sábado, 4 de octubre de 2008

CRÓNICAS PATERVALEDICTORIAS

COMO ENTONABA PIERO…

Era un gran tipo mi viejo.

Queridos cumpas,

gracias a todos los que por privado y aquí me han expresado sus condolencias. No hay, genuinamente, de qué. Les cuento:

El viejo ya arrastraba hacía rato sus 96 a duras penas. Cuando estuve en enero anduvo internado y todos sabíamos que era cuestión de poco tiempo. Las cosas se precipitaron justo cuando tenían reserva Alguienita y Valeria, de modo que yo adelanté mi propio regreso para encontrarme con la noticia en el aeropuerto. Dejé que mis hembras siguieran para casa y me tomé un taxi a La Chacarita, adonde llegué justito para la cremación. Estábamos, por supuesto, los íntimos, pero también muchos de sus camaradas de lucha, porque mi viejo se afilió de veinte pirulos al Partido Comunista a raíz del golpe de Uriburu y siguió de hierro hasta que la sabiola lo fue dejando plantado en el cuerpo. Su último puñetazo en la mesa fue un libro que escribió con su hermano Julio, el abogado que tanto se jugó por los derechos humanos en lo más duro de la dictadura (Jorge, el cirujano, murió hace unos años). Eso fue hace menos de veinte meses, cuando ya acariciaba los 95. Su colaboración fue oral, porque andaba ciego desde tiempo atrás.

Hubo solo dos discursos, breves, de su colega Fernando Azcoaga, en nombre de la profesión a la que dedicó la otra mitad de su vida y que defendió (y yo eso lo aprendí de él) con uñas y dientes: para adentro, por la dignidad profesional y el reconocimiento social y -cómo no- económico, y para afuera, como misión sagrada y noble ante la humanidad, sobre todo los más vulnerables, los pobres, y del Secretario General del PC, Patricio Echegaray. No se me había ocurrido que, al cabo de 76 años de militancia inclaudicable, el viejo era el más antiguo que quedaba. Bueno, no es del caso hablar de política, pero sí de lo que dijeron y sabíamos: que no aflojó ni aunque vinieran degollando (y vaya si vinieron!), que se aguantó la cárcel con Perón y con Frondizi y con Onganía y con Videla, que lo echaron ignominiosamente junto con Jorge y otros médicos correligionarios del Hospital de San Fernando donde, igual, trabajaba gratis. Yo solo intervine para recordar algo que me dijo cuando el desmoronamiento colosal del mundo en el que habíamos creído los dos: Yo pensé que tenía en mis manos la pala con la que se iba a enterrar de una vez por todas la explotación del hombre por el hombre. Me equivoqué. Pero esa pala existe, y algún otro la va a encontrar.

Y yo vi desaparecer el féretro cubierto con la bandera argentina y la roja con tanto orgullo que no me quedó lugar para la pena.

Parafraseando el final de un poema criollo que alguna vez le escuché recitar a Berta Síngerman,

Yo no sé qué les parece,
digo yo, pero pa´ mí
que algún respeto merece
quien supo vivir así.


EL JARDÍN DE LOS SENDEROS QUE CONVERGEN

Allá por 1928, mi viejo entró a militar en el Centro de Estudiantes de Medicina, en los llamados Grupos Insurréxit. Era, también, católico militante (y se afilió al PC dejando claro que lo era). Fuera de los fascistas, con los que nunca transó (y es otra cosa que aprendí de él), había otra agrupación nacionalista de derecha, cuyo nombre no recuerdo. La encabezaba Jorge Taiana, que después fue Ministro de Educación con Cámpora y a quien mi general Perón tendió la cama para reemplazarlo con el troglodita de Ivanissevich, el de la notoria “misión ídem” (recordates, gerontes?). Pues hete aquí que casi setenta años después, en 1992, los pude juntar en Viena. Taiana estaba de embajador argentino. A mi padre el viaje se lo pagué yo, porque él no tenía un mango y murió pobre como una rata. Menos mal que el hijo mayor ganaba en euros.

YO QUIERO, CUANDO ME MUERA

Por cierto, el PC quiso mandar una corona, pero mis hermanos dijeron que lo que el viejo hubiera querido sería que esa plata la usaran para dar de comer a algún necesitado.

