sábado, 4 de octubre de 2008

CRÓNICAS RETROMAMBISAS (junio de 2005)

Es cierto que van para cuatro años que falto. Aun así, entre mi primera visita, en agosto de 1985 y la última más de quince años después hubo unas doce o trece o más, casi siempre por períodos de varias semanas y siempre conociendo cosas y gente nueva. En estos periplos recorrí desde Pinar del Río hasta Santiago y de La Habana a Trinidad. El viaje de La Habana a Santiago lo hice en tren lechero (en vagones argentinos fabricados por Fiat Materfer cuando existía), los demás en coche, levantando invariablemente autostopistas e invariablemente invitado a comer o a tomar una cerveza o un café en decenas de casas de toda laya, sobre todo de gente humilde, incluida una familia campesina cerca de Cienfuegos. En La Habana anduve por los solares (o sea nuestros conventillos) colado en un rito de santería, y en la fiesta de quince de la hermana de un pescador, en plena Habana vieja, y también fui de voluntario a recoger tabaco. Mi amigo de hace añares, Raúl Roa Kouri, es el hijo del primer Ministro de Relaciones Exteriores de la Revolución, el legendario Raul Roa. En su casa he estado, y en la del pescador, y en la de los campesinos, y, claro, en la de tantos colegas, estudiantes y amigos de mi propia condición. Es extraño: en la Argentina no he estado nunca en casa de pescadores ni de campesinos. Casi puede decirse que conozco mejor el pueblo cubano que el mío.

Cuba es un país pobre, que produce tres cosas que, todas, son malas para la salud: azúcar, tabaco y café, que no tiene petróleo ni recursos minerales de monta, sin tradición industrial y, hasta antes de la Revolución, prácticamente sin infraestructura. Era, como es archisabido, el prostíbulo y abortero de los Estados Unidos. Y de pronto se acabó la diversión, llego el Comandante y mandó parar, como cantaba Carlos Puebla. Al principio y hasta 1990 contó con la ayuda invalorable de la entonces Unión Soviética, que le vendía petróleo barato, le compraba azúcar cara y le regalaba todo lo demás. Otros países de Centroamérica recibían ayuda más o menos simétrica de la USA. Con una diferencia: mientras los Somoza y demás turiferarios del Tío Sam se dedicaban a enriquecerse y explotar, hambrear y asesinar a sus pueblos, la ayuda que recibió Cuba se fue, básicamente, en terminar de un plumazo con el analfabetismo (no lo ha logrado la Argentina), instituir un sistema de salud que es envidia de muchos países mucho más desarrollados, genuinamente gratuito (no hay que llevar vendas o placas al hospital), genuinamente accesible (nadie vive a más de unos pocos kilómetros del hospital o centro de salud más cercano, y si no, el médico de la región viene de visita periódicamente), y, al principio, claro, porque después se acabó, solucionar en lo posible el problema de la vivienda. La pregunta es por qué en Cuba sí y en la Argentina o México o Brasil, o Bolivia o Guatemala o El Salvador no?

Pero en 1990 (y estando yo de misión, justamente) empezó el llamado Período Especial, o sea de escasez o falta de casi todo lo que daba o vendía barato la URSS. La cosa tocó fondo hacia 1995, pero a partir de ahí comenzó a mejorar, aunque sin alcanzar (al menos para 2001) el nivel de 1989. Una de las primeras víctimas fue el transporte público. Desaparecieron aquellos simpáticos ómnibus húngaros Ikarus que parecía que los había de a millares (muchos articulados), hubo que improvisar, como tantas veces, y se improvisó: a la cubana: con ingenio indudable y PARA TODOS IGUAL.

Porque, como dice il Enrico Fiori, en Cuba ricos no hay, y hasta los Jueces de la Corte Suprema viven modestamente... no exactamente como en la Argentina, vero? Claro, ese sistema educacional formidable (muchísimo más avanzado y masivo que el nuestro y que el de cualquier país del tercer mundo –acaso con la excepción de Costa Rica- y que el de muchos del primero) y ese formidable sistema de salud cuestan un huevo, que Cuba no tiene. Y por eso falta casi todo lo demás, y por eso lo que hay se vende en dólares (el peso nacional es papel mal pintado) y todo la caro que se puede. De donde las pequeñas y cotidianas estafas al turista de que con razón se queja il Giorgio.

