la madrugada del 27 y de ahí derechito a Vic; a Barcelona el 29; el 1º de marzo a Viena y a las 06:00 del 2 a Francfort y de ahí a Buenos Aires. Me estoy cansando de solo evocarlo.

Bueno. Incipit crónica.

El viernes 18 a las 23:00 decolé de Buenos Aires, y de paso el hemisferio sur. Trasbordo, como siempre, en Francfort –ah, la delicia de un pasaporte presentable, que me sustrae a la lenta y vocinglera multitud envuelta en turbantes y chadores, cargada de críos desaliñados y arrastrando toneladas de bultos informes! Es que no hay nada que hacer: qué molestos y fuera de lugar estos extracomunitarios flagelados por la pobreza y el desempleo, policías hirsutos e imanes desaforados. El cana tudesco apenas si coteja mi semblante lagañoso con la foto hipersuperultradigital. Así es. Soy ahora uno de ellos. Pero ellos no son todavía nosotros. Tal vez esté ya demasiado viejo para admitir más primeras personas en mi plural.

Luego viene Viena con su domingo de Mozart en la Jesuitenkirche y caffè con cornetto en Zanoni y el crucigrama del New York Herald Tribune. El invierno se hace desear (aunque no por este fiolo de vocación más bien tropical): sahúman el aire impoluto catorce inverosímiles grados caídos de un sol de admirable perseverancia.

El lunes a las 10:00, reunión del Comité Militar de la OSCE (Organización para la Cooperación y Seguridad en Europa). No dura ni veinte minutos. Las habrá la mañana del martes (una hora), todo el día el miércoles, y un poquito más la mañana del jueves. Entretanto, la ONU me ha confiado una traducción de 25 páginas a la que dedico las tardes libres y el viernes vacuo.

El sábado parto para Londres (se me han caído mis clases de Bath, pero como me queda la semana hueca, viajo igual a visitar a mi sobrino). Esa noche cenamos en el imprescindible restorán tailandés adscrito al no menos imprescindible The Churchill, a pocos metros de Notting Hill, donde se celebra –es, en realidad, un decir- el célebre Carnaval de ídem, que es al de Río –o al de Gualeguaychú- lo que una clase de teología a una orgía en Sodoma. El Churchill es mi pub favorito. Nos tomamos, mi sobrino Gastón, su novia Mara y este fiolo nuestras paints de Guíness y luego cenamos ella como argentina y nosotros picante como la puta que lo parió.

El domingo hay un sol radiante que debe (de) ser tan robado como los mármoles de Elgin que ornaron otrora el Partenón. Recorremos a rigurosa pata media rive gauche del Támesis. GyM viven en Pimilco, a metros del Vauxhall bridge, del otro lado del cual y a la derecha se yergue el para qué decir una cosa por otra hermoso edifico del MI6, oséase, de la CIA de ellos. La rive gauche es, pese a los ingentes esfuerzos de los últimos lustros por darle un poco de lustre, lo que se dice una cagada, sembrada de plastas de la Revolución Industrial: ex fábricas, ex depósitos, viaductos ferroviarios en ejercicio y demás construcciones que en Puerto Madero quedan piponas, pero en Londres… La gran ventaja de la rive gauche es que, desde ella, no se ve y sí, en cambio, la rive droite, en la que señorea el Parlamento con su copia original del Big Ben, cuyo prototipo puede admirarse en la Plaza de los Ingleses que ahora es de la Fuerza Aérea Argentina las pelotas. Los ingleses han limpiado el Támesis y ya hay bateaux mouches (oséase, botes de esos de turismo con el techo de vidrio y coso que chamuya a la gilada). Pasamos junto a la gigantesca vuelta al mundo, almorzamos unas pizzas genuinamente envidiables… al aire libre, a pleno sol, en pleno enero! Mara se va a encontrar con una amiga, y con Gastón enfilamos pa'l Impirialguormiusíum, donde, como contaba, la pérfida Albión se ufana de sus glorias del siglo pasado y lo que va de este, oséase de la Primera Guerra Mundial (de la anglobóer ni mu, porque esa fue en el sXIX y sus trofeos están en el relicario de las Roialarmdsforsis), pasando por la Segunda, pasando por la de Corea, sin detenerse –por discreta discreción, supongo- en la de la Independencia del Raj, ni en Suez, ni en Adén, y pasando –y bien bien rapidito, que para ellos fue una escaramuza- por la gesta de las Malvinas (lo cual no obsta a que, amén de las gallardas ginetas de mi Capitán Ángel de la Muerte Astiz, entre un Spitfire y un Messerschmitt 109 colgara hasta hace poco un Pucará), pero sin desembocar de lleno –discretion oblige!- en los poco populares marasmos del Irak y del Afganistán. El lunes visito a mi amigo Guido Casale, a quien conocí haciendo dedo (yo) con una noviecita de entonces cerca de Ledbury, allá por julio o agosto de 1981. Guido –inglés, a pesar del nombre y apellido argentinos- vivía a la sazón en Hereford, rodeado de vacas, adonde nos llevó para presentarnos a su novia Valerie. De mi noviecita de entonces guardo un recuerdo que no siempre logro encontrar, pero Valerie tiene de Guido dos hijas adolescentes. Viven en Isleworth, al sur y extramuros de Londres, en una casita de esas, con jardín de esos, que da a un canal siempre de esos… Una postal la casa y la familia, le digo! Y mantenemos una amistad férrea que va para los treinta años!!!! Hace un par de años, por cierto, Guido publicó una novela simplemente sensacional, The First Stone, que recomiendo eufóricamente. Valerie enseñaba literatura en Brunel U., prácticamente enfrente, del otro lado de Margaret Rd., pero ahora lo hace en Brighton y están pensando en mudarse. El martes regresé a Viena.