En Santiago de Cuba, en un sencillísimo mausoleo, reposan los restos de Martí. El féretro cubierto con la bandera cubana y, al pie, un florero sin pretensiones con un ramo de rosas rojas sobre un pedestal con su copla:

Yo quiero, cuando me muera
sin patria pero sin amo,
tener en mi tumba un ramo
de flores y una bandera.


MI VIEJO EN AUSCHWITZ

Fue en 1956 y el regresaba con la primera delegación de médicos argentinos en visitar China (eran quince, entre ellos mi viejo y dos rojos más, el resto radicales, demoprogresistas y socialistas). Me contaba (yo todavía de diez años), Yo pude ver eso con la frente alta, porque yo contra eso había luchado toda mi vida.

Y le quedaban exactamente cincuenta años para completarla.


MI VIEJO Y CHOU EN LAI

Me contaba el viejo (y yo de diez años) que Chou le había explicado que, Antes éramos un país miserable; ahora somos un país pobre.

Todavía no habían sucedido Hungría (aunque faltaban semanas), ni Praga, ni el Gran Salto Adelante y su Revolución Cultural Proletaria, ni el juicio a Daniel y Siniavski, ni Afganistán. Aunque sí los procesos de Moscú, el asesinato de Trotzky y la "conspiración de los médicos judíos". Es lo malo de la fe: que no puede serlo sin estar aunque sea un poco ciega. Pero eso es lo de menos. Lo importante es llegar a abrir los ojos, verle la cara podrida a la verdad y seguir creyendo que el mundo puede ser mejor, y que si puede... DEBE!

MI VIEJO Y EL SUYO

Mi abuelo era radical de pura cepa, y de unas bolas a prueba de dinamita. Cuando se enteró de que mi viejo se había hecho comunista casi le da un infarto. Pero cuando su hijo iba a hablar en algún mitin en la plaza de San Fernando, donde vivían, abuelo Viaggio se calzaba aquel 38 largo digno de Wyatt Earp y les decía a sus hijos menores, Jorge y Julio, uno estudiante de medicina y el otro todavía estudiante secundario, Vamos a cuidarlo al Negro. Y se quedaba inmóvil escudriñando el paisaje humano desde detrás de un árbol... pero bien cerquita de la tribuna.

Ese bufoso, por cierto, lo heredó después mi viejo y yo lo sacaba a escondidas, para jugar a los cowboys frente al espejo. Poco antes del golpe del 76, apenas llegado yo a Nueva York, la triple A hizo volar por los aires nuestra casa de San Fernando. Vinieron a ayudar todos los vecinos, hasta el tano de al lado, que había sido oficial del ejército de Mussolini durante la Segunda Guerra Mundial. Apuntalaron el techo del consultorio y la sala de espera, que amenazaba con derrumbarse, improvisaron una nueva puerta de calle y un montón de cosas más. Cuando por fin vino el golpe, mi vieja, vestida como para una canasta de beneficencia y jugándose, literalmente, la vida, se metió el fierro en la cartera para ir a deshacerse de él por ahí. Menos mal, porque si cuando dos años más tarde el ejército allanó el dpto donde tuvieron que mudarse y se llevó a mi vieja y a mi hermano (al viejo lo fueron a buscar al consultorio) lo encontraba, yo llevaría de huérfano treinta pirulos, no veinticuatro horas.

Parece mentira. Hace años que no me acordaba de esto. Y ahora, lo que son las cosas, extraño aquel Colt.

MI FAMILIA EN LA 19

Por suerte, con los milicos, que destrozaron el dpto, venía un destacamento de la Policía Federal y el comisario maniobró para llevarse a mi vieja y a mi hermano y para que lo dejaran ir a buscarlo a mi viejo. Fue así como terminaron en la Comisaría 19. Por falta de lugar (y acaso presencia de mala leche) a mi vieja la metieron en el calabozo con las putas, que resultaron tan timberas como ella y se la pasaban jugando a la canasta. Al viejo y a mi hermano, creo, los pusieron juntos en otro.

