viernes, 3 de octubre de 2008

CRÓNICAS LIBANÉMICAS (abril de 2006)

Sábado 20

El vuelo de Lufthansa a Francfort está repleto y me apgradean a bisnes. La cosa empieza bien, aunque todavía me espera la amansadora de dos horas hasta que salga el vuelo a Beirut, que, Dios sea loado, también está atiborrado y me vuelven a apgradiar, de modo que viajo como un rey.

Domingo 21

Aterrizo en Beirut a las 02:30, en un aeropuerto ultramoderno y, salvo por los náufragos de este seguramente último vuelo, desierto. Me espera un taxista que no habla una palabra de cristiano, pero que, por suerte, sabe adónde llevarme: el hotel Cavalier, modesto y cómodo. Entre una cosa y otra, me duermo alrededor de las 4:00. A las 9:00 me llaman para despertarme. Un error comprensible, que les cuesta una de las puteadas mentales más ensordecedoras de mi prolongada biografía… ellos, claro, no se enteran; pero que les cuesta, les cuesta. Aprovecho para bajar a desayunar y me topo con Jean-René Ladmiral, autor del emblemático “Traduire: Théorèmes pour la traduction”, uno de los libros más señeros de nuestra disciplina, publicado hace unos 40 años, tras lo cual JR se ha dedicado a su vera pasión: la filosofía. Es en calidad de profe de filo que lo han invitado. Lo conozco de un seminario en la Sorbona, donde vi por última vez a la temible Danica Seléskovitch, madre y madrina de la teoría interpretativa y gran precursora gran de la teoría con que os fustigo cotidianamente para instrucción de unos, hastío de otros y escarnio de unos poquitos (por suerte!), y lo he visto por última vez con ocasión del homenaje que le hizo la U. Católica de París hace un par de años y donde yo presenté mi “Me perdonarán, pero DEPENDE!”, subido a uacinos pa’l que quiera interesarse. JR me lo espeta a cada rato: DEPENDE! Es más: a raíz de eso y para eso me han invitado: para que vuelva a explicar lo de DEPENDE! Y así han titulado el seminario “La estrategia del DEPENDE”.

Al mediodía nos viene a buscar Pijon (léase “piyón”) decano de la Facu de Filo de la Universidad St Joseph cuya Facultad de Traducción e Interpretación me ha invitado a mí y con cuyo decano, Henri Awaiss, vamos a almorzar frente al Mediterráneo que nos parió. La U es -cosa únicamente posible dentro del mundo árabe- un instituto jesuita.

Desfila a mis lados una Beirut que, bien que más que recuperada, muestra las llagas todavía purulentas de la guerra civil. Edificios picados de metralla, carcasas abandonadas ennegrecidas por incendios que solo el tiempo se ocupó finalmente de apagar, baldíos inesperados en medio de los viaductos y los rascacielos recientes, donde no es difícil imaginar edificios finalmente demolidos o caídos por propia desidia. Pasamos frente a una especie de búnker. La sede de la Falange, explica Pigeon. Y a mí se me agitan las neuronas con la memoria de mi general Ayoun, ejecutor eficiente de las atroces matanzas de Sabra y Shatila planeadas hasta el último cadáver de niño por mi general Ariel Sharon (Q.E.P.D.). Pigeon explica: esa es una iglesia maronita católica, esa otra maronita ortodoxa, la de allá es una mezquita sunnita, la de enfrente chiita, a la izquierda una iglesia ortodoxa griega, detrás una católica, también griega, aquel un templo druso. Sobre la carretera, enormes pasacalles: "1915 GENOCIDIO ARMENDIO. QUE TURQUÍA LO ADMITA 2006". Y además, por supuesto, los palestinos, nacidos ya todos aquí, pero que sueñan con volver a la Palestina que les narran sus cada vez más desdentados ancestros, para lo cual, por supuesto, tienen que correr a los judíos que, por supuesto, no quieren ni tienen adónde.