Me dediqué al dolce far niente cuatro días, y ayer por la tarde tomé el avión para Boloña, donde llovía, y luego el tren a Forlì, donde seguía lloviendo. Pero eso es harina de otra crónica.

Salgo de la parte Schengen del aeropuerto y soslayo la llegada al sector Non Schengen, donde se agolpan los familiares de color que aguardan a los coloridos parientes que llegan de sus polícromas tierras arrasadas, tantas, por guerras civiles o monsones. El taxi me deja en quince minutos al pie de la Termine, donde no dejan de entrar o salir trenes. Mi interurbano Milán a Ancona sale a las 21.29 en punto. Me llama la atención un cuarteto de jóvenes que pendulean en torno de los veinte abriles. No llegan a ser punk pero han emprendido el sartorial rumbo. Se parecen a los lamentables remedos de la decadencia de Occidente que desparraman su indolente melancolía por el rincón sur de la plaza Rodríguez Peña. Pero hay una cosa que, me percato y confieso, me perturba: son increíblemente bellos. Sobre todo uno, de tez tersa, facciones dulcemente geométricas y ojos avellanados insondablemente negros bajo su melenita Ringo Starr de carbón. Menos mal que estoy jugado!

Llego a Forlì poco después de las 22:00 y el taxi me deposita en Pisacane (vaya con el nombrecito!) 11, oséase en la Foresteria Universitaria, oséase, en el hostal de la universidad, adonde concurre con la llave (porque doppo le dieci non c’è nessuno) mi ex estudiante y hoy colega Claudio. Más tarde me terminaré de enterar de que soy casi el único morador (hay, dicen, otro). Desensillo y salgo, para mi gran sorpresa y alivio, inapetente, a dar mi primera vuelta por este lugar que conocí hace varios años y en el que pasé casi una semana con Alguienita y Valeria en octubre de 2005, poco después de Viena e inmediatamente antes de Buenos Aires.

Forlì es la ciudad natal del Duce, pero, por suerte, muchas otras cosas más. Aunque no tantas. Es, más bien, una aldea con pretensiones, con su centro que debió haber sido medieval (subsiste la abadía originalmente de 1170 pero nadie que la mire se lo puede creer), medio petiza, con una torre casi veneciana ancha y alta que la hacen semejar una obispo enano colgado de un báculo monstruoso. La Abadía, como corresponde, campea en la plaza central, de la cual emigran los tentáculos serpeantes de las que debieron haber sido callejas medievales. Pero no parece haber quedado una piedra anterior al sXVIII. Circundan el resto de la plaza vetustos edificios de alta recova (abundan, parece, por esta parte de Italia: también Boloña las prodiga). Los edificios de antaño han sido todos ahuyentados vaya a saber cómo y por qué. Pero queda el trazado primigenio relleno ahora por una urbe amable, no particularmente bella ni llamativa, pero que se deja caminar. Me paseo, pues, entre la llovizna guiado por la entrañable humareda de mi pipa. Es noche (casi las 23:00) de domingo, de pueblo, de invierno, de lluvia… pocos viandantes o ninguno. Nada abierto. El músculo duerme. La ambición descansa.