Una mañana entra matoneando el Oficial de Guardia y le grita, Señora, venga conmigo, Yo con usted no voy nada!, Venga conmigo, carajo, o lo pagan su marido y su hijo! Mi vieja, entonces, lo sigue. Párese aquí! le grita. Y después le susurra, mire para allá, que está su hija, y yo tengo orden de prohibirle pasar.

La vieja, que era excelsa cebadora, terminó tomando mate con la guardia nocturna. En una de esas tertulias, entró de sopetón el comisario. Pánico, me imagino, entre la milicada. Pero el tipo no se inmutó. Se le sentó al lado y le dijo, Menos mal que los pudimos traer con nosotros, porque se los querían llevar a Campo de Mayo y de ahí sí que no salían vivos.

Otro día, la mandó llamar para contarle que, Los detuvieron por una denuncia de que tenían armas en la casa. No le puedo decir quién, pero fue un amigo de la familia.

Hasta el día de hoy ignoro quién fue, pero, parafraseando a Nicolás Guillén:

Si yo lo cojo y lo aprieto,
caminando,
ese la paga por todos,
caminado,
a ese le parto el pescuezo,
caminando,
y aunque me pida perdón,
me lo como y me lo bebo,
me lo bebo y me lo como.
Caminando, caminando,
caminando.

Y de dónde la buena voluntad de aquel comisario que, ahora que lo pienso, también se la jugó? Era amigo de otro comisario, hijo ilegítimo de mi tío Alberto, hermano de mi abuelo, y conocía a mi viejo por referencia.

Y pensar que Borges tenía que inventar tigres soñados para poder escribir!

MI VIEJO, UN IMPRESCINDIBLE

Hay hombres que luchan un día y son buenos.
Hay otros que luchan un año y son mejores.
Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos.
Pero los hay que luchan toda una vida:
Esos son los imprescindibles.

Bertolt Brecht

EN CANA CON ALFREDO VARELA

Fue en 1955, tras la asonada militar del 16 de junio, con los trolebuses acribillados, las iglesias y el Jockey Club en llamas y la euforia del cinco por uno (por cada uno de los nuestros que caiga, vociferaba sin saberse póstumo Perón, caerán cinco de los de ellos). Bueno, en Devoto cayeron unos cuantos comunistas (a pesar deque el PC se opuso de frente al golpe), entre ellos mi viejo. Creo recordar que en esa redada cayó también el escritor Alfredo Varela, a quien cuatro años antes aquel peronista irreducitble que fue Hugo el Carril venía a visitar diariamente a la cárcel para dar forma al guión que basaba en su novela El río oscuro y que se estrenó como Las aguas bajan turbias. Caminos que convergen, al viejo lo trajeron esposado a despedirse de mi abuelo, que agonizaba. El inspector que mandaba el grupo le hizo dar su palabra de que no intentaría piantarse y le quitó la indignidad de las esposas antes de que entrara en el cuarto. Al salir, le dijo, Doctor, tengo una buena noticia: me acaban de ordenar que lo deje en libertad. Todavía no había desaparecidos. Pero a Amoresano y Lombilla, los célebres torturadores de la Federal peronista, ya se les había pasado la mano con más de uno, entre ellos el inolvidable colega de mi viejo, Juan Igalinella.