No me explico cómo caben tantas diferencias en una ciudad de menos de dos millones de habitantes en un paisito ínfimo de menos de cuatro. Bueno, en rigor sí me lo explico: Que nos interese, todo empezó con los fenicios, que fueron corridos por los griegos, que fueron corridos por los romanos, que fueron corridos por los árabes, que fueron corridos por los turcos, que fueron corridos por los cruzados, que fueron vueltos a correr por los turcos, que fueron vueltos a correr por los árabes, que fueron corridos por los franceses, que fueron corridos por los norteamericanos, y, además, cayeron los refugiados armenios, y luego los refugiados palestinos… y de todos ellos solo no quedan ostensiblemente los fenicios primigenios, cuyos genes siguen, sin embargo, haciendo de las suyas y no en vano se dice desde entonces que la libanesa no es una nacionalidad, sino un oficio comercial. Estos cuatro millones que continúan afincados en este manchoncito de tierra encerrado por Turquía, Siria e Israel (temibles vecinos, si los hay) y abiertos providencialmente al Mediterráneo que nos parió, son el ancla distante de una vastísima diáspora cuyo extremo sur anda por la Patagonia. Pero he comido en restoranes libaneses en Yaoundé, en Sydney y en Montreal.

Miro el cielo diáfano del Mediterráneo que nos parió y de pronto siento que lo oscurece la sombra del ala de un cuervo. Porque la guerra civil, esa que estalló nadie sabe bien por qué y duró dieciséis años, no hace más que invernar. El futuro, que yo siempre creí que aguardaba, en cambio acecha.

Entretanto, grúas por todas partes. Túneles y puentes que no estaban hace tres años. Monstruos de cristal y acero apenas terminados. La vida, casi inexplicablemente, sigue.

JR es casi fascista y lo proclama. Se considera partidario de la derecha “nacional”, A diferencia de cuál otra?, pregunto, De la abiertamente fascista, aclara. Piensa votar a De Villiers, el del rostro de granito incapaz de una sonrisa. Su padre, en cambio, fue brigadista internacional en la Guerra Civil Española. Me cuesta explicarme la evolución del pensamiento de este hombre sin duda inteligentísimo y sapientísimo, pero es probable que Freud haya sabido hacerlo. En su discurso político, JR larga cosas siniestramente plausibles. Los EEUU ganaron la Primera Guerra Mundial y se establecieron como potencia. Luego ganaron la Segunda y se deshicieron de los dos rivales capitalistas: Alemania y Japón. Luego ganaron la Tercera y se desembarazaron de la URSS. La Cuarta los va a liberar de Europa, solo que esta van a dejar que la peleen los hambrientos del Tercer Mundo liderados por los musulmanes. Por lo pronto, Turquía acecha con sus pronto cien millones de, claro, turcos, a los que no tardarán en sumarse los millones de las ex repúblicas soviéticas más o menos turcófonas. Lo que está por ver, en cambio, es el resultado de la Quinta, más o menos inminente no bien acabada en unos años la Cuarta. La Quinta va a ser, claro, con China. Por las dudas, tienen un presupuesto militar superior a la suma de los presupuestos militares de todos los países.

Para prevenir la Cuarta, JR propicia medidas draconianas contra la inmigración. De otra suerte, vaticina, Europa se va a tercermundizar y entonces los negros decidirán volverse al África, donde se padecerá la misma hambre, pero con menos frío. Es que, clarifica, contra el bárbaro crecimiento demográfico de los impresentables no hay más que cuatro panaceas: el hambre, las enfermedades, la guerra o la conquista. Los africanos, por suerte, tienen el SIDA. Lo dice y admite, Claro, es siniestro, pero es verdad.

Yo digo que toda solución política es, ante todo, económica, y que la cosa se resuelve más bien ayudando a que en los países de origen, por ejemplo el nuestro, ya que estamos, se creen las condiciones mínimas que permitan que la gente no quiera abandonar su hogar, sus amigos, su calle, su escuela, su comida para ir a lavar copas a Nueva York, que lo escupan en París o hacerse matar en Brighton. Inútil, replica. Esos países no tienen cultura que les permita aprovechar la ayuda que de todas maneras no vendrá.

Y tiene en parte razón. La ayuda, en efecto, no vendrá. Y pensar la cantidad de escuelas, hospitales, viviendas, carreteras, vías férreas, fuentes de trabajo que podrían crearse con los billones de billones que se despilfarran en Irak. Marx lo decía con prístina claridad: con tal de ganarse unos pesos más, el capitalismo es capaz de vender la soga con que lo vayan a ahorcar… y es exactamente lo que está haciendo. Lástima que perdimos nosotros, porque la alternativa es aún más truculenta. Un fantasma recorre Europa, se corregiría mi gran cobarbudo, el fantasma del fundamentalismo.