Pero hay más, o, bien mirado, menos: no hay escuadrones de la muerte, cartoneros, policía de gatillo fácil, males endémicos como el de Chagas (y es un país tropical!), malnutrición (y no hay, como en la Argentina, dos vacas por habitante), y sí, en cambio, una de las tasas de mortalidad infantil más bajas del mundo, incluidos los EEUU. Por qué? Mayor higiene individual de todo un pueblo? Suerte? O un sistema muchísimo más humano (o hay algo más humano que garantizar la vida)? Con todos los disparates, los errores, y, cómo no, hasta las injusticias y la represión (pero sin desaparecidos) del pensamiento independiente.

Il Giorgio no viviría en Cuba. Yo, con mi casita en Salta y ahora un estudio en Viena, con mis conciertos y mis óperas y mis viajes y mi Mazda... tampoco. El socialismo no tiene nada que darnos a los que ya vivimos bien. Peor, termina quitándonos parte de ese bienestar: un cacho de la pizza que me como tiene que ser para dar de comer a otro, no hay más remedio, si no, la ecuación no cierra. Pero es que el socialismo no tiene por fin darnos de comer o vivir mejor a los que ya comemos y vivimos bastante bien, sino a los que se mueren de hambre. Y eso Cuba lo ha logrado y sigue manteniendo mucho, muchísimo mejor de lo que ha logrado jamás la Argentina (que no es, ni por asomo, el país más pobre o injusto del mundo). Y lo ha logrado y sigue manteniendo bloqueada a cal y canto por unos EEUU que no tienen empacho en negociar con la China de Tien An Men o la Rusia de Grozny y Beslán o el Sudán de Darfur.

Cuánto más va a durar? Poco, sospecho, porque la Historia no conoce la razón ética sino la económica, y la ecuación económica no cierra. Ya vendrán, me temo, los buitres de Miami a privatizar hospitales y derribar casas para hacer canchas de golf. Mientras tanto queda la prueba de que, en determinadas condiciones y con todas las limitaciones que se quiera, SE PUEDE. Y si se puede, no hay excusa para no tratar de que se vuelva a poder: mejor, sin represión, sin escasez (en la Argentina, por ejemplo, creo que se podría).

Por cierto, casi todas mis visitas han sido a enseñar, durante mis vacaciones, en forma totalmente voluntaria. Las primeras veces los cubanos me pagaron pasaje y hotel. Y la primera, incluso, pusieron un auto a mi disposición, que cuando vi que del hotel al lugar donde laburaba había poco más de un kilómetro, devolví. Pero a partir del 28 ya no pudieron gastar en mí un dólar, de modo que los pasajes me los pagué yo. Es todo lo que he podido dar a ese pueblo ejemplarmente digno: mi tiempo, mi trabajo y los mil dólares de cada pasaje. Ha sido el mejor negocio de mi vida, porque he salido ganando inconmesurablemente.

Termino con lo que me dijo un taxista: “Cuando se fueron, de aquí se llevaron todo: las placas de los aparatos de rayos X, los teléfonos, los bombillos de la luz, hasta los cerillos. Y lo que no pudieron llevarse lo rompieron. Todo se lo llevaron, todo. Lo único que no se pudieron llevar fueron los principios.”

Y con un par de poesías que reescribo al azar de la memoria.

Esta, admirado por el ingenio cubano, que ha llegado a hacer antenas parabólicas con bidones de petróleo desechados.

Cuba, donde no hay nada y falta todo,
Y donde todo se hace con nada y una sonrisa...
Y a veces con la sonrisa sola.

Esta, cuando vi a un grupo de chiquilines jugando descalzos a la pelota: los zapatitos estaban todos en prolija hilera a un costado, porque están enseñados que hay que cuidarlos como oro, que no son tan fáciles de sustituir.

Esos zapatitos de niño
Que no conocen otro mundo que el camino de la escuela
Ni otro afán que correr durante el recreo.
Esos zapatitos de niño
Míralos bien:
En ellos juegan a la pelota todos los héroes caídos.