LA GENTE QUE, SIN SABERLO, ENTRÓ EN PARA SIEMPRE EN MI VIDA

En casa se hacían muchas reuniones. Entro a evocar al tuntún: María Teresa León y su dorima, Rafael Alberti, Saulo Benavente, el escenógrafo, Annemarie Heinrich, la fotógrafa, Inda Ledesma (casada entonces con otro médico rojo), Juan Carlos Castagnino, Enrique Policastro, Raúl Monsegur (desaparecido en los Andes cuando intentaba ganarle el envido a unos rápidos endemoniados), artistas plásticos (en el (álbum hay una foto de mis viejos rodeados de caballetes y señores manchados de pintura y muy concentrados: Castagnino, Soldi, Policastro y dos o tres más pintando todos el mismo paisaje en las barrancas del Paraná). Una noche vinieron a cantar cuatro inverosímiles negros norteamericanos, The Jubilee Singers, que vaya uno a saber de dónde habían salido y cómo habían llegado a San Fernando! Por el lado de la vieja caían los Hermanos Ábalos, con Adolfo tocando el piano que había sido de mi abuela, que fue fundadora de la Wagneriana, y al que se supo sentar, de mozo, un rusito retacón de orejas de Yoda y nariz sin concesiones: Arturo Rubinstein, que después se hizo como que famoso, y un chilenito que se quería ir a estudiar a Alemania, de apelativo Claudio Arrau. Y el pelado D’Almastro, cardiólogo y bolche él también, pero menos prosapioso: hijo de madre soltera, había aprendido a leer y a escribir a los deiciocho años. Y Pedrito Grosso, con una pinta maldita de suboficial del ejército, que en los años treinta viajaba en trenes de carga sindicalizando zafreros y algodoneros. Y el dentista a pesar suyo Ismael Arcella, de vocación, verdiano, que fue el que me enseñó a no reírme de los valsesitos tipo La donna è mobile. Y el marido de Annemarie, un poeta bastante malo, de seudónimo Álvaro Sol, que fue el primero en decirme, Dale pibe, pero no seas tan cursi. Y el psiquiatra Julio César Cabral, diminuto y anteojudo, con cara de cura, salvajemente torturado en le época peronista, que un día llegó con el paquete de galeras corregidas al sótano donde se imprimía clandestinamente el semanario La Hora en medio de un allanamiento a todo vapor, con los compañeros contra la pared brazos en alto mientras los canas pulverizaban muebles. El comisario que mandaba la cuadrilla de demolición lo ve entrar y le increpa, Y usted qué carajo está haciendo aquí? A lo que Cabral, con su voz de tiple a tres octavas del do central le contesta, Yo estoy mirando, NO SE PUEDE MIRAR!!!! MÁNDESE MUDAR INMEDIATAMENTE O ME LO LLEVO A USTED TAMBIÉN!!!!! Y se fue. O el abogado Eduardo Warsczaver, que, cuando el director del Penal de Ushuaia prohibió fumar a los presos políticos, le envió una carta que empezaba, De fumador a fumador. Todos están muertos, decía no recuerdo qué poeta colombiano (socorro Manolo!), la mano que esto escribe es de ceniza y sobre ella vuela un cuervo.

MI VIEJO Y EL TROESMA OSVALDO PUGLIESE

El que sí compartía el pabellón de los presos políticos con el viejo en 1955, aparte de Pedrito Grosso y el Doctor Rulo, fue el inolvidable Osvaldo Pugliese. Miren cómo me acuerdo: No podía entrar más de un visitante adulto por preso. Una vuelta, vino con mi vieja y conmigo (que tenía nueve añitos, apenas tres más que Valeria), otro camarada, que entonces dijo que venía a visitar a Pugliese (y yo no tenía ni puta idea de quién era). No sé si los gerontes recordarán que mientras el troesma estuvo en cana, la orquesta tocaba sin nadie al piano, que tenía encima un clavel rojo, como la furia de la esperanza. La orquesta funcionaba como cooperativa y la guita se repartía por partes iguales.

Añares después (si no yerro, 1988, a juzgar por lo que aparece como encabezamiento) conocí en Montreal al que fue primer bandoneonista, otro rojo, el troesma Arturo Penón. Me meto a hurgar en mi archivo “poemas” y extraigo estos dos de aquella noche:

MONTREAL, abril de 1988 (?)

Attenti, maestro Penón,
no se olvide de acordarse que su bandoneón y usted
tienen, después de todo, ontologías independientes.
No vaya a ser que en una de esas
se deje la nariz entre los pliegues
o en la estrujada pierda una oreja!

LOS ARGENTINOS DE LA DIASPORA

A algunos nos corrió la pobreza que se venía
y a otros la que se vino.
Otros buscaban un futuro más ancho...
un laboratorio más completo,
tocar la Kreuzer en un Stradivarius.
Hubo quien salió corrido por los disparos
y también quien fue corrido a tiros.
Hay quien voló en alas del pavor
y a quien tuvieron, en cambio, que arrastrarlo de los pelos.
Algunos buscaban simplemente respirar
y otros solo buscaban
donde les fueran a pagar treinta dineros.
Otros, los menos, añorábamos nomás el horizonte.