Veo en JR la temida fascistización de Europa. Si gente inteligente y seguramente honesta como él se sume en tamañas barbaridades, qué no temer de tantos otros?

Tomamos café en casa de Henri. Su hija Taima, de catorce abriles, toca Chopin de espaldas al inmenso ventanal por el que se mete el mar. Radia nos sirve un café exquisito, con chocolates suculentos. Henri nos sirve un Armagnac casero de ensueño, Hace mucho que vivís aquí?, Unos veinte años, desde que cayó un obús en mi otro departamento y no se pudo reconstruir. Yo también tenía un departamento por el mismo barrio, tercia Pijon, y tuve que reconstruirlo dos veces. La primera bomba mató a 47 personas; yo me salvé porque no estaba en casa; pero al final decidimos mudarnos. Claro, uno siempre espera que las cosas se solucionen pronto. Pero nos cansamos de esperar.

De regreso me duermo una inevitable siesta y salgo a pasear. Voy calle Hamra hacia el oeste en busca de la célebre Cornisa, donde estaban (y vuelven a estar) los hoteles de lujo que aparecen en todos los afiches, y que fue la zona más castigada. Es una calle como principal de pueblo de provincia nuestro. Edificios sin demasiada gracia (muchos con el acné de los años duros), cafés, negocios de toda laya de donde salen los mercaderes a pescar clientes (como en nuestra calle Florida, oh profunda decadencia de Buenos Aires!), muchachas cimbreñas vestidas a la última moda, ombligos desafiantes, toda una burla a las barbas del Profeta, gracias a Dios. En una playa de estacionamiento sin inaugurar, veinte muchachotes juegan al fútbol. Me meto en un sitio de Internet: las computadoras ultramodernas, de pantalla chata. Salgo ya de noche y llego al mar. O mejor dicho al extremo del Asia, porque el mar no es más que una línea de espuma que inaugura la noche inmensa. En algún punto, más o menos a la altura de mi mirada inútil, comienza el cielo vertical. El mar, me digo, es una vasta noche que susurra. El tráfico es demoníaco. La óptica esporádica de los semáforos cede a la acústica omnipresente de los bocinazos porque sí o porque no o por las dudas. Motocicletas contramano. Giros de 180 o 270 ó 653 grados, todos simultáneos y sonoros, seseos vertiginosos, peatones temerarios. Pero no hay maldad. Nada de la cacoláctica agresividad porteña. Me meto por callejas empinadas y oscuras, donde las parejas se besan en los coches cómplices, burlándose de las barbas del Profeta, gracias a Dios. De pronto uno y luego dos y luego un coro de muaezines entran a propalar su milenario cante jondo teológico. Toda la ciudad se envuelve de música. Se posa sobre ella como una sutil bruma canora que aplaca todos los ruidos. Y entre versículo y versículo, el distante murmullo del Mediterráneo que nos parió. Me inunda una extraña y entrañable felicidad. Pero sé que tengo clavada en la nuca la mirada implacable del cuervo que espera.

Lunes 22

El taxi nos deposita con JR en la Universidad. Es un edificio ultramoderno, bello de mirar, con sus plantas colgantes que remedan los remotos jardines de Babilonia, cómodo y acogedor. Henri y Pijon nos llevan a la oficina del rector, el padre Selim Abou, un jesuita de los paradigmáticos, de profunda cultura y apabullante modestia, el único en mangas de camisa y sin corbata (Henri nos ha recomendado que nos vistiésemos de profesores para el encuentro), y que, por sobre todas las cosas, exuda una infinita y paciente sabiduría. Nos ponemos a hablar de la situación política en la Argentina y en el resto de nuestra América. Sabe un montón, y saluda el decidido giro antiimperialista que, con todas sus limitaciones, encarnan Kirchner, Morales, Lula, Chávez y Bachelet. Un jesuita rojo, pues, como Hélder Cámara, Romero, Novak, de Nevares, Haseyne, Mugica y tantos otros -no pocos asesinados, por cierto. Es que el padre Selim ha estado 40 (cuarenta!) veces en la Argentina, donde de purrete terminó su formación sacerdotal. Hoy debe de andar arañando los 80. Nos regala dos libros suyos: “Identidad cultural” y “Culturas y derechos humanos” (amalgamados en un volumen) y otro magníficamente ilustrado que ya me haré tiempo de leer: “La 'república' jesuita de los guaraníes (1609-1768) y su legado”, que ya me haré tiempo para leer.

