jueves, 2 de octubre de 2008

CRÓNICAS VIENEREOMAYOPRÍMICAS (mayo de 2005)

3o de abril

Hoy, víspera del Primero de Mayo -alicaída fiesta internacional de los trabajadores devenida inocua festividad del trabajo-, es la Fiesta de la Ciudad de Viena, y la Ciudad de Viena está genuinamente de ídem. Hace un día peronista, de sol espléndido y lenitivos 22 grados. Gente por todo el centro, chuiquilines colgando de globos, parejas recientes, familias en pleno, multitudes apiñadas en torno de los artistas callejeros o frente a los escenarios de música y teatro, saltimbanquis, payasos, malabaristas, cuartetos de cuerdas, bailarines flamencos, hieráticas estatuas humanas sudando bajo sus tinturas color plata o bronce. Los cafés atestados, las heladerías sin daIr abasto... Cunde la más despreocupada despreocupación: todo el mundo parece feliz. Qué lejos Bagdad y Jerusalén, qué distantes Darfur y Lomé, qué invisibles los cartoneros o los millones de seropositivos sudafricanos... La vita e bella! Y, en efecto, lo es, al menos para un puñado estadísticamente insignificante de congéneres, este teórico gruñón incluido. ¿Qué puedo yo reprocharle al demiurgo que me ha dado una existencia desahogada, una carrera espléndida, una salud de hierro y a Alguienita? Nada, ni siquiera la inmerecida injusticia, el favoritismo inexplicable. Como dice el madrigal de Juan del Encina que Dimitri habrá cantado: “¡Hoy comamos y bebamos y cantemos y holguemos que mañana ayunaremos!”, o como podía darse el lujo de propiciar desde sus fastos ahítos don Lorenzo dei Medici: “Quant’è bella giovinezza que si fugge tuttavia! Chi vuol esser lieto, sia: Di doman non c’è certezza… Donne e giovinetti amanti, viva Bacco e viva Amore ! Ciascun suoni, balli e canti! Arda di dolcezza il core! Non fatica, non dolore ! Ciò c’ha esser, convien sia. Chi vuol esser lieto, sia: di doman non c’`e certezza!” O como decía ese prócer del periodismo argentino, Leo Vanés, al pie de sus crónicas del patrio yetset en Clarín: “Y el carrousel de la farándula sigue andando!”.
Perdón por el mal humor, pero me ha dado una planetitis aguda.

CRÓNICA MAYOPRÍMICA

Acariciado por la cálida mansedumbre de un día excepcionalmente peronista, decidí cumplir con un deber al que le había perdido el rastro treinta y un pirulos ha (que en la USA el Primero de Mayo, día que conmemora una matanza de obreros en Chicago, no se celebra): concurrir a la manifestación del Día Internacional de los Trabajadores devenido más inocuamente del Trabajo. La policía había cortado el Ring entre la Schwarzenberger Platz (ande vivo) y el Rathaus (oséase, la municipalidad). La manifestación debía partir de la Ópera a eso de las once para culminar ante el Parlamento. Llegué cuando la columna ya había culebreado para tomar el Ring y me incorporé a las filas de la mitad sur del Partido Comunista Austríaco, cuya mitad norte (otros cien o acaso ciento ciencuenta militantes) avanzaba separada por unos dos metros de tierra de nadie. Me enteré de que están divididos, pero no supe bien por qué, aunque la izquierda nunca ha requerido mayores razones para dividirse exponencialmente como las amebas. Mi huésped fue Hans, asesor financiero (labor poco comunista, como él mismo admitió sonriendo), que luego me presentó a su madre, una vieja militante de, diría yo, camino de los ochenta. Delante de los austrorrojos manifestaban los turcocarmines y los kurdopunzó. Los PC turco y kurdo parecen tener una fuerza sorprendente. Detrás venían Die Goyim, un conjunto de gentiles cuya especialidad es cantar canciones revolucionarias y antirracistas en yiddish. La izquierda habrá perdido casi todo su arrastre, pero nada de su pintoresquismo!