Detrás de la plaza, medio perdida entre edificios de poca monta, una placita donde crece, imponente, una torre de estilo veneciano, decididamente la construcción más alta de la comarca. Tiene una placa:

Sule ruderi dell’antica
Dai nazista abbattuta
I forlinesi
Vollero reconstruita
La torre civile
Dov’era e com’era
MMXLIV-MCMLVII

Traduzco con toda la solemnidad tan poco mediterránea con que los italianos pretenden poner levita a sus solemnes dichos:

Sobre las ruinas de la antigua
por los nazis abatida
los forlineses
quisieron reconstruida
la Torre Cívica
donde estaba y como era

Porque Forlì, ciudad natal del Duce, queda a la sombra (ni 30 km) de Boloña la roja, en medio de una de las comarcas donde la resistencia fue más heroica.

Y tiene otra: "A los caídos en el Irak".

Ah, la cruel ironía de la Historia! Quién mandó mandar al Irak a esos caídos? Los invasores de hoy, descendientes de los invadidos de ayer.

Doy vuelta sobre mis pasos y quinientos metros peatonal abajo doy con la Piazza del Duomo. A mi vera, la iglesia de la Madonna del Fuoco (ya averiguaré qué fuego es ese), frente a la cual hay una columna en la que no pierde su equilibrio la Madonna epónima rodeada de una reja invisible tras los cientos de dibujos infantiles que le expresan su amor… Es la faz ultracatólica de la Italia que nos parió. Y todo en medio de la bruma, la llovizna, la oscuridad y el silencio. Italia es un fantasma. Un fantasma que me recorre las venas.

Pero hoy, lunes, el pueblo está literalmente de fiesta. No sé muy bien a qué debo el feriado, pero feriado es y feria hay. Toda la Via delle Torri (la peatonal en la que desembocan los dos metros de ancho de mi Pisacane y que, a su vez, une la Piazza della Repubblica y la Piazza del Duomo) bordeada de quiosquitos. Y de quiosquitos circundadas las dos Piazzas, y la paralela a delle Torri. Quiosquitos de abrigos, zapatos, quincalla para la cocina, juguetes, dulces, panes, quesos, salames, linternas, tijeras, marcos para fotografías, tejidos diz que orientales, estatuillas de la Madonna o de Buda, según, aspiradoras, artículos de tocador y/o limpieza para el hogar… en fin, que un suk todo lo del Primer Mundo que el Primer Mundo consiente que un suk en el Primer Mundo sea. Con sus vendedores de spiel edulcorado, campechano, perspicuo, mendaz e interminable. Como si todos los parientes itálicos de todos los vendedores argentinos del ferrocarril ex Roca hubieran bajado de sus trenes para apoderarse de los andenes de la ciudad. Este explica que su procesadora de mano es mejor que las eléctricas porque la suya cierra herméticamente mientras que las de enchufe dejan pasar el aire cosa que como usted sabe signora le cambia el gusto a la pulpa de tomate y luego la salsa no sabe igual. Aquel no encuentra adjetivos (bueno, en realidad los encuentra a montones) para ensalzar las virtudes de esta sartén que vea signora se le echa grasa de jabalí herido y se limpia con un centímetro cuadrado de papel y de un solo lado. Fíjese signora cómo este trapo queda seco seco seco a pesar de que le vierto ante sus propios ojos seis litros de agua. Este pelapapas implacable signora es terciopelo para sus deditos fíjese que no hay papa que lo sobreviva pero que por más que procuro rasguñar siquiera mi delicada piel el muy pacato se niega. Este limpiavidrios magnético signora lava las ventanas de ambos lados a la vez embadurna para la izquierda y seca para la derecha igual que en la TV pero a mitad de precio. Multiplicado por cien o doscientos. Pruebe este queso signore (por fin!) qué me cuenta de este salame signore (vamos todavía!). Todo el Mediterráneo que nos parió derramado en este villorrio venido apenas a más en medio de la Emilia Romagna y todo lo lejos del mar que se puede estar entre el Tirreno y el Adriático.

Todo el mundo chocando con todo el mundo envuelto en rollos y rollos de trapos. Los chiquilines parecen robots y los más parvulitos bolas de lana. Por todas partes lo que tanto falta Alpes arriba: ruido de gente. Dos amigos se saludan a los gritos a veinte metros de distancia para fusionarse luego en un abrazo monosobretódico. Tres señoras se cuentan sus vidas, critican las de las vecinas y regañan a seis mocosos todo a la vez. Dos chicos corren con unos aerosoles a tres chicas haciendo un delirio de eses entre el compacto muro de lana y acrílico. Se cruzan dos familias con sendos cochecitos y hay toda una negociación por el derecho de paso: como los dos padres insisten en que primero pase la otra madre, nadie se mueve: ni ellos ni la masa cada vez más espesa que se apelmaza a sus respectivas espaldas.