Mientras aguardo que los demás hagan pis, curioseo por los afiches que hay en la oficina de Henri y doy con este poema:

En étant phénicienne, arabe ou routurière,
En étant levantine aux multiples vestiges,
Comme ces fleurs étranges, fragiles sur leurs tiges,
Beyrouth est en orient le dernier sanctuaire,
Où l’homme peut toujours s’habiller de lumière.

Cuya traducción «fiel » sería:

Fenicia, árabe o plebeya,
Levantina de múltiples vestigios,
Como esas flores extrañas, frágiles en sus tallos,
Beirut es en oriente el último santuario
Donde el hombre puede siempre vestirse de luz.

La poetisa es libanesa maronita, y víctima dilecta de la fatalidad: un hijo muerto en un accidente, el otro en la guerra fratricida, el marido de cáncer y ahora lo padece ella. Tras haberse ensañado con la autora, el cuervo aguarda paciente la hora de terminar con el poema.

Almorzamos nuevamente con Pijon y Henri en la cafetería de la Embajada de Francia, que es el edificio contiguo, lo que explica la presencia ominosa de sendas tanquetas a ambos extremos de la calle. Me cuesta reconocer el mismo edificio y la misma cafetería donde almorzaba cotidianamente hace unos pocos años, antes de Osama bin Laden. El periodista que va a entrevistar luego a JR llega con retraso: la manifestación de los armenios por el aniversario del genocidio ha ocasionado un caos. Es que los piqueteros de aquí tienen otro tipo de reivindicaciones. (No creo que El Líbano sea un país más rico que la Argentina, pero no he visto mendigos, ni villas miserias -y he viajado mucho por estos pagos- ni, por supuesto, cartoneros. Dicen que las condiciones en los campamentos de refugiados son atroces, pero no me ha tocado comprobarlo. Todo después y sin embargo de una guerra civil feroz que ha durado la friolera de dieciséis años. Quién sabrá explicármelo! Y todo, no olvidemos, bajo la mirada serena e implacable del cuervo que está solo y espera).

La clase va bien. Pero no voy a aburrirlos con lo que ya saben de sobra.

Durante el regreso al hotel, vuelvo a advertir los edificios desdentados, los ventanales transformados en boquetes, los muros perforados por los obuses. Quedan muchos picotazos del cuervo. Espero que suficientes para que la gente no se olvide. Pero no estoy seguro. Porque la gente tiende a olvidar. Es humano, supongo, y así nos va.

A las 20:00 nos viene a buscar Ahyaf Sinno, vicerrector de la U. Cenamos como deidades en un restorán paquetérrimo. Están también Henri y Pigeon con sus mujeres, Lena, la directora de la escuela de interpretación, y Carine, la de los cursos de extensión universitaria, mis patronas.

Me entero de que los libaneses rubios de ojos azules son, en su mayoría, descendientes cruzados de los cruzados. Lena narra que en su pueblo, en las montañas del sur, la mitad de los lugareños tienen ojos azabache y la otra mitad zarcos. JR explica que el de los ojos color del cielo es un gen recesivo y tiende a desaparecer. Es una de la cantidad de cosas que sabe. En el auto, no recuerdo a título de qué, explicó detalladamente la evolución de la mariposa. Creo que es de las personas más cultas que conozco.