Hans se quejaba de la falta de disciplina: había que avanzar en prolijas hileras a lo ancho de la calzada y nadie le hacía caso más de cinco o seis metros.

Había -dentro de lo que eran los números- un asombroso porcentaje de jóvenes, muchos adolescentes. Parejas con niños, una hermosa muchacha de acaso veinte años en silla de ruedas, dos o tres Hell’s Angels, con sus motos azabache lustroso, sus camperas de cuero acribilladas de tachuelas y su barba de dos o tres meses, y hasta una parejita de punks cuyo aspecto habría causado un infarto a cualquier accionista de Palmolive. Y también muchos viejos. Algunos, por la edad, han debido ser resistentes al fascismo, (en Austria!!!!, que el núcleo fundamental de la resistencia en las entrañas del monstruo fueron desde siempre y hasta el final los comunistas, y también en Francia y en Italia y en Yugoslavia y en Grecia y en Albania, y en otros países más olividadizos, las cosas como son).

Entre los goyim y mi sección del PCA un furgón desparramaba por sus altavoces un granel de canciones en todos los idiomas: El himno de la Decimoquinta Brigada internacional (donde pelearon los angloparlantes en la Guerra Civil Española), otras en alemán, incluida La Internacional. Otras en italiano:, que yo canté con el viejo fervor. Llegados al Parlamento nos detuvimos ante una tribuna. Los turcos habían formado una ronda en cuyo centro se divertía a lo loco un chiquito que apenas había aprendido a caminar. Sobre el pavimento, alguien que seguramente andaba -es un decir- sentado por ahí, había dejado en depósito un par de muletas.
En un quisquito improvisado, compré un clavel rojo que no me saqué del bolsillo superior de la camisa en todo el día ni pienso tirar.

No me quedé a no comprender los discursos. No me hizo falta. Me bastó con saber que, pese a los crímenes horrendos y a los innúmeros y descomunales disparates que se han cometido en su nombre, todavía quedamos unos pocos, divididos, contradictorios custodios del sueño sublime y la gran esperanza. Algún día, lejano, pero seguramente seguro, no habrá fronteras, ni menesterosos, ni desamparados, ni niños sin escuela, ni adultos sin trabajo, ni enfermos sin hospitales, ni ancianos sin residencias, ni orates sin hospicios, ni cartoneros, ni linyeras, ni, como dice Guillén desde el violoncelo de su voz, “hombres ya de proyectos animales”, ni policías secretas de tenebroso instinto y poder siniestro, ni ejércitos invasores, ni bombas inteligentes o tontas, ni países en venta o vendidos. Algún día... Y mientras tanto, luchar para que venga, que cuanto más lejos la meta, más hay que caminar!


EPÍLOGO ARISTOCRÁTICO

Dejé detrás a mis flamantes compañeros y desanduve camino hacia la ópera, donde me aguardaban para almorzar juntos mi colega (ahora jubilada y ex jefa de la cabina española en NY), Natalia Teleki, y su marido, Gábor, ambos húngaros: ella criada en la Argentina y él conde, pero en serio. Nos conocemos desde hace más de treinta años y ellos me aguantan el bocho rojo y yo no protesto por su sangre azul. A Gábor le han devuelto hace relativamente poco todas las propiedades confiscadas por mis ancestros de ideología, o, en todo caso, parte. El palacio parece que lo habían transformado en jardín de infantes o guardería o escuela o algo igual de subversivo y creo que Gábor no inisitió, que será conde pero es un gran tipo.
Y esas fueron las mitades de mi primer Primero de Mayo carmesí.
“There are more things in Heaven and Earth, Horatio, that are dreamt of in your philosophy” vaticinaba sabiamente el Bardo en la flaca esperanza de que le hicieran caso.