Según el último censo, somos, a ojo de buen cubero,
como dos o tres millones.
Y esta noche de abril en Montreal
nos habremos juntado una veintena.
Y el que no lagrimea por fuera, solloza para adentro.
Todos lloramos.
Porque somos eso,
unos ítalo-hispano-judeo-panterrestres sentimentales,
gauchos wagnerianos, de ingenio veloz y orgullo frágil,
anclados al cabo de una larga cadena melancólica
en una rada perenne que, para no complicar la geografía,
llamamos simplemente Buenos Aires.

LA ÚLITMA NOCHE

Me lo contó mi hermana cuando volvíamos del cementerio. El viejo murió a las seis de la mañana de ahora antes de ayer. La noche anterior vinieron a despedirse varios camaradas de aquella época (Echegaray dijo, entre otras cosas, Cuando vino la gran derrota, hubo muchos desengaños, renunciamientos, abandonos, deserciones, y algunas cosas que se parecen demasiado a esa palabra tan fea: "traición"; pero los que fueron a despedirse no eran de esos). Entre ellos, el Doctor Rulo, o sea "Rulo" Dratman, no se sabe bien si ayudado o estorbado por su bastón indomable, tan petizo que el diccionario malgasta en él el sustantivo "estatura", atesorador de esporádicos pero tenaces dientes que muestra de a dos o tres según el radio de su perenne sonrisa, uno de los tres rojos que fueron a China (el otro fue José Itzigsohn, que en el 48 se fue a pelear a Israel y luego regresó a la Argentina) en aquel viaje improbable, compañero de cárcel y de aventuras que yo apenas si consigo adivinar (una vez, íbamos con el viejo caminando por Río Bamba camino de Córdoba y él, que siempre caminaba de prisa, ralentó apenas las zancadas y mirando a un primer piso cualquiera dijo -no me lo dijo a mí, lo dijo solo, como saldando una cuenta o, tal vez, cerrando un recuerdo-, Aquí trajimos una vez a un compañero herido. Es todo lo que sé), perdido en el arcano de unas ropas que nunca le deben de haber quedado bien, separado de las formas y los colores por unos anteojos desmesurados, zezeando por atavismo y, ahora, por necesidad, al que a algún irresponsable o desavisado no se le ocurrió nada mejor que servirle el combo demoledor de un vaso de vino y el álbum de fotos. Y el Doctor Rulo se puso a soltar recuerdos, Mirá, Lucho, exclamaba poniendo las fotos telarañadas delante del rostro ya abandonado, te acordás de esta? Aquí estoy yo hablándoles a los chinos de la situación política en la Argentina! Qué carajo les habré dicho, no me acuerdo, pero sí que hablé como media hora. Pobres chinos, seguro que no entendían una mierda! Pero se la aguantaron sin chistar. Claro, son un pueblo paciente. Salú, Lucho!, exclamó alzando el vaso delante de los ojos inútiles. No importaba que al viejo el alma se le hubiera adelantado al cuerpo. Si total ya estaba a punto de ser inmortal.

EL JARDÍN DE LOS SENDEROS QUE CONVERGEN

Me acaba de escribir Miguel Rojas, desde Rhode Island, que conoce a José Jr., el hijo de Itzigsohn (el tercer rojo que viajó a China con Rulo y el viejo), que ahora vive en Israel. Le pedí que le mandara las crónicas para que se las pasara a su viejo. Lástima no estar bichando para verle la cara!

Fue un instante, un instante tan dulce como efímero, pero al recibir el emilio de Miguel, mi primer impulso fue chapar el teléfono y gritar, Viejo, a que no sabés con quién me acabo de poner en contacto!

Ya se encontrarán todos, Sandino y José Sr. y Camilo Torres y el viejo y Ho Chi Minh y el Che y Lumumba y Maurice Bishop y Allende y Ben Barka en la última y alegre carga de caballería contra los molinos -ay, tan poco eólicos y tan pero tan monumentales!- de la explotación del hombre por el hombre: Puedo verlos en sus armaduras, con la escudilla de barbero por yelmo, espoleando impacientes los croquis huesudos de sus Rocinantes, discutiendo a cada paso que si la táctica o si la estrategia, puro ruido de latas y de gloria.