Como ya noto que es habitual, JR saca gratuitamente las garras. No voy a hastiarlos con las barbaridades que dijo, como, por ejemplo, que encontraba honorables a los asesinos Massu y Salan y perfectamente aceptable el régimen de Vichy. Yo sospecho que hay detrás de la provocación gratuita algo más que una ideología acérrima y -ahí no tengo dónde esconderme- pormenorizadamente informada. JR, se me ocurre ahora que escribo, es el lúcido heraldo del cuervo que reposa. Lo evoco, pequeño, algo enjuto, de límpido mirar por gafas filosóficas, perspicuo, pausado, de humor sin aristas y voz sin estridencias, amable, delicado, todo afabilidad y bonhomía, masticando en su francés de lujo las profecías más siniestras… y no sé si me horripila más que un hombre -y sobre todo un hombre así- las profiera, que su tremenda plausibilidad. Porque, hasta ahora -y van para unos cinco mil años que nos consta- los profetas de la luz nunca han atinado del todo y jamás por mucho tiempo. Cualquier adivino agorero puede decirnos con una sonrisa, Se los advertí. A la esfinge, Casandra y el oráculo de Delfos la leyenda no les atribuye el consuelo de una sola profecía indulgente, y el reino de los cielos que el evangelio promete, pero solo después de la hecatombe, es para los que se obstinan en creer en él, y como yo no logro contarme entre ellos, no tengo siquiera el consuelo de que, tal vez, a lo mejor, en una de esas, puede ser, quién sabe, acaso, la vida deje de dolerle a la enorme mayoría de la doliente humanidad. Yo, vaya uno a saber en premio de qué virtudes o en perdón de qué pecados, me voy salvando. Tengo suerte, una suerte inmerecida o, en todo caso, que otros que la merecen igual o más no tienen. Soy el elegido de un demiurgo tremendamente injusto y cruel en el que, para colmo, no creo. Vaya Dios a entenderlo!

JR sigue y sigue, y, corteses milenarios, nuestros anfitriones lo dejan hablar. Vacilo entre pararle el carro y causar un incidente y dejar pasar la cascada fascistizante. Opto por intervenir, con mucha más suavidad de la que yo mismo hubiera esperado de mí. Es como la voz de “ahura”: nuestros huéspedes deponen su mutismo aquiescente y también le salen -siempre con toda oriental cortesía- al encuentro. El comentario que me da el impulso es acerca del peligro de la inmigración, Yo, como Casandra, no me canso de explicar que el caballo traerá la destrucción, pero los cretinos de izquierda (me ha insultado, sin saber, unas cincuenta veces) no lo quieren comprender, Hay una diferencia, digo, el caballo lo habían construido los aqueos que venían a conquistar Troya; el de la inmigración lo traen los ex súbditos del imperio; Troya no se buscó el caballo, Francia, en cambio, sí, y ahora que lo tiene encima, no tiene demasiado derecho de quejarse (calavera no chilla, habría dicho si mi francés me hubiera alcanzado, y, ya que estamos, andá a cantarle a Gardel), Sí, pero yo no tengo la culpa de que mi abuelo haya matado al tuyo, se defiende olvidando su catolicismo cerril. Y yo, artero, le recuerdo una frase de Hegel que él mismo había citado no hacía mucho para justificar la ineluctabilidad del pecado original: Solo la piedra es inocente; hasta el niño que acaba de nacer es culpable. Por supuesto que ni la leí ni lo creo, pero qué bien me sentí!

JR admite que las cosas que dice no se atreve, por lo general, a decirlas en público, pero que sabe que entre nosotros cuenta con cierto “capital afectivo” que le permite salirse con la suya. Tiene razón. Pero también un límite, y yo me alegro de haberlo marcado.

Recapacito y creo entender más y mejor. JR tiene otros dos sonsonetes dilectos: las mujeres que ha tenido (sus dos hijos lo son de sendas, y parece haber una tercera en ejercicio, pero no está claro) y la muerte (acaban de operarlo de la próstata y no es difícil adivinar por qué). Es un reaccionario cabal: Para él Juan XXIII marca el inicio de la debacle de la iglesia. Una de sus pasiones es preservar (cabe mejor resucitar) el pluscuamperfecto del subjuntivo… un poco como si algún hispanohablante hipernostálgico quisiese rescatar el “viérades”, En ese caso, lo espoleó Henri durante el almuerzo, estarás en contra de la reforma ortográfica, Yo estoy en contra de todas las reformas, fue la respuesta que ahora evoco y llena de luz las sombras que me ahorcaban. JR teme ferozmente a la muerte. O sea, al cambio; es decir, al futuro... Todo él es una vitriólica protesta contra el río de la vida. Él quisiera quedarse para siempre en un estanque en el que, sospecho, no llega a creer por mucho que se denuede y en el que acaso nunca ha estado, Quiero morir, ha repetido varias veces, en mi Francia. No en Francia, en “su” Francia, la que la topadora de la Historia le demuele segundo a segundo. Por eso no consigo que me repela: me da una profunda, una infinita pena. Inteligencia privilegiada, lucidez sin concesiones, negativa vesánica a admitir que las ideas y los hombres cambian… para nada; no, peor: para la desdicha. A quién más me hace acordar?