Al cabo de una pipa, salgo del suk en busca de una cámara para la compu. Me han enviado del otro lado de la Piazza della Repubblica al fondo del Corso ídem, cuyas paredes anodinas están forradas de obituarios. Parece mentira la cantidad de muertos de reciencito nomás. Y qué nombres! Assunta Tibaldi, Renata Sciascia, Amilcare Giudice. El neorrealismo italiano llevado al paroxismo. En la Piazza della Repubblica discuten entre sí y no se sabe bien con quién más diez o doce muchachones recortados de I vitelloni o de Rocco e i suoi fratelli: camperas de cuero gastado, zapatillas otrora limpias, melenas que parecen pergeño de la mente de un peluquero diabólico o demente, vozarrones roncos y broncos, detonaciones de Eh! y Uh!, ordinariez al cubo, pero todo sin maldad, sin agresión, con una sonrisa –no del todo dentada, las más de las veces, pero sonrisa al fin.

Me he detenido a tomarme un espresso lungo con un cornetto, ceremonia infaltable, desde luego. En el hotel pierdo dos horas instalando la cámara nueva, desinstalando el programa de la vieja y volviendo a instalar el de la nueva hasta que por fin todo parece en orden. Se me han hecho pasadas las 14:00 y es tarde para almorzar comme il faut. Mi manducación se limita a un par de panini, uno de prosciutto, otro de tonno.

Compro varias chucherías, de cuya categoría solo logran salvarse una muñeca de porcelana (o similar) vestida que ni para festejar la noche del 12 de abril en la primera del Titánic, para Valeria, y otra toda de goma, pero enorme, que será la primera de Xóchitl (Sóchil). Si no, un cuchuflito a pilas para sellar bolsitas de nylon al vacío, la procesadora a pedal que no deja entrar aire en la pulpa de tomate, un par de tijeras para podarme la barba, dos rejillas grandes para las piletas de la cocina que en Buenos Aires las que se consiguen son demasiado chicas, una crema de afeitar y cinco rasuradoritas de plástico que me olvidé de traer, un encendedor de llama de dos metros para la pipa, ah, un peine de bolsillo, y alguna zoncera más. Me siento que ni sheik del Golfo en Harrods!

Regreso con el botín a la Foresteria y, albricias!, todo funciona y puedo oír y ver y que me oigan y me vean Alguienita y Xóchitl que está (Xóchitl) inmensa y saliendo las dos de un virus que las tuvo a maltraer durante estos días. Valeria había salido con el otro papá, el que puso el polvo y como que nunca más se supo.

Como a las 19:00 salí a cenar. Me había prometido una padania (or guërdtodatifect) de salsiccia, cipolle, pepperoni e zucchini que adquirí en un quisquito cercano a la Piazza del Duomo. Imagináose el colorido: pimientos verdes, rojos y amarillos, la cebolla de casi caramelizada a apenas cocida, los zucchini de verde intenso por los bordes a verde cremoso en el interior, a negro chamusquina por el contacto con la sartén, la salchicha oscura abierta en dos, el pan casi panqueque enrollado como en sánguche turco. Bien, como les digo, la padaniaorguërdstodatifect de color – bien, pero con gusto a nada. Qué atroz desencanto! Con la sangre en el ojo decidí vengarme con un buen postre y, Dios sea loado por apretar pero no siempre ahogar, tras un supliciante periplo hasta la otra Piazza a cuyo largo del periplo no oteé nada digno de mi ultrajado paladar, me zampé un genuino canolo siciliano que daba gloria. Así separados en el tiempo y en el espacio plato fuerte y postre, decidí completar el caleidoscopio con un bicchiere di rosso que obtuve en un café protegido bajo la recova más próxima. Di una vuelta postrera entre los quiosquitos que iban desapareciendo dentro de un malón de camionetas surgidas de la nada. A diferencia de Viena, las calles quedaron cubiertas de papeles, botellas, vasos de plástico y demás detritos. A diferencia de Buenos Aires, mañana ya no van a estar.

Doppodichè me vine a la Foresteria, a escribir esta primera andana de crónicas del año. Mañana empiezo las clases y, si Dios es servido, les seguiré contando.