Descendemos en el hotel, le paso el brazo sobre el hombro y el comento, No sabía que fueras tan extremista (no quiero decir reaccionario, ni mucho menos fascista), No lo soy: soy un moderado. Lo más curioso es que debe de creerlo con toda sinceridad.

Mañana, a las 18:30, dicta la conferencia que ha venido a dar. No me la quiero perder. Porque sé que, aun con las tripas revueltas, tengo mucho que aprender de este hombre que no puedo dejar de admirar y que no llega a repelerme. Será porque tiene una abuela argentina…

Martes 23

Me he quedado leyendo como hasta las cuatro o cinco de la mañana un libro imprescindible: Los mitos de la historia argentina, de Felipe Pigna. Me despierto, entonces, casi al mediodía, justo a tiempo para encontrarme con JR para ir a la Universidad. Durante el trayecto tengo una larga conversación con mi amigo. Su padre, a quien recién conoció a los 25 años y luego volvió a ver apenas una vez, empezó de trotskista con las Brigadas Internacionales, después participó en la Resistencia durante la ocupación alemana, más tarde peleó en la guerra de Israel y por último acabó de cuadro de la OAS (la temible Organización del Ejército Secreto, culpable de la muerte de casi un millón de argelinos en la guerra del 60… Cosas que uno quisiera comprender!). JR me hace toda una serie de confidencias. Es un tipo tremendamente depresivo, Me da la sensación de que vivo un día sí y un día no. No está mal haber hecho todo lo que hace y haber llegado donde está viviendo día por medio, le digo sin mentir. Le cuento que soy uno de los cretinos de izquierda que tanto lo sulfuran, Te imaginas si me hubiera ofendido o, peor, respondido simétricamente a tus provocaciones? Me cuenta que no es consciente y le creo: está convencido de que no hace más que opinar en respuesta a las opiniones de los demás. Es un buen tipo, pero un buen tipo sumamente desdichado.

Termino mi clase un rato antes para poder asistir a la conferencia de JR acerca de la diferencia entre las ciencias exactas y las sociales. Creo que debió haber dicho las ciencias de la naturaleza y las del hombre (ojalá me acuerde de decírselo mañana). JR es un expositor claro y ameno. Qué placer escucharlo, con sus ideas tan claras bañadas en ese soberbio francés! Poi doppo nos llevan a cenar con el Estado Mayor en pleno a un restorán estupendo. Somos unos veinte, entre ellos el principal psicoanalista de El Líbano (que, por supuesto, ha estado varias veces en la Argentina y habla castellano… seguro que sefardí), amén -nunca mejor dicho!- del vicerrector y del decano de la Facu del Teología, ambos, por supuesto, jesuitas.

Regresamos con JR por avenidas magníficamente iluminadas. Beirut bulle. Pero, cada tanto, el esqueleto acribillado de un edifico de viviendas, una iglesia, un teatro, una mezquita me recuerda el desierto después de la sequía. La noche es noche, y aunque entonces no se ve, se siente el aleteo del cuervo paciente y ominoso.

Viernes 26

Dos jornadas más de almuerzos y cenas conviviales. No quiero ni pensar los estragos concomitantes. Cada día ha venido un taxi a recogernos hacia las doce. Y como el tráfico de Beirut es todo lo temible que pueda temerse, el trayecto no ha sido nunca exactamente el mismo. Con reflejos de felino, el chofer ha sabido girar desde el otro extremo de la calzada justo a tiempo para evitar el embotellamiento repentino. Las calles laterales suelen tener el ancho exacto -o casi- de tres automóviles: el de la fila estacionada a la derecha, el de la fila estacionada a la izquierda y el que va o el que viene; solo que van y vienen a la vez. Todo se regula con acuerdo a una primer principio: LA LEY DEL PPRIMER BOCINAZO, según la cual el primero que anuncia que va o viene es el que tiene el derecho de ir o venir el primero. Este principio no siempre se respeta o, en todo caso, resulta fácil de aplicar, en vista de que el que va y el que vienen tocan sus respectivos cláxones al unísono. En esos casos, la instancia reglamentaria inmediata es LA LEY DEL BOCINAZO MÁS FUERTE, que se dirime casi siempre de resultas de una guerra antifonal. El hecho es que tarde o temprano uno de los dos duelistas termina por recordar el principio de Lavoisier, según el cual dos cuerpos no pueden ocupar simultáneamente el mismo lugar en el espacio, y, tras un último bocinazo de protesta, retrocede o avanza hasta el primer hueco donde acurrucarse para que pase el vencedor.

Como la mayoría de los vehículos que se importan en el Líbano, nuestro taxi tiene una sola velocidad, a la cual avanza independientemente de las condiciones del tráfico o la amplitud de la calzada. Ello es particularmente notable en las calles estrechas -o sea, en casi todas, bah- por las que el espejo derecho acaricia los espejos izquierdos de los coches estacionados de un lado y el espejo izquierdo el derecho de lo estacionados del otro. De pronto puede suceder que al encarar la calle exista un camión más ancho que de todas maneras avanza como si cupiera. El automóvil en que va uno no por ello disminuye su velocidad, con lo que el camión parece aproximarse más y más marcha atrás. Pero el taxista sabe que el camión va a doblar seguramente antes de que llegue a embestirlo y, en efecto, es casi siempre así.

Por las calles laterales abundan más los esqueletos renegridos. De improviso, un edificio de ocho o diez o doce pisos totalmente desahuciado, excepto la mitad, pongamos, del sexto. Milagrosamente, lo que debe de ser el sexto “A” está pintadito, con los postigos relucientes, flores en el balcón perfectamente revocado y cortinados de colores tras los cristales impecables. La familia ha decidido retornar y reclamar su vivienda a las ruinas. Me pregunto si habrán restaurado también el vestíbulo, las escaleras y el ascensor -lo dudo-, o si para llegar a la puerta que imagino de impecable madera, con aldabón de bronce y timbre sin malicia, habrá que sortear escombros, trozos de los muebles de los vecinos, ruedas de triciclo, muñecas decapitadas …

Parece cuento, pero en ninguno de los cadáveres edilicios parece haber ocupantes de invasión. Me cuentan que en los arrabales es más frecuente, y que los invasores son por lo general palestinos que prefieren vivir en ruinas que en campamentos de refugiados. Tampoco he visto mendigos. Ni uno solo. Me dicen nuevamente que por los alrededores los hay, casi siempre palestinos también.

Yo no logro percibirlos. Pero el cuervo lo observa todo desde su vuelo sin prisa.

Anteanoche fue la última cena multitudinaria, porque JR partía ayer por la tarde (yo he sido más bien beneficiario de su sombra). De regreso, nos tomamos una cerveza valedictoria que nos hizo amigos más estrechos. Me contó de su terrible lucha por no morirse nomás de pena. Pobre JR! Qué terrible tiene que ser vivir al borde del propio vacío!

Por la mañana me llamó para despedirse. Yo di mi clase, como de costumbre, y después cené con Muriel y Nagy. Ella es siria de Aleppo, intérprete, una de las primeras recién venidas a la profesión que contraté en llegando a Viena. Desde entonces hemos sido amigos. Amarcord que un día nos contó a la Turca de entonces y a mí que había conocido a un muchacho y que quería presentárnoslo a ver qué nos parecía. Y fuimos a buscar a Nagy al aeropuerto de Ginebra y nos pareció macanudo. Ahora tienen tres hijos, el mayor de casi diez años. Ta’ que lo tiró con el tiempo que no cesa!

Hacia las once de la mañana, salgo a caminar por la calle Hamra, que supo ser, me cuentan, la Corrientes angosta del Beirut de otrora, el de antes de la demencia y de la muerte. Ya no lo es, pero sigue siendo una importante arterita comercial, flanqueada de cafés y restoranes y negocios, algunos de los cuales remiten, mirada arriba, a la furia insensata de obuses, granadas y demás pirotecnia de la muerte. Llego a la Corniche para ver, por fin, el Mediterráneo que nos parió. Escojo un restorán, y una vez dentro, un pescado. Pido que me lo asen a la parrilla y me siento a mirar el mar. A mis espaldas, las montañas que me separan de Siria, del Irak, de Persia, del Afganistán, de Mongolia, de la India, de la China y del Japón. A mis espaldas el otro mundo, el extraño, el exótico, el temible. Mi mundo empieza aquí, a estas orillas que el mar lame con placidez de perro cariñoso. Allá, detrás del agua que se torna cielo, Grecia, Italia, España. En frente Alejandría, Túnez, Argel y Casablanca. Más lejos aún y en diagonal, nosotros, distantes y plañideros huérfanos de este dócil mar que baña los pies de todas las culturas que nos convergen en los genes. Se me hace como si los romanos hubieran cerrado el enorme lazo con el que ceñían el mundo, hubieran revoleado el bulto y lo hubiesen arrojado a través del Atlántico y del Ecuador a ver hasta dónde llegaba. Y el bulto, como sabemos, toco tierra en Buenos Aires, se abrió y desparramó su carga hasta Ushuaia, Mendoza, La Quiaca y Posadas. Y nosotros, como sabemos, no nos reponemos aún del magnífico porrazo, y no terminamos de frotarnos de tango las magulladuras. Entonces llega el café turco (turco también aquí, pero no en Grecia) y vuelvo a encender la pipa y el humo se lleva en sus volutas mis últimas ensoñaciones. Es hora de pagar y de dar clase.

Con Henri hablamos largamente de JR. Nos tiene preocupados a todos los amigos. Llegan las 15:00 y comienza la última sesión. Henri habla una hora de la “Teoría del Depende”. Lo hace en algarabía y Bruno, uno de mis estudiantes, me susurra la interpretación. Bruno, le he dicho, me conocés, sabés lo que pienso y lo que sé; susurrar te va a cansar, hablá lo menos que puedas; no me digas nada de más, no me expliques el problema de cómo traducir “Depende” al árabe, que no puede interesarme un ápice. No me expliques mi teoría, pero sí contáme cómo la explica Henri. Sentáme donde puedas escuchar y ver bien. Hace un trabajo excelente -en todo caso, es lo que creo, porque para mí el árabe es chino. Luego viene un piscolabis y por fin mi postrer clase. Los muchachos (hay dos que justifican el masculino genérico) han quedado contentos.

Salgo y coincido con el final de una mesa redonda sobre la guerra civil. Cómo lamento habérmela perdido! Subo a mi taxi y el chofer afronta el tráfico con temeridad de porteño enloquecido. Soslaya una doble fila metiéndose contramano. A último momento descubre los mojones de cemento que separan los dos sentidos metros antes de la esquina estratégica y calza la punta del Mercedes justito entre el culo de un Renault y la trompa de un Land Rover. La estrellita emblemática se me hace una mira que escoge vertiginosamente los huecos de la serpeante chatarra. El Mercedes se abre paso casi a codazos. En nuestro torno la infinita orquesta de bocinazos porque sí, porque no o por las dudas. Ya cerca del centro (de los enormes baldíos que hoy lo conmemoran), las calles se ensanchan y adviene, incongruo, un solitario semáforo. La mitad de los automovilistas le exigen ruidosamente que se ponga verde y la otra que los de adelante encuentren la manera de treparse a los que los preceden. Cuando lo hace, la otra mitad protesta por la traición y la primera enfurece porque los de delante no se han trepado todavía. Desde el “win” izquierdo pegamos un intrépido giro de noventa grados a través de tres filas de competidores y cortando el paso a cuatro más de adversarios en medio de la estridencia unánime de decenas de frenadas. Detrás, un avispado aprovecha para girar los 180 grados con un chirriar de neumáticos que apaga todos los ruidos. “He crazy”, explica malhumorado mi chofer, pensando en la opinión desfavorable que podría llegarme a formar de la urbanidad local.

Sábado 29

Ya estoy en el aeropuerto. Son las 2:45 locales y en media hora sale mi vuelo a Francfort (cuatro horas, más dos y media de amansadora más los últimos 90 minutos). Como siempre, no llego a determinar si regreso o me voy.